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el interior de las cosas / OPINIÓN

El color blanco de la esperanza

17/08/2020 - 

 El Heraldo de Castellón publicaba el 16 de agosto de 1935 un artículo que detallaba el veraneo de los pobres y el popular grito castellonense Mos Quedem. Gracias a la inmersión en las hemerotecas de la historia del periodismo local que viene realizando el querido colega Ximo Górriz, este domingo nos dejaba la sección de Castellón, al día. “Nos encontramos en el periodo álgido del llamado veraneo de los pobres, pues los que ayer quedaron rezagados en la capital por la fiesta de la Asunción… hoy han salido también al campo y a la playa, quedando la población completamente desierta. Todos los núcleos de veraneo, favorecidos por el tiempo espléndido, rebosan animación, especialmente en El Pinar donde acampan centenares de familias entregadas a las expansiones de este efímero y clásico veraneo. La gente se divierte y eso es lo principal en los tiempos que corremos de hondas preocupaciones. Esta noche, algunas, muy pocas familias, han regresado a la capital, pues la mayoría haciendo puente de mañana sábado, no lo harán hasta el lunes, prosiguiendo su veraneo al clásico grito de Mos quedem”.

El pasado sábado, recordaba en una red social el nacimiento de mi hijo pequeño en el Hospital General de Castelló el 15 de agosto, el día más perezoso, silencioso y vacío de la ciudad. Un parto en el día que marca la mediana del gran mes vacacional. A los dos días fue una odisea encontrar un taxi que pudiera llevarme con mi hijo a casa. Castelló, hace tres décadas, era una ciudad cerrada, literalmente, por vacaciones. Calles desiertas y comercios con persianas bajadas. Ahora sucede lo mismo, a pesar de que cada vez hay más personas que se quedan custodiando la capital de La Plana, que no pueden disfrutar de unas vacaciones y que practican el Mos Quedem de toda la vida. Afortunadamente, un buen transporte urbano nos lleva a las playas de Castelló y al Pinar para regresar después al ardiente asfalto y las noches tropicales. Nos quedamos para abrazar la ciudad en este extraño verano de rostros enmascarados y cansados, viviendo con temor el imparable avance del coronavirus. Es la nueva peste que nos está azotando desde todas sus perspectivas y consecuencias. 

"El confinamiento sigue vigente, en cierta manera, porque el desasosiego, el miedo y la desconfianza habita entre nosotros".

Nos quedamos porque es complejo viajar entre la emergencia que comienza a decretarse, las controvertidas e indecisas decisiones, y las medidas restrictivas que ya se están aplicando. Nos quedamos, y venimos haciéndolo desde el pasado 14 de marzo, el gran día en el que nos cambiaron la vida. Nuestra forma de vida, abierta, relajada, afectiva ha ido reduciéndose a los sentimientos que emite nuestra mirada. Esos ojos que nos cruzamos en la calle, en los comercios, en el trabajo. Ojos que saludan, sonríen, abrazan y, al mismo tiempo, se resignan. El confinamiento sigue vigente, en cierta manera, porque el desasosiego, el miedo y la desconfianza habita entre nosotros. La primavera sacudió los cimientos de este planeta y este verano está sentenciando un nuevo mundo.

Mientras les escribo, este domingo, las noticias son espeluznantes, un padre asesina a su hijo de 12 años y deja malherida, en estado muy grave, a su pequeña de 10 años. Luego se suicida. La madre avisaba desde Cabanes a los servicios de emergencia. Aún no se ha determinado si se trata de violencia de género, se dice que es un caso de violencia doméstica. Los duros años de víctimas de género, de mujeres, niñas y niños asesinados nos deja la duda. Asesinar a los hijos es el espacio más cruel y oscuro de la violencia machista. Hay demasiadas víctimas, demasiados casos en los que la violencia no era evidente pero existía desde todos los frentes psicológicos, desde el poder que ejerce un hombre que se considera cabeza de la familia y poseedor del destino de su mujer y sus hijos. La muerte que nos ha llenado de dolor desde Cabanes no tiene, todavía, respuestas.

