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LA CULTURA INVISIBLE / OPINIÓN

El hombre que nos dejó su skate un día de lluvia

15/12/2018 - 

 Hoy leo feliz en la prensa que Wally Sanz es el responsable de fotografía de un corto que ha sido nominado a los premios Goya 2019, 9 pasos, dirigido por Marisa Crespo y Moisés Romera, e interpretado por los actores Jordi Ballester y Pablo Muñoz, y con música de Vicente Chust.

Por aquel entonces ni siquiera éramos amigos; conocidos sí, había buen rollo, pero no amigos. Amigo es quien se ha parado a pensar quién eres, y lo ha descubierto. Pero otra cosa no. Yo lo llevaba planeando unas semanas, puede que meses, pero no es real hasta que se lo metes en la cabeza a otra persona, y entonces ya no hay marcha atrás. Recuerdo aquel momento en la barra del Spoonful. El trato fue simple, una propuesta precaria, pero honesta. Yo le sacaba el billete de avión, le proporcionaba hospedaje en casa de una amiga donde tendríamos la base de operaciones y le pagaba rondas de cerveza irlandesa hasta que se acabase el dinero. Él traía su equipo fotográfico y a duras penas una muda de ropa interior —no cabía nada más en la mochila de Cannon—. Yo volaba desde Croacia, donde comenzaba mi viaje, así que tampoco llevaba gran cosa. Y menos un skate.

Me hace gracia cuando alguien de Inglaterra o Irlanda dice aquello de «este año el verano ha caído en martes». Y con esa filosofía sabíamos que con cuatro días para rodar eran suficientes; al menos tres de ellos llovería, que era lo que necesitábamos. Era finales de junio. Yo llevaba un listado de planos, y algún boceto. Estaba todo más que pensado y planeado para que no nos ocupase más de una docena de horas buenas de rodaje. Nada podía fallar, salvo que el verano aquel año duró cuatro días; precisamente aquellos cuatro días…

Cada mañana uno despertaba al otro y escuchábamos el silencio en la claraboya del techo. Ni una gota de agua caía en la isla más lluviosa de Europa. Pasábamos el día mirando el cielo, esperando un cambio que no llegaba. Las tardes, ya convencidos de que la jornada estaba perdida, las pasábamos recorriendo los pubs del centro de Dublín con colegas. Recuerdo aquellas horas como las mejores del viaje. Nos mimetizamos con el ambiente, conocíamos gente nueva a cada minuto, y cada vez más se formaba en torno a nosotros una gran familia que nunca hemos vuelto a ver, pero a algunos de los cuales atrapamos con la cámara y nos trajimos sus almas. Y también las nuestras se desperdigaron por aquellas calles, por aquella gente que nos hizo sentir parte de ellos durante aquellos días, personas con las que hablábamos veinte minutos y nunca más se han ido de nosotros, y también personas que fueron nuestra compañía todo aquel tiempo. Y de pronto, una chica se acercaba, se interesaba por nuestra cámara, nos tomaba una foto y se iba. Como si alguien se preocupase de que tuviéramos recuerdos de todo aquello.

El último día me desperté y oí la música más deliciosa del mundo, porque ya saben, la lluvia es una canción sin letra. Las gotas caían como balas sobre la claraboya. Le di un codazo a Wally y salimos de los sacos de dormir. Cogimos el equipo al completo y partimos a coger el bus. Días atrás habíamos recogido el equipamiento vikingo. Todo estaba preparado para ir al centro y filmar el booktráiler. Pero faltaba un pequeño detalle… no teníamos skate. Y necesitábamos uno para que Wally fuese filmando subido en él. De otro modo no podría seguirme y grabarme a la carrera. Había que pedir uno prestado.

Alguien dijo que el camino más rápido a veces es el más largo…

Yo conocía una tienda en Temple Bar y nos presentamos allí. Tras el mostrador había un tipo curtido en la calle de Dublín, nada menos. De semblante duro y sonrisa parca. Le explicamos lo más absurdo que había escuchado en toda aquella primavera, que yo iba a vestirme de vikingo y portar dos hachas y un puñal por el centro de la ciudad y que Wally iba a filmarme sobre un skate para el vídeo promocional de una novela. Luego le preguntamos sin tapujos si podía prestarnos un patín. Él señaló las paredes y manifestó que todos los que había allí eran nuevos, y que no iba a prestarnos un patín nuevo. Wally señaló uno usado que había junto al mostrador. El tipo nos miró forzando una sonrisa que no lo era y respondió: «Ése es mi patín —dijo casi ofendido—. Y ni siquiera os conozco». Pusimos nuestros carnés de identidad sobre el mostrador, y le dijimos que volveríamos con su patín. Él sabía que no podíamos volar de vuelta a casa sin ellos. El hombre nos miró pensativo, y finalmente nos devolvió los carnés y dijo: «A las cinco cierro la tienda, estad aquí o me arrepentiré de haberos dejado mi skate». El resto ya lo imaginan. Llovió. Rodamos un spot. Volvimos a la tienda con el skate. Regresamos también al pub. Brindamos con una multitud. Abandonamos la isla, y por fin no volvimos a dormir juntos jamás.

Queda mucho camino, pero vaya por delante mi enhorabuena a todo el equipo de 9 pasos. Alguien dijo que el camino más rápido a veces es el más largo… Suerte. Ahora, leyendo esta noticia, aquellos días locos esperando la lluvia en el Dublín más soleado de los últimos cien años me parecen un sueño lejano y plácido. Pero recuerdo perfectamente aquella sensación cuando corríamos por las calles. Recuerdo la sensación de no saber qué demonios estábamos haciendo pero sentir que estaba en las mejores manos. Si alguien podía filmar así subido en un patín y hacerlo desde la genialidad innata que tiene Wally Sanz para eso, esa persona estaba allí, corriendo conmigo bajo la ansiada lluvia. Y además, de no haber sido así, poco hubiese importado, porque para entonces las horas juntos habían forjado una bonita amistad. Y eso casi siempre es suficiente para que todo salga bien.


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