El miércoles 22 de diciembre es uno de los mejores día periodísticos del año. Los sonidos del sorteo de la Lotería, que se celebra en el Teatro Real de Madrid, los números cantados por las niñas y niños de San Ildefonso, anuncian la llegada de las fiestas navideñas. En los años ochenta, cuando no existía internet, la redacción del castellonense Mediterráneo, bueno, toda la plantilla, comenzaba a trabajar antes de las ocho de la mañana. Se repartían folios en blanco, cosidos con grapas a modo de libreta, y se asignaban a cada último número del sorteo, desde el 1 al 0. Se establecían turnos y, con varias radios y televisiones a todo volumen se iba anotando los números, Era la lista de premios “tomada al oído” que muchos periódicos locales publicaban en ediciones especiales a última hora de la mañana. Después llegarían las listas oficiales, de Loterías del Estado, que se recogían en el aeropuerto de València porque era la vía más rápida para llegar a Castelló, a la edición especial vespertina de Mediterráneo.
La lista tomada al oído era más que una tradición. Era el único día del año en el que trabajamos juntas todas las secciones del periódico. Era el primer día social navideño, el día en el que celebrábamos la comida de empresa y en el que comenzaban los turnos vacacionales. De aquellos encuentros conservo recuerdos anímicos insustituibles de amigos como Pascual Carda, el Bolo, Vicent Gamir, Paqui… que se fueron pero permanecen.
Hoy, el 22 de diciembre vuelve ser el primer día oficial de las fiestas navideñas y una de las jornadas periodísticas más emocionantes si hay premios en algún municipio de las comarcas castellonenses. Escribir sobre las alegrías y los sueños de las personas es muy gratificante, y más en los tiempos que corren. Es el periodismo de calle, próximo, empático, esa forma de ejercer la profesión que cada vez se práctica menos.
El próximo 22 de diciembre será también el día de la Conferencia de presidentas y presidentes autonómicos, convocada, en formato online, por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (una convocatoria que podría ser hoy, lunes, o mañana, martes). Será el miércoles por la tarde, cuando una gran parte este país lleve descorchadas decenas y decenas de botellas de cava a los pies de las administraciones de lotería premiadas. Será la misma tarde en la que todo el país está ya casi celebrando la Nochebuena, el Nadal y el segundo día de Nadal. Además, en el contexto de un país que el año pasado no pudo celebrar nada, un país con toques de queda y duras restricciones.
La situación es grave y preocupante, con la sensación de que regresamos a la casilla de salida, a pesar de una sintomatología menor, a pesar de las dobles y triples dosis de vacunas. Pero, hay algo que inquieta ante las múltiples declaraciones institucionales. Ha regresado el desasosiego. Hay intranquilidad en el aire que respiramos, en el momento que habitamos con tantas dudas. Y, además de todo, estamos sufriendo el ensordecedor ruido de personajes como Casado y Ayuso, cuyas discrepancias, sus mentiras, confusión y alarmantes declaraciones, están siendo el más irresponsable y el peor sainete representado en este país. Quien miente y manipula, quien es el gran aliado del fascismo de Vox, no puede dedicarse a la política decente, ni ser portavoz del primer partido de la oposición. En estos momentos difíciles se hace urgente la sensatez y el diálogo
Cerramos este año incierto, inseguro, con una normalidades de infinitas definiciones, nuevas y viejas, con nada de normalidad. La mascarilla seguirá unida a nuestras vidas tras dos años de pandemia, tras un largo periodo en el que sentíamos que hemos “regresado, renacido, recuperado y restaurado”. Nada es lo que parece, ni tampoco aquello que nos dicen.
La Navidad vuelve a ser una fecha de recuerdos, de nostalgia y de mucha estima, aunque se reduzcan, una vez más, las celebraciones familiares. La gente de bien ya ha restringido demasiado su vida en estos largos meses. Gente solidaria, responsable y prudente. Pero otra mucha gente ha seguido al pie de la letra todos los conceptos sobre la victoria de las vacunas. “No pasa nada, estamos vacunados, si nos contagiamos será con síntomas leves, no más que una vulgar gripe” (hoy, aún, mucha gente no comunica al ambulatorio su fiebre o malestar, creyendo que es un simple resfriado). Una vulgar gripe es aquello que se dijo en los inicios del infierno de esta pandemia. La incertidumbre es, quizás, lo que más ensombrece estos días. La percepción de que no tenemos todas las respuestas.
En la casa nueva, con sus cajas de mudanza ocupando los espacios, las fiestas navideñas se reducen a la cena de Nochebuena, con sus raíces madrileñas. Unas horas para la alegría, los recuerdos y las ausencias. No olvidamos aquellos días 23 de diciembre, por la tarde, cuando acudíamos a la Plaza Mayor a buscar una nueva figura o un nuevo elemento para el belén que mi padre inició cuando nació su primera hija. Cada año, tres pequeños, calados hasta las cejas con gorros de lana, con guantes y escasos abrigos, seguían a su padre, como polluelos, entre la marabunta de aquel mercadillo navideño madrileño. Regresábamos a casa con algo de musgo, corteza de algún árbol, una pastora, o una oveja más, un herrero o un panadero. Buscar oficios era una tradición de mi casa. Y ese belén crecía de generación en generación. En Nochebuena había un padre que había preparado un cuento, un relato, con los personajes, y se variaba la clásica ubicación de tanto protagonista. Una tradición que repitieron sus nietos, creando belenes basados en historias de Indiana Jones y con creaciones entrañables de playmobil.
Escribo, sigue sonando la radio, escuchando un debate de científicos que ponen de manifiesto la necesidad de aplicar restricciones. La Organización Mundial de la Salud recomienda lo mismo. Mientras, estoy pensando en la preparación de la maceta de ficus, con sus pocas hojas, que cada año se convierte en un peculiar ‘árbol de Navidad’. Hace tiempo que descarté adornos e historias del pasado. Solo he intentado recuperar los relatos de aquel padre que integraba a la familia, y he revolucionado esta presencia navideña. Los bazares asiáticos han proporcionado divertidos elementos que rompen con todo. Luces psicodélicas y multicolores en lo que parecen abetos, algo friki, en ángeles y vírgenes diferentes. Mis niños pequeños disfrutan, aplauden y sonríen con tanto movimiento vertiginoso de tantos colores y nada saben de belenes. Porque vivimos navidades distorsionadas. O distópicas.