MADRID. Si algo unía a los ciudadanos del bloque comunista a principios de los años noventa era la esperanza de dejar atrás la miseria soviética. Con independencia de su nacionalidad o de su edad, los ciudadanos aspiraban a llevar una vida 'normal', tal y como la entienden la mayoría de los ciudadanos de las sociedades democráticas de Occidente. Tener libertad para enriquecerse, pero, también, para leer y pensar lo que uno quiera y decir o escribir lo que piensa, sin miedo a la represión del gobierno o a una invasión extranjera.
Treinta años después, algunos países han tenido más éxito que otros en términos puramente económicos. Como ilustra nuestro Gráfico de la Semana, si comparamos la paridad del poder adquisitivo a precios actuales, observamos que, cuando acabó el comunismo, Ucrania tenía prácticamente el mismo producto interior bruto (PIB) per cápita que Polonia. A día de hoy, es menos de la mitad. De hecho, Polonia ha logrado superar por un buen margen a Rusia, a pesar de que esta última es rica en materias primas. Lo mismo puede decirse de Letonia, mientras que a los otros dos Estados bálticos (Estonia y Lituania) les ha ido incluso mejor.
El gráfico probablemente minimiza el desempeño económico de Rusia desde el punto de vista del ciudadano medio y no solo porque Rusia partía desde un nivel de rentas más alto, al ser el centro industrial y la capital imperial del antiguo bloque soviético. Desde los años noventa, la distribución de rentas y de riqueza parece haber sido extremadamente desigual: según algunas estimaciones, en 2015 el volumen de riqueza privada que los grandes patrimonios rusos habían sacado de Rusia superaba tres veces la cifra oficial de reservas netas en divisa extranjera del país.
Los periodistas más críticos con el gobierno, que los considera enemigos acérrimos, empezaron a sufrir represalias, intimidaciones e, incluso, asesinatos en cuanto Putin llegó al poder por primera vez. Para otros países de Europa del Este, como Polonia y los Estados bálticos, la pertenencia a la Unión Europea ofrece un modelo alternativo que combina libertad económica y política. La primera invasión rusa de Ucrania, en 2014, respondió a la firma de un acuerdo comercial con la UE y no a la perspectiva de que el país se uniese a la OTAN. De forma similar, una de las principales demandas de los activistas prodemocracia de la vecina Bielorrusia, víctimas de la represión respaldada por Moscú, es intensificar las relaciones con la UE.
A diferencia de lo que parece pensar Putin, hace tiempo que los ucranianos se consideran a sí mismos una nación europea y claramente independiente en proceso de definir su posición con respecto a sus países vecinos. Y, por si fuera poco, quieren decidir su propio futuro mediante elecciones libres y justas, como se hace en la mayor parte de Europa. Que Putin se sienta mortalmente amenazado por esto dice tanto sobre su régimen como las terribles imágenes de ciudades bombardeadas que está viendo el mundo estos días.
Johannes Müller es responsable de Análisis Macro de DWS