Ahora que acaban de celebrar la gala de los Emmy (los premios de la televisión norteamericana) del año pasado, aplazada por la huelga de guionistas, creo que es el mejor momento para una confesión. No me gustó Succession, la serie que se ha erigido en triunfadora de la noche. De hecho, me ha sucedido algo que no me había pasado jamás. Cada capítulo de esta historia de poder y avaricia me gusta más que el conjunto de todos ellos. A ver si sé explicarlo. Succession cuenta las miserias de los Roy, una poderosísima saga cuyo patriarca, Logan, es el propietario de, principalmente, un conglomerado de medios de comunicación y centros de ocio diseminados por todo Estados unidos. Logan envejece y sus tres de sus cuatro hijos –el mayor, Connor, no cuenta-, Kendall, Siobhan y Roman, se alían y traicionan, sucesivamente, para ver quién hereda el puesto. Ojo, no el dinero, que los tres son multimillonarios, sino el poder.
Y, aquí va mi explicación, como canta Diego El Cigala, asistir a una exposición tan impúdica de la podredumbre de los ricos genera una satisfacción malsana. Casi el reverso del famoso “que se jodan” que gritó Andrea Fabra cuando Rajoy anunció los recortes en prestaciones de empleo. Pero esa lucha fratricida se alarga demasiado, se repite, se hace bola en el estómago y, en mi opinión, a la serie le sobra, al menos, una temporada, de las cuatro que la forman. No puedo explicarlo mejor sin spoilers.
Bajemos del plano superestelar de los Roy a pie de calle. Pero con el concepto de poder bien anclado en la cabeza, por favor. Los hijos del Logan de la serie son lo que son desde la cuna, pero los que reflejan mejor la ambición son los satélites de la familia, capaces de cualquier cosa por trepar. De cualquier cosa. Por ejemplo, y aquí es donde rebajo el nivel, de pactar unas enmiendas demenciales para aprobar unos presupuestos, que es lo que ha hecho Luis Barcala en el Ayuntamiento de Alicante. No es ilegal dejar sin sanciones la Zona de Bajas Emisiones, como le ha pedido Vox. Pero convierte la medida en inoperativa e ineficaz. En el mismo comunicado en que lo anuncia, saca pecho de su conciencia verde, pero es imposible creérsela si te juntas con los que rechazan el “fanatismo climático” de, presuntamente, la izquierda. Veremos qué pasa cuando los descendientes de los dirigentes del partido de Abascal, que no son los Roy y no pueden costearse un búnker para aislarse de la degradación del planeta, tengan que ir comiendo raíces y hierbajos por la calle. Que pasará, en unas generaciones, como no nos pongamos pronto manos a la obra.
Tampoco va contra las normas apoyar a las embarazadas en riesgo económico o social, pero no es más que un disfraz antiabortista. Lo del servicio antiokupas debería consultarlo el PP alicantino con el castellano-leonés, para comprobar la inactividad de unas oficinas a las que no acude nadie en la autonomía castellanovieja. Y, por último, la cultura. El pacto entre ambos partidos defiende los belenes, la Semana Santa y la tauromaquia. Vamos, que las cuentas dan para una ciudad preconciliar, no estoy seguro de qué concilio se trata, pero no del siglo XXI. Todo sea por demostrar, con unos presupuestos aprobados en los que lo de menos es el importe económico, que Barcala y su ejército pueden hacer lo que les venga en gana. Poder, en suma. Pues ya les aviso yo, sin spoilers. Según Succession, el hechizo del titiritero, las ansias de manejar todos los hilos, no lleva a buen puerto. Porque siempre hay alguien más poderoso, o con menos escrúpulos, que tú.
@Faroimpostor