Es como la historia del vendedor de tornillos. La que cuenta que si entra un vendedor de tornillos en tu casa verá más de diez mil tornillos en los que tú ni siquiera habías reparado nunca. Pues es lo mismo. Para mí el surf prácticamente ni existía. La última vez que expuse mi piel frágil de pelirrojo a los rayos uva tenía diecisiete años, y por aquel entonces, el surf sí que aseguro que no existía en aquella playa. Y a partir de ahí ocurrieron dos cosas. La primera es que reconocí por fin ante mí mismo que mi piel y el sol debían estar alejados el uno del otro. La segunda es que no volví a pisar una playa salvo para borrar noches de música y alcohol bajo las aguas calmas de la madrugada. Así que para mí el surf prácticamente no existía más allá de los estampados de las camisetas del Carrefour cada verano.
Y entonces ocurrió que comencé a pensar mi próxima novela. Y llegó el verano a ella, y llegó la población de Borriana a ella, y llegó el surf… a ella. Pero yo continuaba sin verlo, creo que necesitaba una señal. Una revelación. Un flechazo. Cuando escribo una novela, siempre hay un tema troncal que me absorbe como una manga marina, sin remedio. Un tema que me persigue día y noche. En la salud y en la enfermedad. Un amor intenso, un romance, que no pide nada y lo da todo. Así viene un tema a mis novelas. Pero el surf continuaba sin aparecer por ningún sitio. No más allá de momentos sueltos. Pero nada comparado a lo que necesitaba para encender motores.
Y una tarde, el pasado mes de julio, ocurrió. Salimos a la playa en familia por primera vez los cuatro. Cuando vamos, las pocas veces que encontramos el momento, siempre es con el sol bajo ya, cansado y viejo. Aun así, yo no me quito la camiseta, incluso el sol de la tarde puede hacer una barbacoa con mi espalda, y me dediqué a pasear de arriba abajo por la orilla porteando a mi hijo mientras las olas mordían mis pies. Y al llegar los vi, las vi, porque había tantas mujeres como hombres. Aquel hecho le otorgó credibilidad a todo lo demás. Parecían gaviotas posadas en el mar. Un mar plateado, dorado, bronce… un mar metálico y cálido al mismo tiempo. Y ellos en silencio. En calma. Sentados sobre sus tablas. Al ritmo del vaivén de las olas. Del vaivén del mundo, de la propia rotación terrestre. Y por ende, al vaivén del universo. Pasaron unos minutos antes de que rompiera otra ola, y ese tiempo fue suficiente para que aquella imagen ocupara a la fuerza mis pupilas, mi mente, mis sueños, hasta convertirme en un vendedor de tornillos.
si alguien busca la esencia del surf clásico,si hay un lugar donde el espíritu de Miki Dora pervive, ese lugar es Borriana, o Burrifornia, como ya se la conoce en círculos surferos de todo el mundo
Y este vendedor de tornillos ha pasado el resto del verano escuchando el surf en el mar, oliendo el surf en la cerveza del Naraniga platja, cocinando el surf en cada arrossejat, en cada fideuà, barnizando de surf su existencia, leyendo, visionando vídeos para poder sacar siquiera un solo grano de arena para poder construir un mundo en el papel.
Y de pronto, con las lluvias de octubre, llegó el Quasimoto Surf’s Invitational Burrifornia y este vendedor de tornillos se topa de frente con la puta Estrella de la Muerte del Surf, cargada de tornillos por todas partes. En esta pasada edición, con más de 400 inscritos de todo el mundo, de lugares como Japón, Portugal, Italia o Francia, 700 surferos y surferas, y otros mil asistentes.
He escuchado a gente decir que en Borriana no hay olas, que con dos palmos no se puede hacer surf, que ya son ganas de surfear en este mar de mierda… Bueno, hay días de olas y días de otras olas, pero completamente de acuerdo si alguien viene con la intención de lucir una bonita tabla corta, pillar las mejores olas del mundo y competir. Pero si alguien busca la esencia del surf clásico, si hay un lugar donde el espíritu de Miki Dora pervive, ese lugar es Borriana, o Burrifornia, como ya se la conoce en círculos surferos de todo el mundo. Me quedo con lo que le dijo el shaper Ronnie Woodward a Pepe Birra, gurú del surf en Burrifornia: «Vosotros aquí tenéis la esencia del surf de los sesenta, no lo perdáis, tío, esto es lo que había entonces…». Y se refería al Log Style, tablas largas y una técnica majestuosa sobre las olas. Y que todo eso, sin amistad, sin compañerismo del que se respira en esta costa, no es nada.
Creo que fue Duke Kahanamoku quien dijo que el mejor surfista es el que más se divierte, apliquen esta máxima a todos los ámbitos de su vida y díganme si el aire no se torna más puro.