VALÈNCIA. A lo largo de su carrera, Fernando Cayo (Valladolid, 1968) ha escrutado una y otra vez los entresijos del poder. El polifacético actor ha interpretado a Napoleón, a Maquiavelo, al coronel Tamayo en La casa de papel y hasta en tres ocasiones, al rey emérito Juan Carlos I. Esta encarnación reiterada de la autoridad le ha llevado a concluir que por mucho que cambien los tiempos, la relación del ser humano con la política no cambia y que por más que vivamos en la ilusión de la democracia, “hay una gran parcela de responsabilidad política que no tenemos”.
El último monarca al que da vida es Creonte, rey de Tebas, en su enconado enfrentamiento contra Antígona por la sepultura de su hermano Polinices. El dramaturgo y director mexicano David Gaitán ha realizado una adaptación del clásico de Sófocles motivada por el asesinato en 2014 de 43 estudiantes de magisterio en el estado de Guerrero. Como la heroína griega, las familias mexicanas pidieron a su Gobierno la entrega de los cadáveres. Esta versión contemporánea habla de rebelión civil, de justicia, de libertad y de conciencia crítica. Con su representación este fin de semana en La Rambleta, el centro cultural celebra su décimo aniversario.
- ¿Por qué tenemos que enterrar a los muertos?
- Hay que enterrar a los muertos porque son un símbolo y porque hay que ajustar las cuentas. Los muertos hay que respetarlos, sean como sean.
- ¿Qué actos simbólicos te parecen innegociables?
- Todos los que tienen que ver con la responsabilidad, con la dignidad humana y con los derechos humanos básicos.
- ¿Qué podemos aprender de la desobediencia pacífica de Antígona frente al ambiente crispado que caracteriza a la política española?
- Lo que se plantea no es solo la desobediencia civil ante un acto injusto, sino la posibilidad de conversar entre las distintas partes. Gran parte de la función es un diálogo muy orgánico, potente y energético entre Creonte y Antígona y entre los partidarios de uno y de otro. Cada uno expone sus posiciones y a partir de ahí, surgen un montón de discusiones en torno a la democracia y a la responsabilidad civil. Un elemento interesante de esta propuesta en que en cada espacio se contrata de 30 a 50 personas de figuración, habitualmente jóvenes de escuelas de arte dramático, que participan convirtiendo la sala en una auténtica asamblea en la que el poder de la calle se sube al escenario.
- Tengo entendido que el público termina convirtiéndose en un coro de tebanos. ¿Qué aliciente os supone a los actores?
- Como nos dirigimos a ellos, en muchas ocasiones intervienen, gritan, hablan… Han ocurrido cosas muy emocionantes. El día del estreno en Mérida, estuvieron presentes los Reyes de España y, antes de empezar, se escucharon gritos de viva la república y viva el rey. El patio de butacas se convirtió en una asamblea de discusión.
- Debes ser el actor que más veces has interpretado al rey Juan Carlos, lo hiciste como príncipe en la miniserie 20-N y como monarca en la serie Adolfo Suárez y en la película 23-F (Chema de la Peña, 2011). ¿Para cuándo como emérito?
- Esta última etapa es bastante lamentable. Cuando lo interpreté todavía era para muchos el héroe de la transición, pero ahora da para una serie como The Crown, con tintes de Succession o Juego de tronos. Hay mucho tomate.
- ¿Qué te provoca la institución de la monarquía?
- Mi pensamiento está más cercano al anarquismo. Creo que tenemos que cuestionar todo lo que tenemos entre manos. Y desde luego, la monarquía no me parece el Gobierno ideal. Hay que replantear muchas cosas. Todo ha cambiado, la tecnología, la educación, pero seguimos viviendo con estructuras del siglo XIX. Hay que revisar los paradigmas y plantearse un nuevo mundo.
- ¿Cuál es tu relación con el poder?
- De un gran escepticismo, porque la democracia no es tal. Hemos pasado de los señores medievales a los monarcas absolutos, de ahí a las monarquías parlamentarias, en las que seguía habiendo un rey y una estructura aristocrática, y ahora vivimos en democracias dominadas por multinacionales y por la gente que acumula las finanzas. No hay más que leerse un libro de geopolítica para darse cuenta de que no somos los que gobernamos. Hay niveles en los que estamos casi peor que durante la esclavitud en el Imperio Romano. Pero, afortunadamente, hay parcelas en las tenemos capacidad de decisión, son aquellas que tienen que ver con las decisiones que tomamos, lo que consumimos, lo que compramos, el comportamiento con la gente que nos rodea, la política local…
- Tengo entendido que tu Creonte es un compendio de personificaciones del poder.
- Lo importante de esta versión nueva es que está hecha con mucho sentido del humor. El personaje de Creonte es una representación polifacética del poder: por momentos es un showman que canta y se mueve como un simio por el escenario, en otros, un Calígula caprichoso, y en otros un Obama de traje y corbata, seductor, tecnócrata. Es un personaje que juega mucho con los espectadores.
- ¿Cuál de ellos predomina en la escena política española?
- Hace unos años interpreté El príncipe de Maquiavelo y ahí está todo, desde Roma no ha cambiado nada. Los políticos se siguen comportando como gánsteres: los chantajes, las maniobras, el espionaje, los Villarejos tienen que ver con el comportamiento mafioso. Otras veces, como estamos viendo últimamente, se comportan como niños caprichosos que hacen cosas de las que luego se arrepienten. En nuestro corral político también hay seductores y seductoras que utilizan sus poses, más que actitudes verdaderamente políticas. Y otras, se conducen como gorilas violentos que arrasan con lo que tienen en su camino. Todas esas conductas las ha mostrado el hombre en su relación con el poder desde hace miles de años.
- En teatro has dirigido Por todos los Dioses, y en cine, tres cortometrajes. ¿cómo eres cuando ejerces el poder?
- Intento ser muy colaborativo. Cuando trabajo dirigiendo a un equipo es porque he reunido a un grupo de profesionales en los que creo. Cuando dirijo soy más coordinador que director. Le doy al trabajo un aire asambleario. Tanto el teatro como el audiovisual son trabajos en común, y eso supone tener cintura, tolerancia, saber pedir disculpas cuando toca y dar espacio a cada persona.
- La casa de papel es la serie de Netflix más vista en todo el mundo. ¿Qué emoción te despiertan los prejuicios hacia el cine español?
- La cultura tiene que acoger a los españoles en toda su diversidad y variedad. No puede ser que que se utilice como herramienta política en la que unos estén a favor y otros en contra, porque todos han de estar a favor. Igual que nos sentimos orgullosos de Rafa Nadal, hemos de estarlo de Almodóvar, de Banderas y de La casa de papel. Somos una potencia mundial impresionante. Todas las industrias están subvencionadas, empezando por la del automóvil; todos los sectores tienen subvenciones, como el agrícola. Hay que ser conscientes de que la cultura agrupa a 700.000 familias.
- Hablando de la proyección de La casa de papel, has arrancado el rodaje de Hasta el cielo. Fernando, en serio, ¿otra serie de robos?¿Qué imagen estás dando a las jóvenes generaciones?
- (Risas) Esta serie es distinta, Hasta el cielo tiene más que ver con el cine quinqui de los años setenta que con una serie de atracos al uso. Aporta una visión que tiene cierta crítica social, porque habla del submundo de la delincuencia del barrio de Villaverde en Madrid. Es otro tipo de perfil. Pero he de decirte que La casa de papel también tenía un trasfondo social importante, porque estaba protagonizada por un grupo de rebeldes buscando su espacio en el mundo.
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