En los últimos tiempos hemos escuchado, en demasiadas ocasiones, eso del advenimiento de un nuevo Orden Mundial, casi siempre en boca de unos profetas, que no osaría a llamarlos falsos (como mucho oportunistas), que se prodigan en tertulias televisivas y de radio, ante un público ojiplático ávido de información (que en demasiadas ocasiones se presenta en tono amarillista, cuando no espurio), como si no existiera un mañana. Para los que tenemos, más o menos, canas estamos acostumbrados a esos cantos de sirenas pues hemos visto, o incluso vivido en primera persona, esos cambios, tras los cuales siempre se ha escuchado a esos corifeos hablar de novedad y sorpresa.
Algunos crecimos en un mundo bipolar, resultado de la Segunda Guerra Mundial. Uno, el mundo libre, liderado por el Tío Sam con sus acólitos europeos, el otro, el Imperio del Mal, Ronald Reagan dixit, liderado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y su díscola copia asiática de la China comunista; y hoy estamos, o parece que nos dirijamos a ello, a la misma situación de dos bloques con más o menos cambios en los liderazgos de esos dos polos de poder mundial.
Porque con el fin de la guerra fría (disolución de la URSS por Mijaíl Gorgachov en 1991) y el fracaso del socialismo científico en Europa y su muro de Berlín, pasamos al mundo Unipolar del “Fin de la Historia y el último hombre” del errado Francis Fukuyama, entonces se habló también del advenimiento de un nuevo orden internacional, con sus utópicos -Dividendos de la Paz-, y los EEUU transformados en gendarmes del mundo. Pero como la historia de la humanidad no tiene freno posible, esos profetas del Libre Mercado y la Democracia Liberal fueron despertados de su ensoñación por el estruendo del atentado de las Torres Gemelas el 11/S del 2001, viéndose que el Tío Sam no sólo no era invencible, si no que era vulnerable, y vuelta a empezar con un nuevo sistema mundial.
Después vino la Guerra contra el Terrorismo de George W. Bush, a la par que se desarrollaban los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU, mientras la ascensión pacífica de la China de Hu Jintao (humillado por Xi Jinping en directo en el último congreso del partido Comunista Chino) le daba cada vez más relevancia internacional. Por su parte Vladimir Putin llegaba al poder por medio de elecciones, tras una campaña salpicada previamente con atentados yihadistas, que algunos incluso consideran que fueron de falsa bandera.
Tras la gran crisis de las hipotecas con su implosión inmobiliaria, y de deudas soberanas al término de la primera década de este siglo XXI, se produjo la clara emergencia del poder Euroasiático del binomio Putin-Xi Jinping, utilizando todo tipo de acciones, tanto de soft power (poder blando) de tipo económico como ser la fábrica y banco del mundo, o cultural como la expansión del Instituto Confucio, o la comercialización económica en Europa del gas ruso gracias a los socialdemócratas alemanes primero, con Gerhard Schröder, y después con los conservadores de Angela Merkel; como de hard power (poder duro) por ejemplo la invasión rusa de Georgia en 2008, o en 2014 de Crimea y parte de Donbass, o la expansión marítima de la China Comunista, ocupando y creando islas en el mar Meridional de China, infringiendo la Convención de la ONU sobre el Derecho marítimo según la sentencia de la Corte Internacional Permanente de Arbitraje de La Haya sobre el caso de las islas Spratly en 2016, etcétera, etcétera, etcétera.
Tras todos esos cambios, llegó el penúltimo episodio del fin del mundo, la pandemia del coronavirus de Wuhan, uno más de esa serie post apocalíptica que muchos heraldos gustan de anunciar, y en la que pareciera que vivamos, para tener, así, a la sociedad atemorizada.
Finalmente en Europa, estamos en pleno y nuevo episodio apocalíptico, donde los ucranianos ponen los muertos y los europeos el dinero, y todos los demás consiguen beneficios. Los rusos, además de sus apetencias territoriales para conseguir/mantener una salida a un mar de aguas calientes -el Mediterraneo-, han batido récords de ventas de petróleo en este pasado mes de abril, gracias a sus clientes directos de India, China y Turquía, e indirectos, nosotros los propios europeos, que a pesar de las sanciones, y de forma hipócrita, lo reimportamos por medio de los anteriores, eso sí pagando un impuesto revolucionario, todo ello gracias a las sanciones de los burócratas de Bruselas. Los norteamericanos han conseguido batir récords, también, de venta de gas licuado a Europa, a la par que de forma inmediata desgastar militar y geopolíticamente al oponente ruso, y de forma mediata poner firmes, o al menos movilizar y mentalizar a la UE frente al desafío chino.
Y para finalizar China, con su política continuista de las “4 Modernizaciones”, creada en 1978 por Deng Xiaping, sigue en su ascenso para alcanzar el puesto de Hegemón, y hay claros ejemplos de ello, citaré dos de ellos. El primero, la negociación con Arabia Saudí (gran aliado en Oriente Medio de los EE.UU.) de un contrato de petróleo pagadero en Yuanes acabando con el monopolio de los petrodólares (recordemos que una medida similar de Sadam Hussein, sustitución de esos petrodólares por euros, fue, parece ser, un factor más a tener en cuenta para el fin de su régimen). Segundo el forzado acercamiento entre los dos sempiternos enemigos del mundo musulmán, como son Arabia Saudí (líder del mundo Sunni) e Irán (líder del mundo Chií), involucrados como antagónicos en numerosos conflictos, como ya hizo China entre Sudan y Sudan del Sur.
Como ven el mundo siempre está en continuo cambio, aunque dentro de unos parámetros inmutables, -intereses y poder- (hasta el momento), y ahora mismo podríamos estar en un momento decisivo y disruptivo, con ese posible cambio de liderazgo del mundo, China en lugar de EE.UU., con los consiguientes cambios de paradigma, del Challenge and Response (desafío y respuesta) de Arnold Toynbee y la máxima latina del Divide et Impera, ambos, propios de la Pax Americana, frente a “el arte del engaño”, el “vencer sin luchar” y “la concordia y la discordia” principios de Sun Tzu de su obra el “Arte de la Guerra”, muy presentes en la política exterior china y, por lo tanto, en lo que pueda resultar finalmente ser la Pax Sínica.