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el interior de las cosas / OPINIÓN

El calor de las castañas asadas

8/11/2021 - 

 Aquellas largas tardes de sábado, las dos hermanas y su hermano, esperaban cada semana la llegada del padre. Trabajaba hasta las ocho de la tarde, el horario comercial de aquella Farmacia Militar de la calle Fernando VI, junto al  Palacio Longoria, el bello edificio modernista que acoge la sede de la Sociedad General de Autores y Editores, y frente a la sagrada librería Antonio Machado, que abrió su puertas en 1971 y que era un destacado espacio de cultura y libertades. Hoy pueden verse todavía las persianas metálicas grises canceladas en la fachada, con las letras doradas de Farmacia Militar, frente a Machado y junto al Palacio de don Javier González-Longoria, la construcción modernista más destacada de Madrid.

Las tardes del sábado daban paso al domingo, único día festivo de la semana laboral. Madrid era un bullicio permanente en la víspera del día del descanso. Desde Fernando VI, el padre recorría la calle Fuencarral. Tras atravesar la Gran vía y descender por la calle Montera hasta la puerta del Sol, el padre se detenía a comprar castañas asadas en el puesto de una mujer mayor que ya conocía tras tantos años de rutina. En noviembre, el Madrid de los años sesenta era muy frío, con grandes nevadas y heladas, como los siguientes meses, hasta el mes de mayo que comenzaba a templar el  aire.

El padre guardaba el cucurucho de papel de periódico con las castañas calientes en uno de los bolsillos de su gabardina. Y esperaba el autobús 50 en la parada de Carretas. El bus atravesaba la plaza de Santa Cruz, Puerta Cerrada, y descendía por la calle Segovia, pasando por debajo del viaducto, puente desde el que se lanzaban hombres y mujeres hacia la muerte, produciendo escalofríos porque en aquellos años el suicidio era una forma muy practicada para escapar de la realidad, la pobreza y las enfermedades. En la casa las dos niñas y el niño esperaban al padre para abordarle y recibir aquellas castañas asadas que llegaban templadas. El padre siempre les decía que era mejor ese fruto caliente del castaño que un par de guantes. En aquellos tiempos de penumbra y carencias, las castañas eran el mejor abrigo en invierno. 

Autor: Pat Rocha

Muchas veces las castañas llegaban heladas, porque el padre no siempre se trasladaba a casa en autobús. Lo hacía andando, contra el viento y la nieve. Estos sacrificios eran constantes entre la mayoría de las familias, los salarios no eran gran cosa y soñar con un futuro mejor para las hijas y los hijos era una obsesión de estas personas que nacieron en plena guerra civil, sufriendo un duro tiempo de posguerra. Ir a la Universidad era el gran sueño español de aquellos años para una clase media baja. Los estudios eran el futuro, poseer un título era garantía de éxito que proyectaba la estabilidad profesional, un trabajo fijo, la posibilidad de adquirir una vivienda propia, y hasta una segunda residencia en algún municipio de la costa o de la sierra madrileña. Nos educaron para triunfar y para que no nos faltara de nada, para superar el sufrimiento y escasez económica de nuestros padres y madres. 

Pertenecemos a la generación boomers, nacidas y nacidos a partir de los años sesenta, representamos 7,7 millones de trabajadoras y trabajadores, según datos oficiales. Y, asimismo, somos denominados la Generación Tapón. Accedimos al mercado laboral a principios de los años ochenta y hemos ocupado espacios de poder y decisión. Es cierto que hemos tenido calidad de vida laboral hasta la llegada de las primeras crisis. En la profesión periodística, los directores de periódicos eran jóvenes de 30 años, o, incluso, menos como sucediera en Castelló con Javier Andrés, director de Mediterráneo, con una redactora jefa de 24 años. En todos los medios de comunicación la edad media era treintañera. Hoy ya no suceden estas experiencias, hoy la precariedad marca el mercado laboral y afecta a todas las generaciones y todas las profesiones.

Autor: Maarten Léo

Nuestros hijos, hijas, nietos y nietas, no tendrán las oportunidades que tuvimos, ni las expectativas que iban surgiendo en la construcción laboral y personal de nuestras vidas. Ahora somos, como lo ha definido el ensayo del profesor Josep Sala i Cullell, la Generación Tapón que parece taponar el ascenso de las generaciones que nos siguen, que ganamos más y nos jubilaremos con pensiones más altas de las que ellas y ellos tendrán. Pero no toda esta generación es una élite blindada como describe el profesor residente en Noruega, y perteneciente a la generación X, educada para seguir la estela de sus progenitores. Nada ha sido así, sobre todo, a partir de la crisis de 2008, y sumando, ahora, la crítica situación socioeconómica que estamos sufriendo. El libro ofrece una visión interesante, un análisis de un país en evolución con madres y padres que cumplieron sus sueños profesionales pero que no han podido legar aquella sociedad de los prodigios a sus descendientes. 

Muchas y muchos de la generación que naciera en los sesenta han sufrido también el desempleo y, precisamente, por su edad, no han podido remontar la vida profesional, ni la esperanza. Las crisis arrollan a cualquier generación. Pero, en estos momentos, es urgente que las administraciones públicas, instituciones y empresas entiendan que el futuro hay que garantizarlo en el presente, pensando en el talento y formación de las y los jóvenes, desarrollando una sociedad que no les excluya, que cuente con ellas y con ellos que están perdiendo la esperanza y sus sueños.

En aquellos años sesenta, el desabastecimiento era algo normal, tampoco existía una cultura del consumo como la actual. No había apagones, pero en los hogares seguían usándose las cocinas económicas con carbón, las estufas y braseros bajo la mesa camilla. Aquellas madres y padres crecieron en un país pobre, frío y oscuro. Hoy, al leer esos mensajes que avisan sobre un apagón en Europa, -que es imposible-, que alarman sobre el desabastecimiento de primeros productos, que anuncian, una vez más, la llegada de un nuevo tiempo apocalíptico, no debemos olvidar los tiempos difíciles entre guerras, de las dolorosas posguerras, de la gran brecha política que se está abriendo para que penetren las ideologías del oportunismo, el fascismo y esa derecha y ultraderecha sedienta de catástrofes sociales y económicas. Parecen distopías encadenadas, pero el recibo de la luz y la subida de precios son reales. Crucemos los dedos.

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