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el interior de las cosas / OPINIÓN

Efectos espaciales

11/10/2021 - 

 En este mes de efectos instantáneos, en este mes de tránsito, entre estaciones climatológicas variables, es cuando marcamos en exceso los días de los calendarios, y pasamos sus hojas con el vértigo de pensar que hemos entrado en el último trimestre de otro año. El segundo año covid. En la ciudad, el Parque Ribalta ya muestra la belleza otoñal en sus recónditos paseos de tierra, a pesar del descontrol de perros sueltos que rompen con la tranquilidad del entorno. Pancho, mi perro, siempre controlado por su arnés y correa, pasea intranquilo por este parque de referencia. Las mejores sendas se llenan de propietarios inconscientes con sus mascotas. Y regresar al asfalto o al pavimento de esta amplia zona verde depara un tráfico elevado de pacientes, bicicletas, monopatines…

El otoño ya se huele en la ciudad con sus noches de tierra mojada, con el aire húmedo que empieza a calar en los huesos. Pero no hay nada más bello que los atardeceres de octubre, entre el sol de poniente y sus pigmentos rojos. Los mismos atardeceres en las montañas, en la mar, en la ciudad. En mi barrio bañan de espectaculares tonalidades el cielo, la Plaza Tetuán, el edificio de Correos y la imponente y poderosa Minerva de Miquel Navarro. En Morella, octubre ya huele a invierno, a la leña de carrasca que arde en las chimeneas, en el regreso de los pucheros, de los caldos con buñuelos de sopa, en el uso de la lana y el paño. En Castelló el termómetro y sus cambios son cosa de Pancho que por las noches ya se acurruca y se enrosca en exceso. Es mayor y anuncia la fresca nocturna que le afecta en sus huesos caninos.

La noche del sábado vimos la película El olvido que seremos, basada en el magnífico libro del escritor y periodista colombiano Héctor Abad Faciolince y dirigida magistralmente por Fernando Trueba, con guión de David Trueba y una impresionante interpretación de Javier Cámara. El juego de las imágenes en color para referir los años de la infancia de un hijo que adoraba a su padre, Héctor Abad, a su familia, conjugado con el blanco y negro que narra los años más difíciles de Colombia, es una mezcla estremecedora. Se trata de una película muy bella, con una historia muy bien contada. Con la vida y política de Medellín entre los años sesenta, setenta y ochenta, con una tremenda violencia, corrupción y la ya asentada guerra del narcotráfico. Frente a todo, un hombre bueno, un médico que nunca se arrodilló, salvo para cuidar sus rosales, y que fue brutalmente asesinado por su defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión y la medicina igualitaria e inclusiva.

Combatió la tuberculosis, el tifus, la polio, empleó el uso de vacunas para la población más vulnerable, mostró la miserias de una ciudad empobrecida y de agua contaminada. Tras el final de la película, con ese poema maravilloso de Jorge Luis Borges, Aquí. Hoy, descubierto por el hijo, a través de un pequeño papel escrito y guardado en un bolsillo de la chaqueta ensangrentada del padre asesinado, la tristeza, las lágrimas, conviven con la plenitud de haber penetrado en una historia preciosa y precisa.

Pancho siguió acurrucado, alzando el hocico a ratos y reclamando esa manta de ganchillo y lana de colores que tejiera mi abuela. Terminamos la noche cubiertos por la manta de colores y comenzando la serie El Juego del Calamar, recomendada por mis compañeras de trabajo. No pasamos del primer capítulo, el vertiginoso ritmo y la violencia nos echó para atrás. Pero seguiremos este título que augura calidad e intensas reacciones. 

El domingo amaneció con el silencio dominical de cada semana. Sin tráfico y con alguno de los restaurantes de mi calle cerrado por descanso semanal, circunstancia que permite depositar los residuos en un contenedor de restos sin aglomeraciones de vidrio, ni el exceso de cartón de cajas de vino, o las bolsas repletas de residuos orgánicos. Es curiosa la situación, porque a unos metros, nada más, hay contenedores amarillo, azul, marrón y un ‘iglú’ para vidrio. Pero los mayores productores de residuos de mi calle lo vierten todo al verde, el más próximo. Y a todas horas. Es tremendo.

Los efectos secundarios, como dictan los prospectos de los medicamentos, invaden la rutina. Tal pastilla me hace libre pero tiene efectos secundarios cuando me paso por el forro las normas colectivas, porque soy libre. Miento y contamino a la opinión pública porque soy libre y, además, no tolero que gobiernen otros. Confundo y manipulo a las vecinas y vecinos porque soy libre y, además, no puedo felicitar a una alcaldesa o alcalde por un buen proyecto. 

Mi amigo A.T., experto diseñador gráfico en temas medioambientales, me comentaba ayer que muchas ciudades parecen no saber aquello qué les espera, ni la ciudadanía entiende que en años cercanos, la normativa europea va a obligar a cambiar la vida urbana, a transformar las ciudades en espacios para convivir y vivir de forma saludable, amable, solidaria y sostenible. En Castelló, la historia es diferente. Aquí hace tiempo que el Ayuntamiento se ha puesto manos a la obra y está introduciendo medidas de protección ambiental en todos sus proyectos. Creación de zonas de bajas emisiones, movilidad sostenible, uso de materiales sostenibles en actuaciones urbanísticas, ampliación de las áreas verdes, promoción del consumo responsable y de proximidad, así como la introducción de la economía circular en todo aquella acción municipal. 

En el país de las valencianas y valencianos vivimos el viernes la gran fiesta autonómica, celebrando de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Una fecha que puede ser ascenso y descenso, construcción y destrucción. En Castelló, el día contó con una nueva edición de Escala a Castelló (hasta el día 12) y con un emotivo concierto de la Banda Municipal que ofreció una de las mejores interpretaciones de La Muixeranga que había escuchado, tras una maravillosa adaptación del músico valenciano, mi estimado Pep Llopis. Ha  sido el autor de la banda sonora del espectáculo de danza Âtma El Comiat, dirigido exquisitamente por la coreográfa Rosángeles Valls, directora de la compañía Amanda Dansa. La Muixeranga de Llopis pone la piel chinita.

Mi Nueve de Octubre, como el otoño, nace, muere y renace en primavera. Esta fecha es el futuro con perspectiva de seguridad, prosperidad y felicidad. El futuro de mis hijos y de mis nietos, una tierra con esperanza, trabajo y con sueños. Un pequeño país mediterráneo que mantenga sus raíces, su identidad y la estima común. Pero, pasará como pasa con otros sueños, luchas, emociones y otras realidades. La vida nos arrastra irremediablemente. Y ya somos el olvido que seremos.

"Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo."

Aquí. Hoy. Jorge Luis Borges 

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