Hoy, el mundo sigue girando, moviéndose paulatinamente, con una aparente normalidad. Pero el ruido de cada movimiento es insoportable.
No era necesario que regresara el frío en abril, en estos momentos, cuando ya tenemos helada la esperanza. Qué tiempos tan convulsos e inseguros. Tiempos de guerra, muerte y de rabia. El mundo está transitando, tras la terrible pandemia, hacia nuevas realidades. Hay un malestar que revolotea cada día en el aire que respiramos, mostrando la preocupación y gravedad del presente, aunque seamos capaces de sonreír a las adversidades. Somos capaces de reiniciar, reinventar y renacer de las cenizas. Pero el momentos es demasiado triste y preocupante.
Una amiga madrileña y jubilada, que recibe la pensión mínima, está atravesando momentos muy difíciles, viviendo casi a oscuras y sin calefacción en este invierno interminable, asumiendo un alquiler que quiebra sus pequeños ingresos. Esta semana comentábamos las noticias y los precios de la cesta de la compra, porque ahora hablamos de estos temas, de cómo recorrer supermercados en busca de las marcas blancas más asequibles, de cómo reciclar alimentos y cocinar con el coste más bajo. Como ella, hay cientos de miles de personas en este país, también aquí, en nuestro pequeño país mediterráneo. Lo niveles de pobreza son alarmantes.
Además de la angustia diaria, de la incertidumbre ante el día de mañana, estamos encadenando situaciones tremendas desde hace más de dos años. Son tiempos de malos augurios, de un presente que está mostrando las garras poderosas de quienes se han empeñado en implantar un nuevo orden mundial. Porque es así, este planeta siempre ha girado en torno a los intereses de las élites, de aquellos países que han dibujado, con total precisión, los constantes mapas de la geopolítica, en todos los continentes.
Putin ha logrado desestabilizar Europa con una fuerte crisis económica, provocando la confrontación energética y, además, con el atrezzo añadido de un gobierno de los EEUU que ha decidido liberar 180 millones de barriles de crudo, un millón al día durante seis meses a partir de mayo, para combatir la subida de precios del gas y la escasez de suministro mundial tras la invasión de Ucrania. Además, el presidente norteamericano Biden ha ofrecido más gas a Europa, a cambio de recrudecer las sanciones y otras acciones contra Rusia.
Aquí, la península ha negociado y logrado avanzar en los topes a los precios energéticos. España y Portugal van a seguir otra rutina europea. Hay planes de choque para contener esta inasumible escalada de los precios energéticos, hay expectativas, decisiones nacionales y autonómicas que buscan frenar las consecuencias de esta crisis. Los sectores económicos afectados son demasiados. En Castelló, la industria cerámica atraviesa momentos muy difíciles, con regulaciones de empleo que ya afectan a miles de personas trabajadoras. Pero también están atravesando momentos difíciles el resto de pequeñas y medianas empresas. Es un efecto dominó que nos afecta a toda la ciudadanía.
Mi buen amigo A.T., y su capacidad intelectual para analizar el pasado, presente y futuro, me recuerda que las guerras siempre son la lucha de dominación frente al otro, los otros, contrincantes, competidores. Así es y así está pasando. Recordamos a ilustres pensadores que auguraban la guerra del agua como el tercer conflicto mundial, un tema ante el que China se está preparando. Ahora vivimos la gran guerra energética entre imperios energéticos, con las consecuencias de una horrible crisis humanitaria, con centenares de muertes y más de cuatro millones de personas que se han visto obligadas a huir de Ucrania.
En los años ochenta este mundo ya sufrió los conflictos del petróleo y del gas con la guerra del Golfo y la intromisión de EEUU en el mapa de los países árabes. Después llegó aquella foto de las Azores, con Bush, Blair y aquel pintoresco Aznar como presidente español, que llevó a la sinrazón de la guerra de Irak, en la que jamás se encontraron armas de destrucción masiva.
Más adelante sufrimos otros conflictos, con miles de muertos y miles de personas desplazadas desde países árabes, Siria, Afganistán… que siguen transitando desamparadas o malviviendo en demasiados campos de refugiados europeos, porque para este continentes son migrantes de otras categorías. Sin olvidar a las personas, centenares, que pierden la vida en el mar Mediterráneo y en el Atlántico huyendo de la violencia y miseria de países subsaharianos.
La hambruna mundial que está provocando la invasión de Ucrania, la inestabilidad internacional y las diferentes crisis van a provocar el gran éxodo de personas de los países del tercer mundo. Una situación que debemos asumir como primer mundo.
En momentos como el actual, las sociedades viven una convulsión que modifica profundamente el sistema democrático y los valores sociales. Junto a mi amigo A.T., tan preciso y certero, hemos reflexionado sobre el momento que vive este país, comparándolo con los años finales del siglo XIX y principios del XX, cuando persistió una gran crisis y tristeza patriótica, además de una vaciedad ideológica que provocó la deriva de muchos pensamientos políticos. En los primeros años del siglo pasado, este país atravesó una crisis de identidad que sumó a unos partidos políticos sin credibilidad y una desinformación que alteró los pilares del pensamiento popular con demasiados medios de comunicación y, sobre todo, panfletos dedicados a manipular y confrontar.
Los grandes pensadores eran la élite, los últimos testigos de la ilustración y los más alejados de la realidad de entonces. En ese contexto, previo a la Primera Guerra Mundial y a otros conflictos internacionales relacionados con este país, comenzó un proceso de polarización de la sociedad, el crecimiento de populismos y otras historia que delataban la ausencia de ideologías firmes. La desigualdad social era extrema, y la clase política solo estaba reservada a unos pocos, a las ricas familias del país.
Esta conversación con mi estimado amigo ha ido derivando hasta José Martínez Ruiz, Azorín, el alicantino que tanto cambió de ideología, desde el anarquismo hasta el firme conservadurismo y que se vio tan afectado y lúcido con los grandes cambios entre siglos. Sin duda, y a pesar de los prejuicios que le envuelven, advirtió sobre la complejidad de una Europa que lucharía con constantes conflictos, sobre un mundo no resuelto, y sobre una sociedad española desmembrada, luchando en sus territorios por una identidad impedida, viciada por los poderes dominantes y abocada a los populismos.
Antonio Machado escribió aquello tan bello, certero, y tan tristemente patriótico en un patriotismo que nadie cree: Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.