CASTELLÓ. “El terror es una de las formas más poéticas de contar lo que nos pasa como sociedad”, decía el director valenciano Paco Plaza en una entrevista en Cadena Ser en 2021, tras la presentación de La Abuela en el Festival de San Sebastián. Y esto es lo que, a su manera, también logra El llanto, la ópera prima del vallisoletano Pedro Martín-Calero, escrita junto a Isabel Peña (guionista junto a Rodrigo Sorogoyen de As bestas, El reino, Antidisturbios o Que dios nos perdone), por la que el director ganó el mes pasado la Concha de Plata ex aequo en el festival donostiarra, y que, tras pasar después por el Festival de Sitges y por la Seminci, llega este viernes a los cines españoles.
El llanto cuenta la historia de tres mujeres unidas por una maldición a lo largo del tiempo. Andrea (Ester Expósito) es una joven universitaria con un novio (Àlex Monner) a distancia que entra en un espiral de crisis y obsesión cuando detecta una extraña presencia. Pero nadie, ni siquiera ella misma, la cree ni puede ver esa presencia a simple vista. Veinte años atrás, a diez mil kilómetros de distancia, en La Plata (Argentina), la misma presencia aterrorizaba a Marie (Mathilde Ollivier). Camila (Malena Villa) fue la única que pudo entender lo que sucedía. Tampoco nadie las creyó. Al enfrentarse a esa amenaza persistente, en diferentes tiempos y continentes, las tres escuchan el mismo sonido que las persigue. Un llanto que las une y que nadie más escucha ni quiere creer.
Dividida en tres partes y desde los códigos del terror y el suspense, a través de esta historia, la película habla de la violencia contra las mujeres, del profundo sufrimiento que genera, de la incredulidad y el constante cuestionamiento (por parte de la sociedad y también de sí mismas) al que somete a sus víctimas, de la locura y la soledad a la que se enfrentan, de cómo esa violencia contra las mujeres se transmite de generación en generación, de los miedos heredados y estructurales que atraviesan a las mujeres, indiferentemente del lugar o el tiempo en el que vivan, pero, a su vez, de cómo esta violencia es mucho más que una maldición heredada, de cómo no solo afecta a las víctimas, sino a todo el entorno que las rodea, de cómo todo ese daño que genera no cesa y sigue perpetuándose. Con ello, también de la presencia de la muerte en la vida, de la existencia de un mundo que no vemos ni escuchamos, de lo invisible e inaudible.
Aunque de primeras pueda resultar desconcertante (lo cual tampoco es negativo), la decisión de narrar esta historia desde el terror termina resultando uno de los grandes aciertos de la película. Porque como decía Paco Plaza, el terror, si se sabe utilizar con lucidez e imaginación, puede ser una de las formas más poéticas de contar lo que sucede en la realidad. Y esto es lo que consiguen Pedro Martín-Calero e Isabel Peña en El llanto. Una de sus mayores virtudes reside precisamente en esa sutileza, en esa capacidad de utilizar los recursos del género, la libertad que permite, el juego con lo metafórico y lo simbólico, con los sonidos (la música de Olivier Arson marca mucho del tono de la película) para ir más allá, darles la vuelta, y, desde una mirada actual, hablar de forma enigmática y sugerente de esa violencia machista que nunca cesa, que existía en el pasado y que persiste en el presente, de todo cuanto genera a su alrededor.
A su vez, esa decisión de narrar desde el género, también termina siendo otra de sus grandes bazas a nivel estético. Hay imágenes verdaderamente terroríficas, de un terror fantasmal y turbador, también de una belleza oscura. El resultado es una película que se construye como un rompecabezas, que nos deja espacio para que completemos los huecos o los lugares que sus creadores no han querido completar, capaz de confiar en la intuición y en la imaginación del espectador, y de crear momentos visualmente poderosos y de cierta magia, que hablan de ese terror, ese miedo y ese dolor latentes.
El llanto es una película perturbadora, críptica e inquietante, capaz de hablar de asuntos reales y presentes desde el misterio y la imaginación. Una ópera prima potente y con personalidad sobre la violencia contra las mujeres, sobre todo cuanto la conforma y provoca, contada desde una mirada singular y atrevida, desde un terror feminista y contemporáneo. Una película que, probablemente, recordará a referentes como Tesis de Amenábar, Rojo de Kieślowski o a cierto imaginario de la escritora argentina Mariana Enríquez, y que, probablemente, también acompañará a algunos espectadores tiempo después de la proyección.