VALÈNCIA. La ópera prima en el largometraje de David Casademunt, El páramo, (que se estrena directamente en Netflix) podría circunscribirse dentro de la corriente de folk horror que no ha parado de crecer en los últimos años a partir del éxito de La bruja. Entorno rural, atmósfera opresiva, supersticiones y, en este caso, una terrible criatura que nace de los miedos y se nutre de ellos hasta anular la voluntad.
Sin embargo, debido a las condiciones pandémicas en las que nos encontramos, la película alcanza una dimensión inesperada: una familia se aísla del resto del mundo para vivir de forma independiente, escapando de la supuesta violencia que hay en el exterior. ¿Por qué toman esa decisión? ¿Es su casa en medio de la nada un refugio o una cárcel? Nunca sabremos bien a qué se refieren los adultos, porque el espectador siempre se situará a la altura de la mirada de un niño (interpretado por Asier Flores) que ha interiorizado que nada bueno hay más allá de los postes que sirven para delimitar el territorio de la finca.
La estructura familiar desde el principio aparece enrarecida. Lucía (Inma Cuesta) es una madre abnegada, pero Salvador (Robert Álamo) parece constantemente atormentado. Su única obsesión es que su hijo, que apenas tiene once años, se convierta en un hombre. Por eso le hace matar conejos, utilizar las armas y, en definitiva, ser valiente. Cosas de hombres. En realidad, toda la película está articulada en torno a ese camino de crecimiento de ese niño y de su paulatino desprendimiento de todas las capas que le quedan de su infancia. La presencia de la muerte tendrá un peso crucial en ese sentido, así como la forma de afrontarla.
Precisamente este tema, el de ‘hacerse hombre’, es uno de los más cuestionables de la película de Casademunt. Por una parte, porque se encuentra demasiado subrayado, por otra, porque no deja de tener una connotación un tanto trasnochada que ni siquiera tiene demasiado sentido dentro de las reglas y los códigos de wéstern que la propia película construye. En ese sentido, también resulta sospechoso que el monstruo ataque únicamente al género femenino y que termine por volver a las mujeres locas y peligrosas. Dos estigmas que llevan queriéndose erradicar durante tanto tiempo. La película utiliza la baza de la salud mental para crear un poco de ambigüedad. ¿Se trata de un monstruo real o imaginario? ¿Están los personajes siendo víctimas de las consecuencias de un encierro prolongado? Sin embargo, la paranoia afecta en su mayor parte a Lucía, sobre todo desde el momento en el que la figura protectora del hombre, de su marido, desaparece. Es entonces cuando la madre entrará progresivamente en una espiral de demencia que la trasformará por completo.
El director sabe sacar partido a los pocos elementos con los que cuenta para crear una atmósfera de malestar en la que lo fantástico poco a poco se irá apoderando del relato, sobre todo a medida que la amenaza exterior vaya acercándose. El páramo es una película solvente con una factura impecable, pero está repleta de subrayados y no termina de explotar el misterio que encierra en sí misma.