Hace unos años, en la Tate Modern de Londres, viví una experiencia muy inquietante. La caja oscura del artista polaco Miroslaw Balka ocupaba la sala de turbinas del maravilloso edificio de uno de los mejores museos del mundo. Un fascinante contenedor de 13 metros de alto, 10 de ancho y 30 de largo. Aquella sala, casi sin luz natural, mostraba la enorme estructura, por la que podías caminar en su parte inferior. Una rampa nos llevaba al interior y, en un instante, tan solo un instante, todo era oscuro, demasiado oscuro, generando un desasosiego insoportable. La oscuridad se movía, además, con los sonidos, susurros, que rebotaban de las paredes. Un universo silencioso y negro. Era el invierno de 2011. La obra How it is de Balka se inspiraba en una novela del autor irlandés S. Beckett, premio Nobel de Literatura de 1969. Una obra abierta a toda interpretación y sensaciones. Nuestro estimado Vicent Todolí, entonces director de la Tate Modern, destacó que “Balka ha creado una fascinante cámara de acero que proporcionará una experiencia a un tiempo extraña y familiar a quienes penetren en ese espacio”. Todolí acertó con aquella exposición. Era tan dolorosa, sugerente, como maravillosa.
En aquella enorme caja negra las sensaciones eran indescriptibles tras leer sobre el autor y recordar Polonia con tanto desgarro personal y colectivo. Podías escuchar el llanto de miles de personas desplazadas por las guerras, el dolor de quienes fueron exterminados por el nazismo, la tristeza interminable de quienes lo perdieron todo, la oscuridad que generaron religiones como el catolicismo en la II Guerra Mundial y en el siguiente episodio de recuperación de países como Polonia.
Salimos a oscuras y en silencio de aquel contenedor de acero. No supimos qué decir. Pero el grupo de estimadas amigas que viajamos aquel invierno a Londres sentimos belleza, arte, desconcierto, tristeza e incertidumbre. Porque el silencio era más fuerte fuera que dentro de la caja oscura.
Lo que ha pasado estos últimos días y semanas se asemeja a todo lo vivido en la instalación de Miroslaw Balka. He sentido la misma asfixia, rabia, dolor y claustrofobia que aquel día londinense. El apartheid y genocidio de Israel, la triste supervivencia de Palestina, la arrogante diplomacia de Marruecos, la “suelta”, como moneda de cambio, de menores en la frontera de Ceuta y lo sucedido con Luna, trabajadora de Cruz Roja. No sé explicar como un gesto humanitario, bello y necesario ha recibido el acoso vomitivo de una parte de la sociedad tan enferma y maligna. Sigo sin poder poner palabras a una situación tan cruel e inhumana. Las imágenes, la realidad, muestran la desesperación de un joven y su llanto. Luna lo abraza y sostiene sus lágrimas, cómo hubiéramos hecho todas las personas de bien. ¿Qué está pasando en este país para que algo tan natural, espontáneo y compasivo se convierta en acusación y discurso del odio?. ¿Somos una sociedad enferma?. No tengo palabras.
Marruecos, ese país vecino que transita en otra onda desde que Trump les diera poderes, se ha convertido en una amenaza, a pesar de las estrechas relaciones comerciales compartidas. Es gravísimo que abriera una frontera y que miles de jóvenes y menores llegaran a Ceuta, que centenares de niñas y niños emprendieran un corto viaje vendido como una excursión para ir al otro lado, que sus familias los reclamen, que ellas y ellos quieran regresar y que la gran corte marroquí no les permita el paso. Es tremendo, tanto como las excusas que señala la diplomacia de la dinastía alauí.
En medio de tantos conflictos innecesarios, provocados por los siempre dueños de este mundo y sus intereses, me quedo con la mirada y la fuerza de las mujeres saharauis, también de las sometidas mujeres marroquíes, de las palestinas y de las mujeres solidarias israelíes. Mujeres que son las principales víctimas de todas las guerras y abusos de poder.
El mismo año que visité la Tatem Modern, participé, en primavera, en los campamentos argelinos de Tindouf, en uno de los congresos internaciones de la Unión de Mujeres Saharauis. Hoy, y ante todo lo que está pasando, nada tiene sentido. Sahara Libre es un grito al cielo que debería bajar a la tierra, igual que la soberanía de Palestina. El planeta gira en torno a pandemias ignominiosas que están afectando a toda la población mundial. Los señores de este mundo no encontrarán la salida de la grave crisis que nos está llevando al abismo. Las mujeres en pie de paz, expertas en la supervivencia y la justicia social, tienen todas las posibilidades.
Las reacciones indiferentes de tantos y tantos gobiernos frente a la ignominia, la injusticia e insolidaridad, la violación de los Derechos Humanos, las guerras innecesarias, me han devuelto a aquel contenedor negro de Balka.