Por otra parte, la actualidad del domingo se cruzaba en mi escritura con sentimientos dispersos. A las 10 de la mañana, hora dominicana, comenzaba la ceremonia de toma de posesión de Luis Abinader como nuevo presidente de la República Dominicana y Raquel Peña como vicepresidenta. Trabajé con él en la primavera de 2012, cuando era candidato a la vicepresidencia del país. Tuve el honor de compartir como periodista la primera campaña electoral dominicana que buscaba el cambio en el país, que reivindicaba la igualdad, el feminismo, los derechos, la justicia social. Una experiencia que viví junto a su esposa y compañera Raquel Arbaje, junto a mi querida Lourdes Herrera, con el diputado socialista Julio del Valle, la directora general de Igualdad en el Gobierno de Asturias y querida periodista Nuria Varela, y un añorado grupo de compañeras y compañeros como Carlos Willian Milanesse, José Daniel Polanco, Ricaldo Familia y mi pequeña Yohanna Martínez. Éramos el equipo base de comanderas y comanderos del comando del partido revolucionario con Luis Abinader. Porque allí, las agrupaciones de los partidos políticos son comandos y la mayoría eran comandos afectivos. Este equipo base contaba con el apoyo de otras maravillosas personas como Larissa, Mercedes, Raquel o Noelia. Y todas y todos vestíamos de blanco, el color del Partido Revolucionario Dominicano porque los primeros dirigentes como el líder Peña Gómez, luchador contra Trujillo, lanzó la proclama de “Votar blanco como el color de las sábanas de los tutumpote (caciques)”

Descubrí en República Dominicana que aquel país no era solamente el destino de las lunas de miel en Punta Cana o La Romana, donde es muy posible que acabe residiendo el emérito huido Juan Carlos I, agasajado por sus amigos de allá, reyes del azúcar y denunciados por abusos y esclavitud en sus plantaciones. En mis varios meses allí tuve la suerte de conocer el país en su interior, desde su corazón, gracias a las caravanas electorales de Abinader y estrategias de un partido que buscaba acabar con las desigualdades brutales que sufre Dominicana donde vi por primera vez la extrema pobreza del tercer mundo. Y descubrí un pueblo combativo y maravilloso. No quise conocer los destinos turísticos, me quedé en la playa de Boca Chica donde iban, los domingos, las familias de Santo Domingo, y en la terraza del Palacio de la Esquizofrenia, en la calle del Conde, donde descubrí tertulias vanguardistas jamás vividas.

Antes de tomar posesión como presidente del país, Luis Abinader ya ha anunciado la incorporación, de momento, de más de un millón de dominicanos al nuevo sistema de sanidad pública. La “oficina de la primera dama”, toda una institución inmoral allá, con una plantilla de 600 personas, se ha reducido a seis personas, porque el cambio ya ha creado un Ministerio para la Inclusión y los Servicios Sociales. Puede quedarnos lejos República Dominicana, -por cierto, fuertemente afectada por el coronavirus-, pero creanme que se trata de un país muy ligado, mucho, a España y a nuestro pequeño país mediterráneo.

"el coronavirus hoy sería como el Fukú dominicano, una extraña maldición que persigue a todo el continente americano desde hace siglos".

Este artículo está siendo una especie de sancocho dominicano, aquel potaje que desayunábamos cada día bajo el justiciero clima tropical (en aquel Caribe donde se madruga y se trabaja duro). Un sancocho porque, además, el coronavirus hoy sería como el Fukú dominicano, una extraña maldición que persigue a todo el continente americano desde hace siglos, predisponiéndolos a ser encarcelados, a sufrir trágicos accidentes y, sobre todo, condenándoles al desamor, según escribe el dominicano Premio Pulitzer de Novela, Junot Díaz, a quien conocí en la Feria del Libro de Santo Domingo. Puede que Santo Domingo sea el Kilómetro Cero del Fukú, su puerto de entrada, y que viniera de África, en el grito de los esclavos. Fukú, la maldición o condena del Nuevo Mundo, porque Colón fue su partero principal. Otro promotor y sumo sacerdote del fukú fue el dictador Trujillo, el Gran Fukú. Cualquiera que conspirara o, incluso, pensara mal contra el sádico y asesino incurría en uno de los fukús más poderosos durante siete generaciones. Hay que saber que el Fukú no siempre cae como un relámpago. A veces gotea, paciente, ahogándote poco a poco. Y solo se puede combatir con la palabra Zafa, un contra hechizo que nos protege. Así que pongamos Zafa en la calle. Zafa para la ancestral Quisqueya y Zafa para esta España. Falta nos hace.

Acabo este artículo cocinando este oloroso potaje de palabra y emociones, viajando del sancocho dominicano a la olla de Xodos. Mi querido colega y amigo Ernest Nabás presentaba el pasado viernes su último libro en un espacio privilegiado, en esa atalaya que permite avistar el mar Mediterráneo y el majestuoso Penyagolosa. El Mirador de Xodos reunió con suma prudencia y cumpliendo todas las seguridades, la presentación de la biografía del poeta Pau Montolio. Els versos d’un llibertari, la poesía del compromiso y la libertad en un trabajo de investigación que Nabàs ha trabajado como un caleidoscopio bello y emocional. La tremenda posguerra transcurre entre las páginas de este excelente libro que marca las pautas de aquella rutina y su dureza que tanto maltrató a tantas personas en los pequeños municipios. De hecho, el libro de Nabàs incluye documentos de los juicios sumarísimos de personas del pueblo condenadas y señaladas por aquellos que vigilaban y acusaban.

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