Recuerdo aquellas tardes de sábado, interminables en el pequeño piso de Madrid. Dos hermanas y un hermano jugando a indias y vaquero, recreando las escenas de tantas películas del Oeste que veíamos en la primera televisión que llegó a la casa. Poseíamos el tesoro de La Ponderosa, que tomó el nombre de la serie televisiva Bonanza. No era un rancho, era un recinto fortificado, creado por un padre creativo y habilidoso, realizado a base de pinzas de madera de tender la ropa. El fuerte era la fortaleza, como siempre, del vaquero. Las indias éramos las hermanas, aunque se experimentara, entre ellas, cortar la cabellera a la más pequeña. En estos juegos moríamos y resucitábamos, nos disparaba el vaquero, tendido en el suelo, rodando, atacando, y nos hacíamos las niñas muertas.
Los juegos de la infancia en una ciudad grande, en los años sesenta, se quedaban en casa, en aquel pasillo por el que corríamos divertidos, jugando a la serie televisiva El Meteoro Submarino, además leíamos a Julio Verne y Veinte mil leguas de viaje submarino. Bueno, eran los libros que regalaban a los niños, a las niñas nos llegaban Sissi, Sissi Emperatriz, Sissi Reina de Hungría… o Mujercitas en versión española franquista. Escenificar series de televisión y libros llevaba a bucear por el pasillo con envases de gaseosa La Casera, sujetas a la espalda como botellas de oxígeno. Si el juego era recrear la serie Perdidos en el espacio, el papel de aluminio ayudaba a convertirnos en astronautas.
La infancia más tardía transcurría en el patio de aquellas viviendas madrileñas, en la calle, donde jugábamos a matarnos con el balón prisionero, a machacarnos jugando al burro, al pollito inglés, a las canicas y las tabas, a saltar la goma o la cuerda, o aquello de ver quién era más rápido en trepar a los árboles, con unas caídas brutales. Aquella infancia era una sucesión de puntos de sutura y extremidades escayoladas.
Eran juegos muy participativos que nos han dejado cicatrices imborrables en el cuerpo, bellísimas en la memoria, y que se han ido perdiendo con la transformación del ocio entre la niñez y la adolescencia. El crecimiento emocional, el ocio y la diversión estaba en la calle, o en una casa compartida. Unas generaciones después llegaron los primeros videojuegos, desde matar marcianos a emprender estrategias bélicas, a correr por autopistas y circuitos donde brutales accidentes llenaban las pantallas. Juegos que absorbían toda la adrenalina adolescente, pero que se estrellaban en las manos y mandos al ser destructivos, no constructivos.
Ahora, cuando pasa el tiempo de los maravillosos parques infantiles, el ocio se repliega en los hogares, en habitaciones individuales y, en muchos casos, en soledad. La serie coreana El Juego del Calamar ha puesto sobre la mesa una enorme polémica. Las niñas y niños, con acceso a casi toda la vida telemática, están reproduciendo en sus colegios los juegos que integran la serie coreana. Son los mismos juegos de infancia de sus madres, padres, abuelas y abuelos. Y juegan sin necesidad del uso extremo de la violencia que reproduce la serie.
La infancia y adolescencia está creciendo en un mundo violento, ignominioso, a través de series de dibujos animados, de videojuegos y de otros medios directos o subliminales. ¿Habría que proteger a la infancia y adolescencia de aquellos contenidos dañinos o tóxicos?. Claro, pero con otras estrategias, porque la mayoría de las pantallas emiten influencias y una dependencia que aíslan el crecimiento emocional. El mundo virtual es cada vez más real.
La virtualidad de la realidad en la que habitamos se ha convertido en un ente estructural que ha desplegado sus tentáculos para atrapar la libertad de pensar y de expresarnos. La realidad se está convirtiendo, en muchas situaciones, en una preocupante distopía. La realidad supera a la ficción en un contexto social cabreado. La realidad es el incremento de la pobreza, de hogares y familias que no pueden asumir primeras necesidades, de personas con salarios mínimos que están perdiendo toda esperanza. El país está avanzando en nuevas medidas y ayudas para las personas más vulnerables. Pero el mundo sigue en manos de los mismos dueños, de las grandes firmas energéticas, de las fuentes energéticas del planeta, y de los gobiernos que poseen al resto de los seres humanos.
En estos contextos de urgencia, no se entienden los despropósitos de la política en la esfera de la derecha y ultraderecha española. Hay portavoces locales, autonómicos y estatales del PP, y de Vox, unidos en la travesía de la destrucción. Contra todo. Contra todas y todos. La pasada semana fueron miserables varias declaraciones de una presidenta autonómica. Son políticas y políticos que, además, arrastran años de corrupción y que, hoy practican, entre ellos, apuntando a la sociedad, y con todas las consecuencias, El Juego del Calamar… una, dos y tres, pollito inglés.