No hace mucho, un grupo de amigos me incluyó en una especie de grupo de celebración de la llegada del primer trailer de la nueva entrega de las aventuras de Indiana Jones. Entusiasmados, estaban. Como los niños que descubren de madrugada, cuando el sol de Navidad todavía no ha asomado el hocico, que en el suelo del salón, junto al árbol repleto de regalos, hay un trozo de zanahoria mordisqueada por un reno de Papá Noel. Soy muy partidario de la ilusión, de contemplar el universo con ojos infantiles. Como ya he escrito varias veces, daría cualquier cosa por volver a ver el mar por primera vez. Pero en algún punto de mi camino me extirparon la nostalgia. Y el avance de la quinta película del arqueólogo de nuestra juventud no hacía más que calcar los planos más apasionantes de las tres primeras películas. Sucede lo mismo con la saga de Star Wars. Han conseguido que los tres primeros episodios sean los más modernos, porque siguen siendo originales. No copias de lo que nos hizo felices en algún momento de nuestra infancia o juventud.
Llega el momento de recapitular los últimos doce meses y aventurar lo que sucederá en 2023. Tampoco es que los columnistas de opinión seamos muy innovadores. Si se fijan bien, la realidad, el material con el que trabajamos, no es más que una sucesión de reposiciones y secuelas. Y no siempre hay un David Chase que convierta un argumento sencillo en un monumento como Los Soprano. 2022 se resume en que hemos vuelto a ser normales. Es decir, nos seguimos creyendo impunes, somos irresponsables, beligerantes, egoístas y suspicaces. En enero, todos teníamos un plan hasta que, parafraseando a Mick Tyson, desde el Mar Negro nos atizaron el primer guantazo. Llegaron la guerra, la inflación, la carestía. Sacamos del cajón las ansias de vivir, que con frecuencia no es más que un sinónimo de consumir, que habíamos guardado desde que un virus nos obligó a frenar. Sin que nos diéramos cuenta de que estábamos obligados a frenar. Y con la economía deshilachada, nos entregamos a las controversias extremas, que son el síntoma de nuestra incurable atracción por la nostalgia. En todos los niveles. Hasta Messi se encargó de repetir la foto en la que Maradona besó la Copa del Mundo. Queremos regresar permanentemente al País de Nunca Jamás en el que alguna vez fuimos felices. A los 10 o a los 50 años. Pero no nos atrevemos a contagiarnos el síndrome de Peter Pan.
Pues ya toca. Acabamos de desenvolver el futuro que la tecnología lleva años poniendo a los pies de nuestro abeto y aún no sabemos qué hacer con él. 2023 debería ser el primer año en el que nos atrevemos a explorar nuevos territorios. En todos los órdenes, desde la política hasta la sanidad, desde la enseñanza hasta la nutrición, desde la literatura hasta las travesías transatlánticas. A abandonar las viejas costumbres para aprovechar las oportunidades que se nos presentan. Incluso cuando, como exige el cambio climático, debamos avanzar bastantes décadas hacia atrás. Sí, avanzar hacia atrás. A ver si, por fin, dejamos de ser normales para ser mejores, más consecuentes y solidarios con lo que nos rodea y con quienes nos rodean. A ver si dejamos de pedir siempre que todas las películas se parezcan. A ver si conseguimos que el próximo Mundial de fútbol lo gane Bangladesh.
Feliz 2023.