Cada vez que escucho a alguien hablar en nombre de la cultura, o definirse representante de ella, me sube la tensión. Debe de ser culpa de las neuronas porque para algunos todo es cultura y para otros, sólo una parte del todo o incluso la nada. Creía que el término era mucho más ambiguo y hasta mayúsculo y no lo representaba nada en concreto salvo el saber, la inquietud y el conocimiento en sí. Porque en este país una imitación puede hasta serlo y de paso dar vía libre a una subvención ministerial.
Creo que nos falta teoría, aunque nuestro Gobierno central, tan dado a cambiar formas, géneros y normas esté ahora en esa empresa de redefinir también lo que debemos considerar sólo como Cultura con ese bono joven que se ha sacado de la chistera para contentar a unos pocos o más bien ganarlos soterradamente como posibles acólitos de lo fácil, esto es, seducir a posibles nuevos votantes que cumplen los 18 años.
Nuestro ministro del ramo Iceta, al estilo Motomami de Rosalía, pasaba hace unos días por Valencia para presentar esta “ayuda” exclusiva y excluyente. Todo muy rápido y conciso, como la Rosalía que da bolos sin músicos en escena y con canciones de un par de minutos según relataban las crónicas. Al mágico Tony Bennet también le duraban los standars lo mismo pero lo hacía acompañado de una orquesta. Sin bailes, ni luces. Eran otros tiempos, aunque no tan volátiles como ahora donde ya nadie se acuerda de nada.
El Estado, por lo visto, está redefiniendo cultura y juventud ya que a ese bono que prometen únicamente pueden acceder los de determinada edad y para determinadas áreas que ellos consideran “cultura”.
Al estar dirigido a una edad concreta quiere decir también que a los de 16, 17, 19, 20, 21…ya no se les pueden considerar jóvenes, por lo visto. Serán, por tanto, simplemente consumidores.
Está muy bien eso de animar al consumo, pero no a partir de la cultura del esfuerzo sino de la mera subvención a fondo perdido. Si creen que así van a obtener más votos van apañados cuando escuchas hablar a los propios jóvenes de todas las edades sobre lo que siempre hemos entendido como juventud.
El encuentro con la denominada cultura que lo es todo y de todos, no se debe acceder a través de bonos ni subvenciones a determinados sectores, campos o espectros, sino al deseo de conocer y al interés por aprender. Porque una vez quienes puedan acceder al bono, que esa es otra, y se gasten la pasta gansa a la carrera se habrá acabado el invento. La juventud se informa de una manera diferente a la de hace una década y los mensajes políticos no alcanzan o se pierden.
Uno creía que el papel de las administraciones públicas estaba en potenciar la creación y el descubrimiento para un posterior conocimiento personal, pero no simplemente se escondía en el consumo. Pensaba que el sistema estaba en poner medios para el desarrollo artístico y cultural, descubrir o apostar por el conocimiento. O sea, cultura puesta al servicio de la creación a través de programas e infraestructuras, pero no de dogmas o simples descuentos.
Estamos rodeados de “seres inteligentes” con forma de políticos. Ya lo dice el eslogan de RTVE cuando subvenciona una película que nadie proyecta. Lo llama “Cultura Europea” y se queda feliz y contenta. Hasta Eurovisión, por lo visto, lo es cuando no deja de ser un espectáculo de usar y tirar, estilo formatos que aspiran a descubrir futuribles cantantes ligeros que se abandonan después de haber sido exprimidos. ¿Y después de las próximas elecciones, qué? ¿Quién lo pagará?
En este país continuamos trabajando a corto plazo. Nuestras instituciones están para poner al alcance de la sociedad todas aquellas posibilidades que amplíen campos de conocimiento pero no de bonos pasajeros. No por comprar un videojuego o una entrada a un monólogo uno es más culto y está mejor formado. Si fuera así, para qué refundir la selectividad y pedir pruebas de conocimiento global.
No dudo de la ayuda porque lo que esconde es un complemento a sectores que a causa de la pandemia y la crisis vivida y la que nos espera han sufrido mucho y lo va a continuar haciendo, pero también porque no han sido capaces de crear un corpus de inquietud. Menos aún de potenciar ambiciones, esto es, afán por descubrir y sentirse útil en una sociedad que confunde un concierto con un bolo pero no gana adeptos ni genera relevos en las artes escénicas, la denominada música culta, las experiencias contemporáneas de las artes visuales o simplemente se incentiva con programas el acceso a las bibliotecas o a la creación literaria. Los jóvenes creadores tienen el campo cerrado. Nadie apuesta por nada desde la objetividad.
Ahí está el problema, en la ausencia de políticas que desaten atención, o en la imposibilidad de las nuevas generaciones en acceder a los circuitos y escenarios financiados ya desde las administraciones pero reservados para los de siempre y al gusto del programador o del político de turno.
Al mismo tiempo que nuestro Iceta, que eligió el San Pío V para su sarao pero que continúa sin identificarlo, dieciséis bailarines y bailarinas locales participaban en un espectáculo conjunto en La Rambleta. La curiosidad es que el elenco estaba formado por bailarines/as que han tenido que salir de España para desarrollar su carrera en compañías internacionales ya que aquí les es imposible encontrar hueco. Pues amplíen el campo a todos los ámbitos de la “cultura” y extraigan conclusiones de un país que como en Ciencia o Tecnología deja escapar talento por falta de oportunidades y lo cambia por un bono/subvención.