Recuerdo tus palabras aquel invierno líquido, nostálgico. Entre la nieve y el agua incesante, aquellas tempestades que cubrían el paisaje durante días, con el corazón helado y la dificultad de caminar en la ciudad amurallada. Escribiste, querida Minerva, la sensación que vivimos frente a la chimenea, mirando cómo el fuego nos consumía. Somos agua, decías. Infinitas formas. Inestables. Mutantes. Somos movimiento. Instinto. Pensamiento. Emociones. Somos líquido. Fluidos. Fuertes. Débiles. Somos agua, el elemento imparable. El espejo que nos refleja. La fuente de la vida. Luz. Ruido. Vulnerabilidad. Intensidad. Lluvia. Tormentas. No dejan de llover barro en los mapas del tiempo. Guijarros que ruedan, alertan, desestabilizan. Piedras que hieren, humillan, difaman. Flujos húmedos y cálidos procedentes que enloquecen. Presión atmosférica de isobaras dispares, furiosas. El fuerte viendo también ha golpeado este pequeño país mediterráneo. Mar y montaña viven sometidos al azote del feroz movimiento. Aire que destruye. Las rachas han superado la velocidad permitida en las carreteras secundarias. Y en los canales anímicos. Cualquier elemento frágil ha volado sin rumbo en medio del paisaje. Hasta las piedras temen este aullido que nos acompaña en tantos momentos. El viento arrasa con su paso. Hay árboles, señales, tejados derribados, pequeños, indefensos, pájaros que luchan contra los golpes que reciben en sus alas. Hasta el buitre planea con una ansiedad extraordinaria. Aires difíciles, como los escritos por Almudena Grandes, sentidos como un vendaval en el corazón humano.
La tan anunciada ola de frio y su temporal Gloria nos ha congelado más allá de lo previsto, desde sus catastróficas consecuencias hasta las previsiones de un grave futuro medioambiental. Las imágenes del litoral destrozado, los daños en locales comerciales y viviendas, las carreteras interrumpidas. Demasiadas imágenes de la costa y las consecuencias que tiene para el turismo autonómico, pero poco seguimiento de los daños que ha ocasionado este nuevo temporal en el campo, en la huerta, en las granjas de animales, en las masías, en los rebaños. La agricultura y la ganadería ha quedado tocada en los pueblos del interior donde también se ha cebado la tormenta Gloria, a pesar de las bucólicas fotos de montañas y calles nevadas, de un fin de semana al que se apuntan los habitantes urbanos para ver, tocar la nieve y colocar algún montículo sobre el coche para presumir de la aventura. Los pueblos de Els Ports han sido invadidos este fin de semana provocando situaciones de inseguridad vial, ocupando irrespetuosamente las calles de municipios que aún se están recuperando del paso del temporal. Ahora, una vez más, las personas y sectores afectados cruzarán los dedos esperando las ayudas económicas precisas, y prometidas, deseando que sean rápidas y eficaces. Porque ya se han estimado perdidas económicas millonarias, en el interior y en la costa. El temporal ha sido devastador, vientos huracanados y lluvia torrencial que han destrozado cosechas y estructuras.
La tan anunciada ola de frio y su temporal Gloria nos ha congelado más allá de lo previsto, desde sus catastróficas consecuencias hasta las previsiones de un grave futuro medioambiental.
Se llama calentamiento global o cambio climático, el eufemismo usado para denominar este proceso. Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante, ha dado, de nuevo, la voz de alarma. El último año hemos sufrido cuatro situaciones de gota fría, situación que demuestra los cambios que se avecinan en este proceso de calentamiento climático. Frente al clima, la masificación en las construcciones en cauces y cercanas a la costa siguen siendo esa barrera artificial que destruyen el agua y los temporales. Construir, destruir y reconstruir. Nos dedicamos a esto, ahora toca reparar esos paseos marítimos que deben estar impecables para la temporada vacacional de Pascua. Por otra parte, los expertos del Colegio Oficial de Geólogos consideran que sería necesario deconstruir el litoral para facilitar la reconstrucción natural de las playas como medida para evitar futuras catástrofes como la generada por el temporal ‘Gloria’. Así se han manifestado hace unos días en una información de Ballena Blanca, destacando la necesidad de cambiar de políticas urbanísticas y medioambientales. La mejor protección natural son playas amplias y despejadas. Las emergencias climáticas que se están decretando por parte de los gobiernos deben dar paso a estrategias y políticas decididas a combatir el calentamiento global.
Demasiadas imágenes de la costa y las consecuencias que tiene para el turismo autonómico, pero poco seguimiento de los daños que ha ocasionado este nuevo temporal en el campo, en la huerta, en las granjas de animales, en las masías, en los rebaños.
