En los últimos meses se han puesto online varias IAs (Inteligencias Artificiales), libres para interactuar con ellas. El impacto, al menos en redes sociales, ha sido de un cierto hype, hasta el punto de que las IAs ya parecen ser the next big thing: innovadoras, disruptivas, rompedoras, hervidero de emprendedores, en suma, las nuevas cryptos. Pero al margen de eso es muy interesante un debate sobre si las IAs van a hacer redundante el trabajo humano, aunque sea de aquí a 100 años, y si eso fuese así, qué clase de sociedad nos esperaría después.
Algunos (no necesariamente comunistas) dicen que cuando todo el trabajo humano haya sido reemplazado, viviremos en el comunismo. Al fin y al cabo, si nadie tiene trabajo, nadie podría comprar nada y la economía colapsaría, así que habría que introducir algún tipo de Renta Básica Incondicional. Elon Musk, nada menos, defiende la RBI con este argumento, aunque no para introducir el comunismo, cabe esperar, sino para prevenirlo evitando revoluciones causadas por el paro generalizado y la miseria acompañante.
En cualquier caso, la eliminación del trabajo por parte de las IAs sería la prueba del algodón definitiva de la teoría marxista, cuyo núcleo fundamental es la Teoría del Valor Trabajo. Muy resumidamente, esta teoría dice que el valor real de una mercancía (como opuesto al “valor de intercambio”, que es como Marx llama al precio generado en un mercado) solo puede ser el producto de trabajo humano. Por lo tanto, si ningún humano trabajara no se estaría generando valor en un sentido marxista – ni tampoco ningún “plusvalor”, la parte del valor generado por el trabajador que es apropiada por el capital en su proceso de acumulación. (El capitalismo consiste básicamente en acumular plusvalor mediante el capital - ¡por eso se llama así!) Es decir, que, desde un punto de vista teórico, el capitalismo no sería posible sin trabajo humano, y el triunfo de las IAs sí sería su final. Pero hay un inconveniente para los que ya estén sacando el cava para brindar por el fin de la opresión y la liberación del mundo esclavo: que hay otras formas no capitalistas -muchas muy poco deseables- de organizar una sociedad, incluso una sin trabajo remunerado.
Podemos encontrar un primer paralelismo en el declinar de la República Romana. Tras vencer a Cartago en 146 a. C., Roma usó su poder militar para convertirse en la dueña del mundo mediterráneo, en una serie de guerras que llevaron, entre otras cosas, a un gran influjo de esclavos a territorio romano. Obviamente, los esclavos eran humanos, pero a efectos económicos eran como una moderna combinación de robot+IA, es decir, capitalizables, intercambiables, sin derechos, y explotables sin límites. Empleados en grandes haciendas y plantaciones, su trabajo fue arruinando a la clase media de campesinos libres que eran el sostén político de la república, y que no podían competir sin rebajarse ellos mismos a una vida de esclavos.
Consecuentemente, cada vez más de ellos vendieron sus tierras a algún hacendado y se fueron a vivir a Roma, donde no tenían trabajo ni podían hacer el servicio militar, pero seguían siendo ciudadanos cuyo voto contaba (también tenían mucha prole, de donde surgió por primera vez la palabra proletarii). De modo que el sistema político primero les concedió una RBI en forma de reparto gratuito de trigo y posteriormente empezó a disputárselos en los enfrentamientos políticos. Los ricos que querían (y que eran los únicos que podían) meterse en política atraían a cuantos más proletarios mejor en una relación clientelar, y estos luego hacían campaña y votaban por ellos. En última instancia, actuaban como tropa en los choques cada vez más violentos entre facciones, y el periodo desde 146 hasta 27 a. C. es conocido como el siglo de las guerras civiles. Esto podría ser una plantilla para lo que nos espera: peones en un juego de tronos entre oligarcas cada vez más ricos. Con un poco de suerte podremos elegir al nuestro.
Un milenio más tarde, tenemos el feudalismo, donde ya ni siquiera puedes elegir a tu oligarca, sino que te toca seguir al noble en cuyo terruño nacieras. Hace dos años, yo ya describí en estas páginas el futuro de nuestra sociedad como “Feudalismo Inmobiliario”. Por lo que pude ver, la expresión levantó ampollas entre medievalistas, pero sigo creyendo que es útil como metáfora de lo que puede venir.
