Así funciona la memoria
La memoria falla pero la desmemoria conduce al olvido. No podemos permitir que olvidemos con tanta rapidez a quienes tanto hicieron por nosotros
VALÈNCIA. Sin ponernos a estudiar otros ámbitos geográficos para comprobar si el caso valenciano se da en igual medida, pues no es este el propósito ni la ambición, sí que podemos concluir por mera comprobación fáctica que en el hilo conductor de la historia del arte valenciano abundan las sagas verticales y colaterales de artistas y, en ningún caso podemos concluir que aunque las haya habido, estas no han sido relevantes, sino todo lo contrario. También podemos llegar a la conclusión de que las sagas artísticas se dan, esencialmente, hasta bien entrado el siglo XIX, incluso durante las primeras décadas del XX, y es a partir de la irrupción de las vanguardias artísticas cuando se produce la práctica desaparición de las mismas. En nuestros días, una saga de artistas es ya una rara avis. Se podría argumentar extensamente sobre ello, pero, para resumir, parece evidente que ello deviene por la definición misma de artista y la irrupción de la individualidad en su trabajo, que va cobrando forma conforme nos adentramos en la Modernidad. Los talleres en los que en buena parte se trabaja por encargo y en los que se integran los descendientes van desapareciendo, dando lugar a que, con el fallecimiento de nuestro artista la producción vinculada a su apellido, finalice. Las sagas familiares de artistas, principalmente padre e hijo, han dado lugar a una gran dificultad en la atribuciones y no pocas confusiones sobre autoría de obras. Todavía existen territorios oscuros y problemáticos al respecto y el estudioso debe acudir a pequeñas variaciones y evoluciones en el estilo o a diferencias técnicas entre el iniciador y sus sucesores. Por supuesto que la relación no es exhaustiva, pero, a pesar de ello, se comprobará que esta no es ni mucho menos corta.
Iniciemos nuestro recorrido en el Renacimiento español y tres son los apellidos ilustres: los Osona, los San Leocadio y los Macip.
Las dos primeras sagas desarrollan buena parte de su trabajo de forma coetánea, haciéndolo en la segunda mitad del siglo XV e inicios del XVI. Como es de sobra conocido y profusamente documentado, Paolo de San Leocadio llega a València en el año recibiendo en encargo junto a Francesco Pagano de pintar los frescos del altar mayor de la catedral con uno ángeles músicos. Su hijo Felipe Pablo, ya nace en nuestra ciudad y de alguna forma mimetiza el estilo de su progenitor, un artista considerablemente más dotado.
Más complicada es la distinción entre Rodrigo de Osona, al que se le llama el Viejo, y su hijo, Francisco de Osona el Joven, que trabajan principalmente en la segunda mitad del siglo XV. Existen obras que sin distinguir manos se atribuyen directamente a ambos artistas. Como sucede en algunos otros casos, la obra del padre va, cronológicamente, más allá que la del hijo puesto que vivió más años el progenitor ante la prematura muerte del joven. Como obra fundamental atribuida a Rodrigo hay que visitar el Calvario de la iglesia de San Nicolás de 1476.
Otro ejemplo de enorme relevancia es la colaboración entre dos de los pintores más importantes del último Renacimiento español: los Macip. Vicente Macip y Juan de Juanes. Estamos ya en el siglo XVI aunque es cierto que el padre, Vicente, todavía va a trabajar en la última década del siglo XV. Dado que no asume tanto las influencias italianas de los anteriores artistas todavía puede vislumbrarse un estilo gótico tardío en las primeras obras del progenitor. Juan de Juanes asume plenamente la influencia rafaelesca, de ahí su sobrenombre “el Rafael español”. Hasta hace unas décadas hubo mucha confusión a la hora de atribuir parte de la producción a uno u otro artista.
Ya estamos en el Barroco, aunque hemos de señalar que Francisco Ribalta vive parte de su existencia todavía en la segunda mitad del siglo XVI. Francisco el padre y Juan, el hijo, que vio truncada una más que prometedora carrera cuando le sobrevino la muerte a los 32 años. Recordemos en espectacular lienzo “Preparativos para la crucifixión” que pende en una sala del museo de Bellas Artes y que pintó con tan sólo dieciocho años. Si bien ninguno nace en València ambos mueren en nuestra ciudad y desarrollan su actividad más importante en nuestro entorno, por lo que se les adscribe a la Escuela Valenciana.
