Aún quedan 17 meses de margen para las próximas elecciones generales. 17 meses, en política, es una eternidad, y pueden pasar muchas cosas. O ninguna. Para Pedro Sánchez y su gobierno, sin embargo, a raíz de las elecciones andaluzas del pasado 19 de junio, ya empieza a perfilarse una disyuntiva: o empiezan a pasar cosas, o 2023 va a ser el Año de la Debacle, un nuevo 2011.
En lo ocurrido en Andalucía, por supuesto, influyeron factores locales. Pero estos también derivan en última instancia del PSOE. La larga hegemonía socialista en la comunidad se fundó en los años 80 sobre la sensación de un agravio histórico: a la salida del Franquismo, quitando el espejismo de una costa que empezaba a volcarse en el turismo, Andalucía era una de las autonomías más pobres y descuidadas: en 1981, un 11,5% de los andaluces era analfabeto. En los mayores de 35 años, la cifra llegaba al 20% (27% para las mujeres). El PSOE llegó con el propósito de mejorar esto, y lo cierto es que lo logró: aunque Andalucía ha seguido a la cola en muchos indicadores, la distancia con la media se ha cerrado bastante. Y una política territorial algo más solidaria ha logrado evitar en el rural andaluz una despoblación como la que vemos en la España Vaciada de la meseta.
Sin embargo, llegado cierto punto, este empuje inicial se fue agotando, y el PSOE-A fue apostando más y más por un identitarismo andaluz, vistoso pero inofensivo, para el que cultivó una base social a juego, cada vez más y más despolitizada, que mansamente aceptaba las justificaciones de su cada vez más larga presencia en el gobierno: los socialistas debían gobernar porque representaban mejor que nadie la identidad andaluza, y la prueba de ello era precisamente ¡que los andaluces los habían elegido para gobernar! Tautología circular que funcionó muy bien durante 35 años… pero donde se podía perfectamente cambiar la palabra “socialistas” por “populares”. Y efectivamente: en cuanto la derecha entró a gobernar y puso sus manos sobre las mismas palancas políticas y sociales, ha resultado que puede rellenar sin problemas el hueco social construido en 35 años. Ahora, Juan Manuel Moreno Bonilla tiene en bandeja gobernar otros 35 años, ¡sin siquiera tener que cambiar (demasiado) las políticas!
Porque recordemos que fue Susana Díaz quien inició los recortes sanitarios, y posteriormente quien subió a un millón (por heredero) el monto exento en el Impuesto de Sucesiones. Por poner esto último en perspectiva: el salario medio en España es de unos 25.000 euros, por lo que el trabajador medio en 40 años ganaría exactamente un millón. Dicho en otras palabras: en Andalucía, gracias a un gobierno que se dice socialista y obrero, el hijo del rico puede embolsarse sin trabajar el equivalente a una vida laboral sin pagar ni un céntimo de IRPF. Que esto lo defienda la derecha (mientras nos alecciona a los demás sobre la cultura del esfuerzo y lo nocivo de “las paguitas sin exigir nada a cambio”) como pilar de su hegemonía social, se puede entender (y por supuesto Moreno Bonilla aprovechó la legislatura pasada para prácticamente eliminar lo que quedaba del impuesto). Que lo haga la izquierda y aún espere ser votada, ya menos.
Parte del problema socialista es que aún cultiva una cierta idea de que el desarrollo “normal” de la política es que un partido gobierne de manera relativamente tranquila dos o tres legislaturas, y entonces la oposición gane y gobierne a su vez dos o tres legislaturas. Con cada cambio de gobierno siendo aceptado sin problemas por el perdedor, que a su vez se compromete a colaborar lealmente con el gobierno, el cual hace reformas poco a poco y de manera mesurada. Pero este ideal parece cada vez más una cosa del pasado. El sistema político parece evolucionar hacia dos puntos diferentes: por un lado, los ciclos políticos se acortan cada vez más. En el conjunto de España, pasamos de las cuatro legislaturas de Felipe González a las dos de Aznar y Zapatero. Posteriormente, Rajoy solo duró una y media, y eso a pesar de contar con una mayoría absoluta que le permitía hacer casi cualquier cosa. Sánchez parece ir por el mismo camino.
La proliferación de medios y la ubicuidad y bajo coste de las redes sociales han hecho posible un bombardeo político-mediático impensable hace 20 años. Bombardeos mediáticos, poca sorpresa, donde siempre acaba destacando el más exaltado y que hace cada vez más difícil construir un consenso amplio, pero en el que crear mal ambiente en cambio cada vez es más sencillo. Cualquier gobierno entrante tendrá apenas un año o dos para meter medidas, y después ya estará metido en tantas batallas de desgaste que tendrá que poner toda su energía en sobrevivir el previsible voto de castigo. Añadan que entramos en una era de carencias (de chips, combustibles fósiles, próximamente comida…) y que algunos actores políticos ya ni siquiera están dispuestos a aceptar cambios de gobierno y niegan legitimidad al rival desde el primer día (Donald Trump sigue afirmando sin ninguna base que le robaron las elecciones, y medio partido republicano le sigue ciegamente), y la situación es cada vez más explosiva.
