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análisis | la cantina 

Fosbury y los revolucionarios del atletismo

17/03/2023 - 

VALÈNCIA. Dick Fosbury murió el domingo por un linfoma y los aficionados del atletismo lloramos la pérdida de un hombre que, como pocos, revolucionó este deporte. Ya todo el mundo conoce su historia, la historia de un atleta con una cabeza privilegiada, con formación de ingeniero civil por la Universidad Estatal de Oregón, que dejó sin palabras al público del estadio de México en los Juegos del 68 saltando de espaldas cuando el resto de atletas lo hacía de frente con una técnica que se conocía como rodillo ventral.

Los espectadores enmudecieron al ver esa rareza, al ver a ese hombre correr de frente hacia el listón, girarse en el último momento para ponerse de espaldas después de la batida, del zapatazo del pie contra el tartán, para flotar sobre el listón, arqueando el cuerpo, para caer finalmente sobre la colchoneta. Y dio igual que entraran los maratonianos, que estaban acostumbrados a que ese momento, la llegada de los fondistas al estadio tras recorrer 42 kilómetros por la ciudad, fuese atronador. Esta vez no. Esta vez la gente estaba embobada viendo un salto de ese estadounidense que calzaba unas Adidas de colores diferentes: una negra y la otra blanca.

Fosbury ganó la medalla de oro con un nuevo récord olímpico (2,24), pero lo más importante es que cambió la forma de saltar. No fue algo instantáneo y recordaba esta semana la federación internacional, World Athletics, que en los siguientes Juegos, los de Múnich 72, veintiocho de los cuarenta saltadores ya utilizaban la técnica que se dio a conocer como ‘Fosbury flop’, aunque, con lo que sabemos ahora, lo realmente llamativo en Múnich fue que doce de esos cuarenta aún persistieran con el rodillo ventral.

Fosbury nunca quiso esa etiqueta de hombre revolucionario y siempre dijo que él no inventó esa técnica, que su entrenador se la vio primero a una estudiante canadiense llamada Debbie Brill y que al comprobar que su pupilo era incapaz de aprender a saltar de rodillo -lo hacía de tijera- le enseñó ese método.

Pero Fosbury no fue el único que popularizó un cambio capital en la historia del atletismo, hubo más. A principios del siglo XX, otro estadounidense, nacido también en Oregón, como Fosbury, cambió la forma de saltar con pértiga al inventarse el cajetín, entonces un agujero en la tierra, para lograr más estabilidad en el salto. Alfred Carlton Gilbert fue un tipo realmente singular. A lo largo de su vida hizo de mago, intérprete, locutor, criador de perros y hasta llegó a ostentar un récord del mundo de dominadas.

Gilbert, eso sí, destacó fundamentalmente en dos tareas: la de atleta y la de inventor de juguetes. Él fue el creador del Erector Set, un juguete para hacer construcciones que fue el primero que se anunció en las televisiones de alcance nacional en Estados Unidos y que llegó a vender más de treinta millones de unidades.

Su figura, además, inspiró una película: ‘El hombre que salvó la Navidad’ (2002). Un film que recuerda la importancia de Gilbert el año que, en plena I Guerra Mundial, el Gobierno, a través del Consejo de Defensa Nacional, pretendía suspender la fabricación de juguetes y dedicar esa industria a la campaña militar. Sólo lo evitó que Gilly se interpuso y argumentó que los juguetes eran imprescindibles para los niños. De ahí que desde entonces se le conociera como el hombre que salvó la Navidad.

Pero volvamos al atletismo porque Gilbert, además de juguetes y otros ingenios -murió en 1961, con 76 años, con más de 150 patentes-, fue el hombre que cambió la historia del salto con pértiga. El joven nacido en Salem (Oregon) en 1884, harto de haber sido era un niño raquítico, trabajó su cuerpo de manera obsesiva hasta llenarlo de músculos que le permitían escalar una cuerda de veinticinco metros en siete segundos.

En el atletismo decidió cavar un pequeño agujero bajo el listón para meter la pértiga, que, en su caso, era de bambú, más ligera y flexible que las de madera. Gracias a estos cambios batió el récord del mundo, con un salto de 3,73, en 1906. Por eso llegó a los Juegos de Londres, en 1908, como el gran favorito. Pero los jueces le impidieron usar su pértiga y tampoco le dejaron hacer el cajetín. Aún así, él quiso demostrar que era el mejor. En la clasificación pasó con un salto de 3,65 y en la final triunfó elevándose por encima de 3,70. La sorpresa, y la polémica, llegó cuando le hicieron compartir la medalla de oro con su compatriota Edward Tiffin Cook Jr porque en la clasificación, que no en la final, había saltado también 3,70.

