Ayer ampliamos la familia. Rescatamos a Núvol de las fauces de la selección natural. Era el más pequeño o el único ejemplar de una camada felina que decidió venir al mundo en nuestro pedazo de planeta —siendo consciente, no crean, de que el Planeta no le pertenece a nadie, y menos aún a un ser humano—. Está débil, casi ciego por una infección ocular, y tenía hipotermia cuando lo cogimos. La veterinaria nos advirtió de que si consigue vivir, seguramente, será un animal enfermizo, débil y con una vida precaria. Si intentaba convencernos de que le diéramos un hogar, una pequeña república donde pelear el amor, lo consiguió. No sabemos qué pasará cuando Cendra —nuestra perra cuyo único interés por salir de casa radica en perseguir gatos— y Núvol se encuentren en el pasillo. De momento retrasamos la guerra. Él está muy débil, y la batalla que libra ahora es de la vida con la muerte. La madre es una preciosa gata gris que venía a amamantarlo a diario. Pero eso no fue suficiente para que no enfermara, y ella parece que ya comprendía que él nunca iba a salir vivo ni solo de ese retal salvaje de tierra. Y cada día aparecía menos. Creo que si ha vuelto, puede haber sido un alivio para ella no encontrarlo allí muerto, porque con la bajada de temperaturas y las anunciadas lluvias, no hubiese llegado al lunes.
Todo esto para decir que no hay quien saque a mi hija de casa. Que convertido un baño en improvisado hospital gatuno, la doctora de cinco años no se separa de él ni por un descuido. Cuando lean esto, dentro de unas horas, espero poder haber negociado con ella como el más experto embaucador, y estar en familia —bueno, Lluïsa estará preparando la Nit de l’Art en Borriol, una atractiva velada si aún no tienen planes— en dos citas que me esperan y que casualmente comparten población, Borriana, y de pasada, intereses, y familia, y calle, y compromiso, y todo lo que quieran poner a continuación.
Se trata, por un lado, del festival más genuino —lo siento, ser imparcial cuando hay música de por medio no es algo de lo que acusarme en un juicio— de cuantos puede ir a ver uno a un tiro de piedra, como quien no quiere la cosa, en familia o solo, borracho o sobrio, con sed o hambre o ganas de bailar. El Maig di Gras es la mejor excusa para convertirse en plaza, en sábado, en primavera tardía, para ser brisa fresca en la sombra o cerveza caliente en el sol. Para descubrir música que crees que ya conocías en el mismo momento de empezar a sonar, porque la música, la música de verdad es al ser humano lo que un arco y unas flechas, lo que una espiga de trigo, lo que una bebida fermentada o un fuego: es un bien universal, un estadio universal, una meta, a la que como especie hemos llegado todos los grupos humanos sin excepción. Un lugar común. Un éxito común… la música.
la música de verdad es al ser humano lo que un arco y unas flechas, lo que una espiga de trigo, lo que una bebida fermentada o un fuego: es un bien universal, un estadio universal, una meta, a la que como especie hemos llegado todos los grupos humanos sin excepción.
Hay una teoría, que confieso no conocer a fondo, incluso puede que lo haya inventado, o lo haya soñado… vayan ustedes a saber… Pero hay una teoría que asegura que aquello que nos da placer nos garantiza la supervivencia, ya sea como individuos o como especie. Es decir, aquello que nos asegura la supervivencia nos reporta placer. Es una simple cuestión pragmática, un capricho de la biología. El sexo nos da placer. El sustento, el alimento y el agua, también. Incluso, y perdonen ustedes, ir al váter nos da placer. ¿Qué bienestar tan enigmático nos produce el arte, la música, la literatura… para necesitar practicarlo, contemplarlo…? Y lo más encriptado de todo este asunto, ¿de qué manera esa contemplación o ejercicio del arte, la música o la literatura nos asegura la supervivencia como especie o como individuos? A bote pronto, como especie, un antropólogo hablaría de la cohesión del grupo, del orden tribal, de la organización del calendario festivo en torno a las estaciones y un largo etcétera. ¿Y a nivel de individuo? Pues ahí es donde pone el foco esta teoría. El arte, la música, la literatura… nos producen un bienestar capaz de reforzar nuestro sistema inmunitario, de sanarnos, vaya, no de manera categórica, no. Simplemente, refuerza nuestra salud. Así que, déjense llevar por sus pies hasta el Maig di Gras y déjense sanar por un ambiente único. Tienen hasta este domingo.
La otra cita es a unos pocos cientos de metros. En la Casa de Cultura La Mercé, donde la artista Angie Vera se encerró ocho días, en blanco y negro, para plasmar un mural con 28 imágenes que muestran la lucha feminista desde 1791. Este domingo también es el último día para poder admirarlo. Les espero en ambos templos de la dignidad si los he convencido. Salud.