ALICANTE. El Banco Sabadell era, no hace tanto, el 'farolillo rojo' de la banca española, con una ratio de solvencia más que cuestionable, una valoración en bolsa ridícula y cercado por la apetencia de compradores potenciales que olían sangre. No es que el banco con sede en Alicante (desde 2017, cuando 'salió' de Cataluña para evitar que el procés terminase de hundirlo) pueda lanzar ahora las campanas al vuelo, pues la línea sobre la que camina sigue siendo delgada, pero lo cierto es que la situación de la entidad ha cambiado de la noche al día.
El momento decisivo llegó a finales de 2020. La pandemia había echado por tierra el plan de negocio de la entidad, y la fusión Caixabank-Bankia abrió la caja de los truenos: el destino parecía encaminado a una absorción, más que una fusión, por el BBVA. Pero apenas comenzadas, el Sabadell puso fin a las conversaciones y apostó, una vez más, por seguir en solitario. A costa de poner el cartel de 'se vende' a cualquier área de negocio que no fuese el core bancario, y el de 'se traspasa' a una de cada cuatro oficinas de su red.
La jugada, arriesgada, de Josep Oliu, que por el camino abandonó el carácter ejecutivo de su presidencia del consejo, y del nuevo consejero delegado, César González Bueno, que tomaba el testigo de un Jaime Guardiola dedicado hasta el último minuto (diciembre de 2020) a liquidar la 'herencia' tóxica de la crisis inmobiliaria y de la integración de la CAM, salió bien. Visto con perspectiva, y teniendo en cuenta que nuevas turbulencias financieras pueden hacer tambalear una vez más a la entidad.
Pero a día de hoy, el Banco Sabadell da por finalizada su estricta 'dieta', que lo ha llevado a vender no solo su servicer inmobiliario o su cartera de activos 'premium', sino también su participación en empresas de sanidad privada, su gestora de fondos de inversión, su servicio de renting y hasta su filial de pagos con TPV. También ha reabsorbido filiales como la de financiación a empleados, ha externalizado servicios técnicos y, como se decía, ha cerrado una de cada cuatro oficinas y ha echado a uno de cada cinco empleados. Al banco ya no le queda 'grasa', y a cambio, su ratio de capital brilla como hacía años que no sucedía.
La entidad finalizó el primer trimestre de 2023 con una ratio de CET 1 (la relación entre el capital básico, formado por acciones, reservas e intrumentos híbridos, y los activos ponderados por riesgo) del 12,78%, un índice que no alcanzaba desde 2017, precisamente, antes de que comenzasen las turbulencias que lo llevaron a cambiar de domicilio social. Este ratio de capital, que supera holgadamente la exigencia mínima del Banco Central Europeo (BCE), es además superior al objetivo que se había marcado el consejo del Sabadell: estar por encima del 12%.
Así las cosas, el banco que absorbió a la extinta caja de ahorros alicantina y que no ha podido dar por finalizada la 'digestión' hasta este mismo año, no tiene intención de vender más activos, a no ser que la potencial operación se plantee en términos de eficiencia o sinergias. En cuanto a amasar capital para reforzar su solvencia, la 'dieta' para reducir al mínimo su perímetro fuera del negocio bancario clásico se da por terminada.
El beneficio de Banco Sabadell en el primer trimestre experimentó un descenso del 4% respecto al mismo periodo del año anterior, hasta situarse en 205 millones de euros, al destinar 157 millones de euros al pago del impuesto extraordinario sobre los ingresos de la banca aprobado por el Gobierno. De no ser por este tributo, el beneficio de la entidad hubiera sido de 361 millones de euros, un 69,4% por encima de un año antes. La ratio de capital del 12,78% supone un alza de 24 puntos básicos sobre el trimestre anterior y de 33 puntos básicos frente a un año antes. La ratio de capital total se situó en el 18,09% a cierre de marzo de 2023, 96 puntos básicos por encima del primer trimestre de 2022.