Willie Banks, décadas después, no introdujo un cambio tan revolucionario como Gilbert o Fosbury, pero sí que añadió algo de espectáculo, y quizá también de impulso, a los concursos. El estadounidenses se hizo famoso, además de por saltar mucho, por ser el primero en entrar a una pista de atletismo con unos auriculares. Banks se ponía música motivante en sus ‘walkman’ de Sony, luego se colocaba en el pasillo, daba tres palmas, sacudía puño y salía corriendo hacia la tabla.

Banks batió el récord de los Estados Unidos en 1981 con un salto de 17,56 y su agente se lo llevó después a realizar la gira de mítines por Europa. El primero fue en Estocolmo. Allí hizo lo de siempre: se quitó los auriculares, se fue al pasillo, dio las tres palmas, levantó el puño… y entonces escuchó cómo un grupo de jóvenes borrachos le imitaban en la grada. Aquello le molestó, así que se giró hacia ellos y les lanzó una mirada asesina. Luego se inclinó hacia adelante, aplaudió tres veces y… volvió a escuchar la réplica en la grada. Banks salió corriendo y saltó 16,80.

En el segundo salto ocurrió lo mismo. Pero en el tercero, el resto de los espectadores de esa zona del graderío se unió a los borrachines en los aplausos. Banks ya no estaba mosqueado y se fue por encima de los 17 metros. Al cuarto ya estaba aplaudiéndole medio estadio. Al quinto, casi todo el estadio. Banks, motivadísimo, cayó cerca de la marca del récord del mundo. Él sabía que era nulo, pero antes de que el juez levantara la bandera roja se puso a montar un número, a hacer crecer el espectáculo. En el sexto intento ya no hubo nadie en el estadio que no le aplaudiera. Banks ya estaba desatado y saltó 17,55, a sólo un centímetro de su récord nacional.

Días después competía en Lausana. Ese día no había triple y su agente lo inscribió en el concurso de longitud. Antes de realizar el primer salto, alzó las manos, se giró y vio que todo el público se puso a dar palmas con cierta cadencia. Banks, que no era un especialista en longitud, saltó 8,11 y se llevó el triunfo.

Años después, ya hay pocos saltadores que no pidan palmas antes de un salto importante.

España también tiene sus revolucionarios y aquí hay que remontarse hasta el verano de 1956, unos meses antes de los Juegos de Melbourne, y viajar hasta París, al mitin donde Miguel de la Quadra-Salcedo lanzó jabalina de una forma nunca vista antes fuera de España, con una técnica giratoria. Miguel tiró 66,25 metros, que era un nuevo récord de España, aunque los jueces franceses se negaron a dar validez a aquella marca.

Miguel, como Fosbury, tampoco era el inventor de aquella técnica. Esa forma de lanzar venía del País Vasco y, en concreto, de Félix Erauzquin, que aplicó a la jabalina la forma de lanzar la barra vasca. Y llegado el mes de octubre, Félix llegó a lanzar 74,32 metros. Otros lanzadores fueron probando y las grandes marcas se fueron sucediendo.

Pero la bomba española llamó la atención de otros lanzadores, como los nórdicos, y el noruego Danielsen borró el récord del mundo con un lanzamiento de 93,70. Tras él vino el finlandés Saarikoski, que estuvo en Bilbao aprendiendo los secretos de esta técnica y que llegó a rozar los cien metros (99,25) a un mes de los Juegos.

La IAAF estaba muy sorprendida por esta revolución y decidió prohibirla, añadiendo al reglamento que el atleta no puede quedar en ningún momento de espaldas a la dirección del lanzamiento e impidiendo, en definitiva, el estilo giratorio. Hubo quien replicó y la federación internacional acabó argumentando que esa forma de lanzar era muy peligrosa y que por eso quedaba prohibida. Miguel de la Quadra-Salcedo mantuvo que él había batido el récord del mundo varias veces y negaba que acarreara peligro alguno. Pero sus plusmarcas no valieron y acabaron cayendo en el olvido.

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