La penumbra, que según la RAE, es esa sombra débil entre la luz y la oscuridad, que no deja percibir dónde empieza la una o acaba la otra, acompaña estas palabras. Una penumbra que esconde el rotundo sol de la mañana de otro domingo y el asfixiante calor del cercano verano, sin saber dónde empieza la luz o acaba la oscuridad, sin saber dónde empieza la oscuridad y acaba la luz. Este juego de sombras débiles era practicado por la sabiduría de aquellas abuelas que, al amanecer, ventilaban las casas y la vida, regaban el corral, la entrada a la vivienda, y cerraban a cal y canto todas las ventanas, bajando persianas y permaneciendo casi a oscuras el resto del día, hasta la primera fresca del anochecer.
Siempre hemos combatido así el calor, en penumbra, en casas regadas, escondidas a los rayos del sol, hasta que se renacía al anochecer, suspirando por la brisa y con el tiempo suspendido sobre las sillas de enea que ocupaban los espacios de corrientes de aire, sobre todo, en la misma calle, con la persiana de madera cubriendo las espaldas de quienes miraban pasar la vida con placidez y esperanza. Siempre hemos combatido así el calor, y también el dolor, a oscuras.
Los últimos días han estado sumidos en una penumbra insoportable. La noche del viernes, la Plaça Major de Castelló se llenó con decenas de personas tristes, indignadas y cansadas. Convocadas por el Liceu de les Dones de Castelló y otros colectivos feministas, nos reunimos para escuchar y sentir los nombres de las treinta y ocho mujeres asesinadas este año, para llorar tantas muertes, el profundo dolor por el asesinato machista de las menores Olivia y Rocío, los más recientes, para exigir, con urgencia, de una vez por todas, la intervención contundente de todos los gobiernos, de todas las instituciones, para acabar con el terrorismo machista.
Hay demasiados fallos en este sistema que están costándole la vida a las mujeres. Fallos estructurales, preventivos y culturales. Debe cambiar el sistema judicial porque los maltratadores no pueden seguir agrediendo impunemente. Porque un padre maltratador nunca es, ni será, un buen padre. El machismo ambiental sigue marcando la ruta del patriarcado, a pesar de tantos minutos de silencio, mensajes de condena y propaganda institucional. El machismo ambiental habita también en los primeros despachos de las estructuras del poder, como en los primeros sillones de todos los ámbitos de la sociedad. En este contexto, el desprecio por la igualdad, la falta de respeto a las mujeres, a su libertad, a su felicidad, es una de las bases de la violencia de género que tiene un origen cultural y estructural.
La violencia vicaria es violencia de género, representando la mayor crueldad del maltratador, del machista, asesinando a las hijas e hijos de las mujeres, de madres a las que no han podido poseer y doblegar. Son madres rotas, destruidas. Manipular y utilizar a los hijos contra las mujeres es uno de los ejes de la violencia machista, y quitarles la vida es abominable, es el máximo horror que provoca un agresor asesino. Antes de que se encontrara el cuerpo de la pequeña Olivia, su madre ya había sido sometida a un juicio social sumarísimo, llegando a acusarla de “destruir una familia” y apoyando al “buen padre que se había llevado a las niñas”. No hay palabras para describir tanto dolor, para ponernos en el lugar de esa madre, de esa mujer que sufrió una vida conyugal de vejaciones, humillaciones y malos tratos de ese “marido ejemplar”. No hay palabras.
"La historia ha cambiado, sí; las leyes, también, pero la cultura machista está vigente en la mayoría de estructuras políticas, judiciales, económicas y sociales".
La rabia y la fuerza de las mujeres nos llevó a la calle el pasado viernes, y nos volverá a convocar el próximo 22 de junio. Volveremos a salir para gritar y reivindicar, para que esta sociedad entienda que la violencia machista debe combatirse, para que se entienda que las mujeres son asesinadas por ser mujeres, y a sus hijos e hijas para infringir el máximo dolor a una madre. Estos últimos días hemos seguido leyendo argumentos del negacionismo, de la derecha rancia, de los ultras de Vox, del silencio de la derecha mayoritaria de este país. Hemos visto de todo. Y ha sido indignante, desolador.
Estamos viviendo el retroceso social que ya anuncian y viven varios países europeos. Un regreso al fascismo y populismo que se extiende como una plaga, como la peor pandemia, Frenar estos avances en una obligación social de las personas demócratas, de la buena gente que defiende los derechos y la justicia social desde todas las trincheras. El feminismo, las mujeres, es el colectivo más odiado y vapuleado. Somos miles de miles y estamos en la vida, en la calle, y no queremos perder la voz de tanto gritar, ni queremos perder la libertad de hacerlo.
Las mujeres de mi generación fuimos marcadas a hierro para no olvidar que éramos la parte débil de la sociedad, para no olvidar que cada paso que diéramos hacia la igualdad llegaría con la culpabilidad a cuestas. Nos marcaron para ser el pilar doméstico de la vida de los hombres, de los hijos, para no rechistar ni contradecir a “nuestro protector” de quien se debía depender de por vida. Pero, gracias a nuestras mujeres feministas antecesoras, aprendimos y estamos muy activas en la lucha por reivindicar nuestros derechos y más igualdad, toda la igualdad real que nos pertenece. Y, como sigue sucediendo ahora, pagamos un precio excesivamente elevado.
Las mujeres seguimos siendo esos seres inestables, alocados, irresponsables, caprichosos, inseguros, que todavía hoy define el sistema judicial. La historia ha cambiado, sí; las leyes, también, pero la cultura machista está vigente en la mayoría de estructuras políticas, judiciales, económicas y sociales. Y, como escribía antes, ya no sirven los minutos de silencio ni las propagandas institucionales.
En la penumbra, escribiendo sobre el dolor y la rabia, suena de lejos la tenebrosa voz de aquella Rosa Díez que navegó anunciando el Apocalipsis, no vamos a callar ante los autoindultos de un presidente que asociado con los grandes delincuentes traiciona sus obligaciones constitucionales. Alucinante. El PP, Ciudadanos y Vox han acudido a esta llamada del fin del mundo y de la llegada de un Mesías. Algunos y algunas, disimulando, pero estando en primera fila. El PP, además, ha recogido firmas en diversas ciudades del país, mareando la opinión pública, porque todo es manipulación y es tan evidente como informarse en internet y consultar las hemerotecas de la prensa. Solamente interesa la provocación y la confrontación, no hay interés general frente a una estrategia calculada hacia la destrucción de la sociedad, siguiendo la estela de la ultraderecha propia y europea. No hay nada más.
Y, mientras, las mujeres, sobre todo, somos las primeras víctimas, estamos sufriendo la ignominia de estos partidos políticos, de la derecha de siempre, que están embaucando a una sociedad que debería defenderse para no irse a la deriva.