Otra saga es la de los Orrente, aunque en este caso el nombre del patriarca es el único que ha salido a la luz. Se sabe que disponía de un importante taller en el que trabajaban sus hijos. El llamado “Bassano” español produjo cantidad de obras, algunas sobre las que no hay duda alguna sobre su atribución y otras que hay que atribuir a su taller puesto que son de una calidad técnica sensiblemente inferior. Orrente aun nacido fuera de Valencia se le adscribe a nuestro entorno pues desarrolla buena parte de su carrera aquí. Está pendiente una exposición de este importante artista al que todavía no se le ha hecho ninguna y que serviría para “limpiar” de atribuciones mal efectuadas y sacar a la luz nuevas obras.
Es lamentable, mucho, que el callejero de la ciudad no homenajee a esta importantísima saga de artistas, quizás la más importante a la vista de las consecuencias que la fundación de la Academia de San Carlos iba a tener desde aquel instante y hasta nuestros días. Existe un pequeño callejón de nombre Vergara, junto al Almudín y que, al parecer, se refiere al escultor Ignacio. Si no fuera por este ilustre apellido, este año no celebraríamos el año Sorolla, pues nunca habría podido estudiar nuestro pintor en una academia que no se habría fundado José Vergara Gimeno en el año 1768. Hijo del arquitecto y escultor Francisco Vergara y hermano del también escultor Ignacio.
El siglo XVIII también tiene el apellido de Camarón, la saga de artistas de Segorbe. El patriarca de nombre Nicolás que era escultor. José Camarón Bonanat es con diferencia el más afamado de los artistas de la familia quien tuvo dos hijos que también se dedicaron al noble arte de la pintura y de nombres Manuel y José Camarón Meliá.
La época de la Academia neoclásica dieciochesca, propiamente dicha, finaliza con uno de los grandes artistas valencianos que iniciará otra saga de pintores y grabadores: Vicente López Portaña, Primer Pintor de Cámara de Fernando VII, quien junto a sus hijos Bernardo quien pintó el célebre cuadro de Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado, y Luís López Piquer, se adentra en el Romanticismo hasta la década de los setenta del siglo XIX. Menos celebres son los bodegonistas Miguel Parra que trabaja todavía a finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX y su hijo José Felipe Parra que abarca casi todo el XIX.
Las dos últimas grandes sagas del arte valenciano son de sobras conocidas. Ya en plena modernidad los problemas de atribución desaparecen porque también los obradores hace siglos que lo hicieron. Ello da lugar a la individualización del artista y no a lugar a que podamos confundir, más allá de la firma, una obra pintada por el artista de Godella, Ignacio Pinazo Camarlench de otra adjudicada a su hijo José Pinazo Martínez. Dos artistas pertenecientes a dos épocas que además miraron en su arte siempre hacia adelante a partir de una herencia recibida por lo que sus estilos no pueden ser más diferentes.
La conocida saga de los Benlliure es, sin lugar a dudas, de las más extensas puesto que se trata de cuatro hermanos: los pintores José, Blas, Juan Antonio que eran pintores, el célebre escultor, Mariano y el hijo de José, Peppino. Puedo imaginarme cómo serían las comidas de los domingos en esa casa.
De ahí hasta nuestros días poco más: los escultores Vicent (Carmelo y Octavio), los pintores Pedro Ferrer Calatayud y su hijo Adolfo Ferrer Amblar o los Stolz (Ramón Stolz Seguí y su hijo tocayo Stolz Viciano) especializados en pintura de flores. Como decía al comienzo, es extraño encontrar en una familia más de un artista. No obstante, permítanme que cite una última gran excepción, aunque quizás tengan ustedes algunas más en su cabeza: Francisco Sebastián le dio el testigo a su hijo Francisco Sebastián Nicolau.
La memoria falla pero la desmemoria conduce al olvido. No podemos permitir que olvidemos con tanta rapidez a quienes tanto hicieron por nosotros