Este era uno de los puntos de huida del actual sistema. El otro, la verdad, parece dar más miedo aún: que un partido, mediante alguna combinación de clientelismo descarado, trampas varias con las reglas o los distritos electorales, o dar con alguna tecla identitaria, logre una hegemonía inquebrantable. En Estados Unidos, los estados del Sur profundo se tiraron literalmente 100 años gobernados por mayorías demócratas… y tras el giro del Partido Demócrata hacia los derechos civiles, cambiaron de bandera y ahora llevan otros 40 años seguidos bajo hegemonías republicanas.
En este nuevo mundo, hay que decir que la derecha parece dominar mucho mejor las reglas: en España, de las 17 autonomías y 2 ciudades autónomas, cuatro (Castilla y León, Madrid, Murcia y Ceuta) no han visto un cambio de gobierno en más de 20 años, y en todas gobierna la derecha. El PSOE, en cambio, acabó perdiendo sus feudos de Castilla La Mancha y Extremadura en su aciago 2011, y Andalucía unos años después. (Continuidades y pérdidas, por cierto, condicionadas muchas por Ciudadanos, que allí donde era posible siempre eligió al PP sobre el PSOE, lo que debería ilustrar sobre la posición de Ciudadanos en el espectro político).
Y donde no es posible lograr la hegemonía, la derecha española ha seguido el modelo “tierra quemada” que trajo la derecha americana: entrar como un elefante, colocar a los hooligans más inútiles y leales en todas las instituciones posibles, regar obscenamente a los medios, empresas y organizaciones de tu cuerda, recortar salvajemente, en suma: arrasar con todo hasta tal punto que ni dos legislaturas de la oposición logren deshacerlo, y posteriormente atrincherarte. La legislatura 2011-2015 marcó el camino: tras ganar la mayoría absoluta gracias a un montón de demagogia sobre “cortar grasa” y bajar impuestos, Rajoy y el PP se dedicaron a hacer todo lo contrario (pero la demagogia puede adquirir vida propia, y la del PP del 2011 se materializó en VOX y Ciudadanos, cuyo programa no deja de ser el del PP de 2011 con la promesa de que “esta vez es en serio”).
Pero usaron sus cuatro años para beneficiar a los suyos y meterlos hasta en la cocina, incluyendo ese CGPJ que sigue sin renovarse (y viendo que Sánchez ya parece estar besando la lona y que la no renovación no parece pasarle coste, el PP tiene todo el incentivo para aguantar otros dos añitos así y renovarlo ya con su próxima mayoría). Posteriormente, cuando ganó la oposición, afirmar pro forma que se acepta la derrota (o ya ni siquiera eso: ciertos voceros de la ultraderecha llevan esparciendo rumores sobre pucherazos electorales desde las generales de 2019, y el primer gobierno de Sánchez se calificó de “ilegítimo” porque Sánchez gobernaba sin haber sido el más votado, por medio de una moción de censura) y posteriormente bombardear al gobierno desde el inicio con toda la artillería. Este ciclo se repetirá una y otra vez, para ver si se logra la ansiada hegemonía.
Así que, si hay una lección andaluza para el gobierno, es esa: asumir el marco de la derecha al final solo beneficia a la derecha. Primero, porque tu base se desmovilizará y seguramente pierdas las elecciones (las dos últimas elecciones andaluzas han visto una participación por debajo del 60%). Y si a pesar de todo logras ganarlas, será gracias a votantes de centro despolitizados que te obligarán a políticas “moderadas”, las cuales a su vez prepararán el camino a una larga hegemonía de derechas cuando pierdas la próxima vez.
Y con esto volvemos a Pedro Sánchez, cuya primera reacción al varapalo andaluz ha sido… bajar el IVA de la luz al 5%. Algo que promete ser tan efectivo como la bajada del IVA de la luz del 21% al 10% de hace un año, o la eliminación temporal del impuesto a la generación eléctrica, que en el fondo deja al gobierno a merced de unas compañías eléctricas que llevan un tiempo ingresando ganancias récord, y, sobre todo, que compra al completo el marco de la derecha de “los impuestos son el problema”, a su vez parte de un marco aún superior de “toda intervención estatal es un problema”.
¿Qué debería hacer el gobierno? Pues a estas alturas ya es difícil decir, pero por proponer algo que sea inequívocamente de izquierdas, potencialmente bastante popular, fácil de implementar y que ponga a la derecha en un brete, Sánchez podría nacionalizar empresas eléctricas o expropiar pisos a grandes tenedores, digamos a quien tenga más de 10 viviendas. Tampoco digo que esto vaya a hacer que gane las elecciones, pero sin duda animará a los electores más progresistas. Y sobre todo permitiría preparar una vuelta al poder en 2027: bien explotando que la derecha haya deshecho estas medidas… o, si no lo hace, prometiendo más, ¡que son viables! Vamos, lo que viene siendo la estrategia que sigue la derecha. Porque sí, la izquierda también tiene marcos y puede jugar a moverlos. Otra cosa es que la derecha acabe apropiándose de ellos: piensen que aquí hubo durante 40 años una dictadura de derechas que suprimió como pocas las libertades individuales de los ciudadanos… y aun así es la derecha la que hoy enarbola la bandera de la “libertad”. Pero precisamente por eso es tan importante para la izquierda el avanzar y ampliar su marco, continuamente. La satisfacción y complacencia con un determinado estado de las cosas es -y siempre será- conservadora. Y si para eso hay que arriesgarse y perder elecciones, hay que asumirlo, pero no arriesgarse ya hemos visto a donde lleva: a perderlas igual. Y por mucho tiempo.