La Edad Media es un periodo que carece de algo que nosotros damos tan por sentado que ni siquiera lo cuestionamos: el crecimiento económico (más allá del asociado al crecimiento de la población, que también crecía bastante más lenta de lo que pensamos). Hasta la Revolución Industrial, a duras penas podemos hablar de crecimiento económico (y aun así deberíamos tomar con mucho cuidado cualquier estadística anterior a 1900), a pesar de que hoy toda la política parece girar en torno al mismo. Prácticamente todos nuestros problemas actuales, dice el consenso mainstream se resolverían con más crecimiento: el paro (porque crecimiento implica creación de empleo), la deuda (porque aumenta nuestra riqueza y con ella nuestra capacidad de pagarla), la escasez (de viviendas, de chips, de cualquier cosa)… Pero el hipotético futuro post-capitalista de las IAs sería seguramente un futuro sin crecimiento. Algo a lo que podemos acabar llegando igual por la escasez de materias primas. Por mucha financiarización electrónica que tengamos, ¡no se puede crecer sin algo de actividad en el mundo real! Así que también vale la pena considerarlo desde esta perspectiva.
Lo mínimo para enfrentar la falta de crecimiento económico a largo plazo sería reducir progresivamente la jornada laboral para repartir el trabajo, y condonar de una u otra forma todas las deudas existentes, ya que sin crecimiento económico estas no se podrán pagar. Para algunos liberales, estas dos medidas solas ya constituirían un infierno comunista. Pero, siendo mucho más cínicos, nos sale otro futuro. Para empezar, las deudas no se anularán. ¿Aunque no se puedan pagar? Sí, aun cuando no se puedan pagar jamás. Miren a Grecia en 2015. Ya decía el malogrado David Graeber, “si la historia muestra algo, es que no hay mejor manera de justificar relaciones basadas en la violencia, y de hacer que esas relaciones parezcan morales, que formularlas en el lenguaje de las deudas – sobre todo, porque hace que inmediatamente parezca que es la víctima quien hizo algo malo”.
Nuestra economía ha generado muchísima deuda -más privada que pública- desde los años 80, que es el momento desde el que la deuda crece más que el PIB. Esas deudas impagables seguirán ahí, pero reinventadas como obligaciones morales, dividiendo a la sociedad entre quienes tienen un patrimonio neto positivo y quienes lo tienen negativo, y se le pondrá algún nombre chulo a esa división, como “nobles y campesinos”, o “patricios y plebeyos” (desde aquí propongo “emprendedores y asalariados” – total, en gran parte de la prensa esas dos palabras ya se usan con la misma carga ideológica con la que un monje del siglo XII usaría “nobles y campesinos”). Lo siguiente será hacer hereditaria esa condición (que ya lo es, pero todavía atada a la herencia de los patrimonios, especialmente de los inmobiliarios) y cimentarla en leyes. Tres cuartos de eso era el feudalismo.
En cuanto al libre mercado, en una economía estática, se convertirá en una suma cero: la única forma de que crezca tu negocio es robándole clientes al de al lado. Algo ante lo que a lo largo de la historia siempre ha acabado pasando lo mismo: los productores se ponen de acuerdo y crean un cártel para no pisarse entre ellos, a costa del cliente y de no dejar entrar a nadie. Es decir, congelando el statu quo. En la Edad Media eran los gremios de artesanos (protegidos del intrusismo por las leyes), mañana -¿o quizás ya hoy?- son los CEO’s de Repsol y Cepsa pactando precios de manera informal (y protegidos del intrusismo por su tamaño).
Seguro que las IAs harán redundante algún tipo de trabajo humano. Queda por ver cuál y en cuanto tiempo. Pero, aunque el software de una IA se puede copiar infinitamente a coste casi cero, los robots físicos sí cuestan dinero. O en otras palabras: que serán propiedad de alguien. Y los dueños de un capital, ya sea robots, pisos en alquiler, tierras de labranza o esclavos cartagineses, han tendido y tienden a pensar de manera sorprendentemente similar. Así que las IAs pueden hacer posibles muchas cosas, incluso el comunismo. Pero por si solas no van a traer nada.