Rodeados de tantos temporales, vivimos con el corazón helado por realidades negras. En medio del frío, seguimos descendiendo a una sima sin remordimientos. De nuevo, con este frío, miles de inmigrantes transitan por Europa, cruzan el Mediterráneo, permanecen confinados en campos de refugiados, intentando sobrevivir. Y mueren en medio del frío climatológico y político. En nuestras calles y plazas también mueren de frio las personas sin techo. Hemos visto estos días, en portales y calles resguardadas, a personas sin techo tiradas sobre colchones, colchonetas, escondidas bajo mantas, abrigándose no solo frente al clima. Solos, acompañados, siguen durmiendo en las calles. Y recordamos los versos del madrileño Jesús López Pacheco de su obra Enfermedades de Invierno. "Hijo, abrígate bien. Y ponte la bufanda. No vayas a coger alguna bala en los pulmones que no está el tiempo bueno todavía". Aquellas palabras que cantara Luis Pastor. López Pacheco, encarcelado en la dictadura franquista, se exilió a Canadá, huyendo de las injusticias y de un fascismo que cegaba la rutina. Defendió a los pobres, a los sin techo, a refugiados y presos políticos. Y como en la poesía de Antonio Machado este país le heló el corazón. Mueren demasiadas cosas en el entorno más próximo y crece la ignominia.
Las personas nos abrazamos con una duración media de 3 segundos. Pero cuando un abrazo se alarga hasta los 20 segundos o más, se produce un efecto terapéutico tanto para el cuerpo como para nuestra mente. Necesitamos abrazos como el aire que respiramos porque ese calor y contacto entre las personas es imprescindible para convivir. El Abrazo, la emblemática obra que creara en 1976 el valenciano Juan Genovés como uno de los mejores homenajes a la convivencia democrática, ha vuelto a la actualidad al cumplirse el 43 aniversario de los asesinatos de los abogados de Atocha. La pintura, también conocida por Amnistía, se convirtió en escultura con el monumento El Abrazo de la plaza Antón Martín, en Atocha. Genovés ha explicado varias veces las emociones de la transición. “Como pintor me planteé el problema de crear una obra que expresara este deseo de la consecución, de que habíamos llegado ya al momento de que no fuéramos los buenos y los malos sino que fuera la Democracia la que hablara y con la cual tuviéramos que enfrentarnos.” Han pasado más de cuatro décadas desde que el grupo de pistoleros, relacionados con la ultraderecha de Fuerza Nueva, entrara en aquel despacho y asesinara a los nueve abogados. Un ataque del terrorismo fascista que todavía nos revuelve las entrañas. Hoy seguimos sufriendo el estallido del odio de una ultraderecha empeñada en romperlo todo.
Frente al clima, la masificación en las construcciones en cauces y cercanas a la costa siguen siendo esa barrera artificial que destruyen el agua y los temporales. Construir, destruir y reconstruir.
Querida Minerva, qué bueno y entrañable tu recuerdo. Hace diez años de su ausencia. Aquellos setenta y ocho kilos de mala leche pelirroja que escribiera Manuel Vázquez Montalbán. Continuamos pensando en él, en aquella sonrisa que surgía de los ojos, en aquella calidez, en tu sabiduría, en aquel letrero del departamento de Literatura de la Universitat Autònoma de Barcelona “El pasado siglo es el XIX”, en tu generosidad, aquellas luchas y compromisos, la autonomía, el idioma propio, añoramos el conocimiento y los libros compartidos, aquellos libros que llenaban su mobiliario hasta en la cocina de Sant Cugat. Con él, Clarín y su imponente Regenta son cada vez más grandes. Seguimos sintiendo su presencia frente a una tortilla de patatas, con la alegría de los encuentros, con el calor que nos rodeaba. Siempre en el corazón profesor Sergio Beser. Se puso Fuster a la tarea mientras Beser les daba a picar migas de pan fritas con chorizo y butifarras de sangre de Morella. Sacó una garrafa de vino de Aragón, y los vasos parecían una cadena de cubos de agua en el trance de apagar un incendio. Fuster había traído del coche una caja de cartón aceitosa a la que trataba como si guardara un tesoro. Curioseó Beser el contenido y gritó: --¡Flaons! ¿Tú has hecho esto por mí, Enric?. Se abrazaron como dos paisanos que se encuentran en el Polo y explicaron al avinado Carvalho que los flaons son el escalón superior del pastisset, de todos los pastissets dels Països Catalans. En todo el Maestrazgo se hacen con harina amasada en aceite, anís y azúcar, y se rellenan de requesón, almendra molida, huevo, canela y raspadura de limón. (Los mares del Sur. Manuel Vazquez Montalban).