El día del fin del mundo, sólo quedaremos como supervivientes las cucarachas y los analógicos. Con esa esperanza vivo, pensando en que un día caerá el satélite y se producirá el gran apagón, y todo volverá a la normalidad. Como boomer orgullosa y digna, me identifico y solidarizo con Abraracúrcix, aquél jefe de la irreductible aldea gala de Astérix y Obélix que, más que temer a los romanos, vivía con el miedo a que el cielo cayera sobre su cabeza.
No me lo había planteado hasta ahora como una catástrofe inevitable, dado que sigo guardando atornillada a la pared la cajita y el cable cortado de mi línea telefónica en casa, el RTC y la posterior ADSL. “Deje la cajita ahí, por si acaso…”, le dije al técnico. El anuncio triunfal de que Telefónica será la primera compañía en Europa en desprenderse definitivamente de la telefonía de cobre y analógica me llena de preocupación. Ya no hay vuelta atrás, excepto que se produzca un desastre natural o provocado. Cuando salga a la calle, miraré al cielo con el mismo temor reverente del jefe galo, oteando el horizonte por si el satélite me cae encima.
Ése día los boomer que aún quedemos sobre la faz de la Tierra conquistaremos el mundo. Sobreviviremos con lápiz y papel en mano, con el viejo coche de combustible fósil -vulgo, petróleo- y el viejo Nokia, y la Olivetti de mi tío Sento, que pasó su juventud entre campos de concentración franceses y la prisión franquista de San Miguel de los Reyes. Es así como llegó primero a manos de mi madre -“Yo ya no puedo usarla”, le dijo. Era maestro- y luego a las mías. Ése día nos cogeremos de la mano con las cucarachas bailando la danza de la guerra alrededor de una hoguera.
Como las guerras que estamos viviendo a nuestro alrededor y que sufren nuestros vecinos por el Este, al norte y al sur. Asisto asombrada a dos guerras del siglo XX en pleno siglo XXI. Guerras analógicas, de sangre y fuego. Guerras sucias y traidoras, con violaciones y cuerpos quemados, con hambre y sed. Todos los monstruos de las guerras conocidas han vuelto a aparecer en nuestras fronteras.
Esperaba una III Guerra Mundial limpia y amable, con “hackeos” en el suministro de luz, el ataque de drones a los conductos de agua y gas, o el apagón del satélite que mantiene vivo nuestro mundo digital -y, a veces, imaginario- a través de internet. Las consecuencias serían igual de catastróficas pero menos dolorosas. Por supuesto que los primeros en sufrirlo serían las grandes corporaciones, con el mundo financiero en la diana. No interesa, claro. Es mejor que lo sufran los niños en Israel y Palestina o los ucranianos del Donbas.
Es por eso que en la sesión plenaria del Parlamento Europeo, que esta semana se celebra en Estrasburgo, estarán ausentes estos niños mientras el resto disfruta de la magia de los mercadillos de Navidad. Tampoco se les espera en Bruselas, preocupados por los acuerdos de pesca post-Brexit con el Reino Unido, la revisión de las normas sobre los envases y sus residuos, el nuevo pacto fiscal o la inclusión del catalán, el gallego y el euskera como lenguas oficiales de la Unión Europea. No es tan fácil. España ha tenido que pedir la modificación del Reglamento 1/1958, que regula la oficialidad de las lenguas comunitarias.
Incluso el Consejo de Política Común de Seguridad y Defensa se ha alejado de su entorno geoestratégico en peligro aprobando tres nuevas misiones civiles en Armenia, Moldavia y el Golfo de Guinea. E incluso ha ido más lejos, con la aprobación de medidas restrictivas adicionales contra cuatro personas y dos entidades, “en vista de la grave situación que continua en Myanmar/Birmania”.
Por iniciativa propia, sólo cuatro países -España, Bélgica, Irlanda y Malta- han propuesto que el Consejo Europeo pida el cese al fuego en Gaza durante la Cumbre que se celebra esta semana. Se une a este gesto el de una delegación de sólo dos eurodiputados que se han atrevido a salir de su zona de confort desplazándose hace cuatro días hasta el Territorio Palestino Ocupado e Israel. La eurodiputada Nathalie Loiseau ha vuelto de allí con el mensaje oficial: “Hamas cometió atrocidades y lanzó una guerra contra Israel. El sufrimiento es masivo en ambos lados”. El satélite aún no ha caído.