CASTELLÓ. Dice Robyn Hitchcock que cuando él lo descubrió, el rock no tenía historia, y sin embargo, ahora forma parte de la Historia. Mantiene también Robyn Hitchcock que nuestra infancia y nuestra juventud son como un museo lleno de discos sin los cuales nuestra vida no habría sido lo mismo. Robyn Hitchcock es uno de esos artistas colosales que, por longevo e inspirado, resulta tan admirable como su prolífica obra. Unos álbumes le salen más vibrantes que otros, pero rara vez graba uno que resulte prescindible u olvidable.
El último se titula Shufflemania y por momentos recuerda a las obras más destacables del museo que cada uno de sus fans ha construido en su propia mente alrededor de la obra de Robyn Hitchcock. Él también es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando nos exponemos a determinadas formas musicales. Un surrealista, un hechicero, un poeta surrealista cuyas historias parecen provenir de los sueños. La canción del hombre que convive con su esposa y con el fantasma de su antigua esposa. La canción que evoca una noche a lo Raymond Chandler que todavía está por suceder. La canción que habla de la madona de las avispas cuya llegada anuncia algo que podría ser el amor. El 16 de abril, Robyn Hitchcock vuelve a tocar a València. Actuará aquí al poco de haber concluido la Semana Santa, y eso también se parece mucho a una letra de Robyn Hitchcock.
Su padre era el novelista, dibujante y autor teatral Raymond Hitchcock, autor de la obra Percy, que en 1971 fue convertida en película por Ralph Thomas, con banda sonora de The Kinks. Robyn reconoce que tiene una mente creativa como la de Raymond, pero que él se dedica justamente a aquello que no hacía su padre: la música. Su primer grupo lo montó en 1976, en Cambridge. La propuesta de The Soft Boys contenía exactamente lo opuesto a aquello que estaba a punto de ponerse de moda. En ese momento quedaban meses para que se produjera un cambio generacional, para que la música de los sesenta y principios de los setenta fuera cuestionada por un público que valoraba la urgencia y repudiaba la melena y los pantalones de pata de elefante. Aunque la música de los Soft Boys no era un ejercicio de nostalgia, tenía sus raíces en Dylan, los Beatles, los Byrds y Fairport Convention. Como dijo alguien de Underwater Moonlight, el último disco que registró el grupo antes de separarse en 1980, “es música de los sesenta creada para los ochenta”. Pero el público no tenía entonces cuerpo para eso y, como recordaría el propio Hitchcock, no llegó a tener conciencia de que Soft Boys existían. Entonces pasó lo que suele pasar en estos casos: si da la sensación de que no existes al final te desvaneces y dejas de existir de verdad.
Cuando empezó a grabar por su cuenta, se mantuvo fiel a sí mismo, y siguió haciendo música que recordaba a cosas que aún no se habían puesto de moda. En 1981, ni Syd Barrett ni Captain Beefheart eran vistos como figuras de culto. A Robyn le ocurrió como a algunos de los artistas que poblaban el museo de su adolescencia, estaba creando canciones que solamente podrían ser plenamente aceptadas a partir de cierto momento. De ese breve periodo de transición destaca un álbum acústico, I Often Dream Of Trains (1983). A través de él, el artista transformó una etapa depresiva en una serie de canciones simples, estrambóticas y emotivas.
Canciones que son como esos sueños en los que los lugares y las personas con las que quizá hayamos estado horas antes, reaparecen liberadas de toda lógica, en una anárquica reinterpretación de la realidad. De ese disco, Hitchcock dijo que era él, pero sin diluirse en otros elementos. A continuación, reclutó a algunos ex miembros de Soft Boys, los bautizó como The Egyptians y los convirtió en su grupo de acompañamiento. Estuvo con ellos hasta 1993, casi una década haciendo álbumes y canciones que seguían ancladas en un pasado que al final dejó de estar mal visto para ponerse de moda. Este periodo se inauguró en 1985 con el álbum Fegmania! Ahí estaba “Heaven”, una de sus más espléndidas canciones, la cual, además, fue uno de los muchos himnos que resplandecieron en las eclécticas noches valencianas de aquella época.
Entre finales de los ochenta y principios de los noventa, la psicodelia fue reivindicada por el llamado rock universitario, Captain Beefheart y Syd Barrett fueron elevados a la categoría de héroes de culto, los Beatles volvieron a ser considerados como un grupo moderno y una buena parte del indie americano reconoció su deuda con Hitchcock y con los Soft Boys. En el 2000, Jonathan Demme le hizo una película en la cual el músico daba una actuación en el escaparate de una tienda, tocando canciones precedidas por monólogos que casi siempre parecen comienzos o finales de otras posibles canciones. Sobrevivió al cambio de siglo y se ha mantenido a flote a medida que este iba complicándonos la vida a todos. Ha tenido grupos con músicos como Peter Buck y Kurt Bloch. Ha grabado un disco acústico con versiones de su adorado Bob Dylan, del cual dice: “Lo admiro, aunque a veces cueste trabajo escucharlo”.
Ha dedicado conciertos enteros a discos que Bowie grabó en su etapa previa al estrellato, y en 2014 sacó The Man Upstairs, un álbum donde combinaba canciones propias con versiones. Fue maravilloso ver cómo “The Ghost In You”, de Psychedelic Furs, que venía interpretando en directo desde años atrás, se revelaba como una canción hecha a su medida. En ese mismo álbum, Hitchcock, que admira la capacidad de Bryan Ferry para impregnar de naturalidad lo que es artificial, se apropiaba con toda legitimidad de un tema de Roxy Music. El museo de la infancia es uno de esos sueños de los cuales entramos y salimos sin apenas darnos cuenta, como si viajáramos en el tiempo, pero sin llegar a ninguna parte. Cada nueva canción de Robyn Hitchcock te transporta a canciones anteriores, te hace surcar una especie de camino eterno que no tiene principio ni fin.