MURCIA. Me lo comentaban con sorpresa en Barcelona. Los adolescentes, hijos y nietos de sindicalistas y trabajadores de izquierda, al parecer sienten pasión por la bandera española. No es algo que deba parecer extraño. Con el tabú y la neurosis que hay en la izquierda, especialmente en Catalunya, hacia España y sus símbolos, no es de extrañar que para una nueva generación pudieran tener el encanto de lo prohibido. Sin embargo, este no es un caso aislado. En el resto, a escala nacional, también se reproduce. Profesores de Madrid con los que he hablado lo mencionan desde hace tiempo, pero en estos casos el patriotismo tiene tintes xenófobos y la afinidad por la ultraderecha se manifiesta, además, por el odio al feminismo.
En los años 90, quien esto escribe conocía bien a los jóvenes de ultraderecha porque tenía que correr delante de ellos fin de semana sí, fin de semana también, era la comidilla constante saber quiénes eran, dónde estaban y a quiénes conocían. No había nada peor que comprobar que alguien se había vuelto nazi, porque las conversiones eran súbitas, de un día para otro. Muchas veces el cambio se hacía por amor. Uno se echaba una novia que iba con fachas y se volvía una persona de orden en el acto, no fuera a ser que le llamasen "guarro" sus allegados y se rompiera la magia de su relación. A veces fui testigo de casos de skinheads de izquierdas que pasaban a ser de derechas. Curiosamente, nunca vi lo contrario.
Me gustaría poder decir que los que se convertían en skinheads nazis eran pobres acomplejados, pero eso es algo que nos repetimos los unos a los otros para reforzar nuestras elecciones y sentirnos mejores que semejante tropa, lo cual tampoco es difícil. Sin embargo, la realidad ni era ni es así. Nazis se hacían también chavales muy inteligentes y con una vida plena en todos los sentidos. La legión de tontos que se rapó la cabeza y se metió en líos haciendo daño y recibiéndolo fue abundante, pero no fue la norma.
A su favor también jugaba el encanto de lo prohibido, pero con coartada. Si en algún momento tenías ocasión de hablar con alguien que estaba posicionado en la extrema derecha lo primero que te contaba es que era un incomprendido, que nadie les entendía. Había también mucha victimización, pero esto es algo obvio. Todo movimiento político que quiere pasar por encima de tus derechos siempre se presenta en el papel de víctima. Según su empanada mental, la Historia nos la habían contado mal, no sabíamos los manejos que había en la sombra en nuestra sociedad y, por supuesto, todo acababa con un "nos ocultan cosas" como hoy. Las letras de sus grupos, que había bastantes, apuntaban mucho en esa dirección. Eres un incomprendido, pero conoces la verdad y eres una persona de principios, te sería más fácil aceptar la mentira, etc.
Esos mecanismos de distinción social para jóvenes con el fin de manipularlos están muy extendidos, así se configuran los rebeldes, pero sobre todo los sin causa, porque en la extrema derecha hay que tener una visión muy distorsionada de la realidad para no percibir que todo se orienta a cebarse con el débil, al que se convierte en enemigo. No por casualidad, el objetivo político de estos movimientos es que en la sociedad rija la ley del más fuerte. Después, llamarle "todos nosotros" a ese "más fuerte" es de primero de manipulación nacionalista.
Antes de la pandemia, se estrenó un documental -disponible en Filmin- que analizaba el fenómeno de la ultraderecha intentando penetrar en estos factores más psicológicos que sociales. El título, Exit, remitía a la experiencia de su directora, Karen Winther, y varios de los protagonistas entrevistados. Todos formaron parte de grupos de extrema derecha y se quisieron salir, algo que no fue nada fácil y me extrañaría que en España se haya llegado a los mismos extremos. En los casos que se presentan de Dinamarca, Estados Unidos, Francia y Alemania, uno de ellos de la RDA, estos grupos funcionan como mafias o sectas de la que no se puede escapar. Uno de los motivos para rodar el documental era mostrar a quienes quisieran desvincularse de estas redes que era posible y que existe una organización, Life After Hate, con programas para asistirles. La protagonista en cambio lo hizo recurriendo a sus antiguos amigos de izquierda.
Personalmente, el detalle que más me gusta es cuando Winther explica que acabó con los nazis como pudiera haber acabado en el circo. De hecho, antes estaba en la extrema izquierda y sus amigos eran de este ámbito. Esta historia ya la contó en un documental antiguo, The Betrayal, de 2011, pero aquí aporta más detalles. Es muy llamativo el primero de todos. Se trata de la película Christiane F. Recuerda que es una cinta que se rodó para ahuyentar a los jóvenes de las drogas. De hecho, el libro se repartía entre la juventud en muchos países. Sin embargo, a ella le fascinaba. Le atraían los ambientes oscuros y sórdidos que aparecían sobre todo con esa banda sonora excepcional del David Bowie tutelado por Brian Eno.
Otra vez, una más, y van... hay que señalar que esto no es nuevo tampoco, la heroína no difiere del fenómeno de las tribus radicales. También es algo secreto, que pertenece a un pequeño grupo, a lo que se le dedica la vida y de la que se puede extraer placer en situaciones lamentables viviendo al límite. No sé cómo rige este último punto en un grupo de nazis, pero heroinómanos que se iniciaron en el consumo para ser más hombres, más machos, más duros o no menos que sus amigos, a punta pala hubo.
Para diseccionar correctamente de qué se nutren movimientos con instintos criminales como los citados no hay que engañarse, hace falta trabajo académico, no solo documentales. Cientos de entrevistas y localización de patrones. Un trabajo aburrido, pero más solvente. No obstante, la historia de Ingo que se plantea en Exit es bien curiosa. Era carismático y bien parecido, sus vídeos reclutaron nazis por toda Europa. Lo que le pasó es que en una ocasión un periodista puso en duda todo su discurso en una entrevista personal en un reportaje de varios días. Ingo le replicó sus dogmas con chulería, pero ser consciente secretamente de que su lógica patinaba se le quedó dentro. Un día que unos nazis quemaron un edificio de refugiados asesinado a varias personas, le hizo darse cuenta de que algo así lo habían tenido que hacer sus seguidores y decidió colgar las Dr. Martens. Algo que para poder hacerlo tuvo que escapar de su país hasta hoy. Es realmente interesante ese factor, lo que todos sabemos secretamente sobre las mentiras que nos contamos.