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Gran Asociación, compromiso centenario desde el barrio de Velluters

La entidad benéfica, pionera en la ciudad de València, cumple 170 años con el objetivo de seguir siendo útil a la sociedad

30/07/2024 - 

VALÈNCIA. La importancia de la industria sedera en el retrovisor de València se hace palpable en un rápido vistazo al mapa de la ciudad que decora el acceso a la exposición permanente del Colegio del Arte Mayor de la Seda: en color ocre, el barrio de Velluters, donde se agolpaban los talleres artesanales; en azul, las calles en las que se anclaban los negocios dependientes (tintoreros o torcedores, entre ellos). Ambos colores ocupan prácticamente dos tercios del plano. El resultado es una ciudad dependiente económicamente de una industria tan potente como hoy podría ser la Ford y que, en su momento álgido, aglutinó hasta tres mil telares.

María Luisa Llorens, bibliotecaria-archivera de Gran Asociación, conoce al dedillo el lento declive de la industria sedera a lo largo del siglo XIX. La envidiable situación de este motor económico comienza a dar un giro negativo, paradójicamente, a través de la modernización de los talleres. «El telar mecánico Jacquard se presenta al mundo en 1803 —recuerda Llorens— y, con su introducción, los talleres pasan de necesitar cuatro trabajadores a uno. Y en València, no había otra industria que pudiera absorber este excedente de mano de obra». Aun así, la calidad de la seda, excelente, permanece inalterable. «Los sederos valencianos se erigen como defensores de la calidad, y la seda producida en València es superior a la manufacturada en Lyon, otra gran capital sedera europea». Al tratarse de una industria focalizada en la exportación, la ciudad no genera una gran demanda interna que absorba la producción. 

La crisis de la pebrina, que afecta de lleno a la crianza del gusano de seda, supuso el descabello. María Luisa Llorens puntualiza: «Si los sederos valencianos hubieran estado en una buena posición económica habrían adquirido materia prima de fuera para seguir tejiendo, pero no fue el caso». Este declive paulatino afecta tanto a los talleres como al ecosistema que lo rodea: desde la red comercial a hiladores o carpinteros que manufacturan las máquinas. Una de las consecuencias del hundimiento en València y las localidades limítrofes del sector de la seda es el auge de la industria agrícola: las moreras son sustituidas por naranjos y buena parte del dinero generado por la seda va a parar a los cítricos. 

Otro efecto mucho menos agradable fue la difícil situación en la que quedaron las familias dependientes de la seda. En un contexto de crecimiento demográfico imparable para la ciudad —superior a la media española—, el número de «pobres vergonzantes» aumenta exponencialmente. Con este término se tildaba a aquellas personas que, habiendo contado con un trabajo que permitía a sus familias llevar una vida digna, se veían abocadas a una situación de necesidad que nunca pensaron que llegaría. 

La situación económica pasa a generar conflictos sociales con revueltas en las calles. Para cerrar el círculo de pobreza, las órdenes religiosas, que hasta ese momento se habían ocupado de paliar la mendicidad, disponen de menos posibilidades debido a la desamortización. La labor desarrollada por las Juntas de Beneficencia estatales se mostraba claramente insuficiente.

Respuesta de la nueva burguesía

Ante este difícil contexto, la sociedad civil valenciana no tarda en responder. En noviembre de 1853 tiene lugar la reunión fundacional de Gran Asociación de Beneficencia Domiciliaria Nuestra Señora de los Desamparados. La cita, promovida por José Vicente Fillol Soriano, catedrático de la Universitat de València, tiene lugar en la Real Capilla de la Virgen de los Desamparados. Ramón de Campoamor, gobernador civil y amigo de Fillol, es pieza clave a la hora de tramitar con celeridad la nueva entidad benéfica, y Pedro Caro, marqués de la Romana, asume el cargo de Presidente protector-mayor. La primera sede se establece en la casa de la Penitencia, antigua cárcel del Santo Oficio, hoy calle Libertad. Apenas un año más tarde, la Gran Asociación ya reparte más de cinco mil raciones diarias entre los más necesitados.

Manuel Sánchez Luego (Córdoba, 1941) es, desde 2014, el actual presidente protector-mayor. Posa en la sala de juntas de la entidad, ubicada en el colegio del mismo nombre, en Velluters y asomado al antiguo cauce del Túria. A izquierda y derecha cuelgan los retratos de los presidentes que le precedieron. Entre ellos, Fernando Musoles (barón de Campolivar) o José Ferraz (marqués de Amposta). 

Sánchez Luego es el botón de muestra de que cualquiera puede implicarse en el devenir de la entidad. Ahora jubilado, este exalumno de Jesuitas, que ejerció como corredor de seguros, incide en el carácter cristiano de la entidad: «Existía un componente importante de conciencia religiosa y moral entre sus fundadores. Concurren también ideas de reforma y mejora social, que habían surgido con la Ilustración. La pujante nueva burguesía se unió a la nobleza a la hora de promover la nueva institución. Hoy en día, la inspiración cristiana sigue siendo la clave de bóveda de nuestro compromiso social».

Educar, moralizar, formar

Gran Asociación nace con varias metas, entre ellas, la de socorrer a los indigentes, proporcionar ayuda a los enfermos en sus hogares y educar a los niños y jóvenes. Tres años después de su fundación, la entidad inicia su labor educativa, enfocada en una población infantil con un porcentaje de escolarización por debajo del 35%, y en la que el absentismo coincidía con las clases más desfavorecidas, con niñas y niños incorporados a edades tempranas a trabajos muy duros o inmersos en la mendicidad. La labor educativa recae en las Hermanas Terciarias de Nuestra Señora del Carmen (Hermanas Carmelitas), que extenderán su colaboración por más de un siglo, hasta que, en 1986, esta tarea recae de nuevo en Gran Asociación.

Como curiosidad, se llegó a crear una escuela dominical que llegó a tener más de cuatrocientos  jóvenes de clase humilde como pupilos. El objetivo era evitar la concurrencia de estos jóvenes, durante los domingos, a lugares de ocio «desaconsejables para su moral, evitando que vaguen por las calles y frecuenten amistades que supongan un peligro para sus buenas costumbres».

Las necesidades a atender por Gran Asociación se incrementan en paralelo a los recursos gestionados. A la Casa de la Penitencia se suma la compra, al convento del Carmen, de una propiedad por valor de 90.000 reales, situada en la calle de la Fábrica, hoy calle Padre Huérfanos. Con esos mimbres, la Junta de Gobierno considera oportuno afrontar la construcción de una nueva sede. El encargo recae en uno de los arquitectos más reputados del momento, Sebastián Monleón, autor también de la Plaza de Toros de València. 

La necesidad de contar con un espacio amplio, siguiendo la corriente higienista imperante, provoca que se contacte con otro arquitecto, Joaquín Arnau, para la construcción del denominado Salón de Racionistas, un espacio diáfano que se dedicará al reparto diario de raciones, caracterizado por un elemento constructivo innovador: el uso de hierro laminado en una bóveda metálica sin pilares de apoyo intermedios. 

La personalidad de Arnau, como señala Daniel Benito Goerlich, catedrático de Historia del Arte en la Universitat de València, trasciende a su obra. «Arnau entiende la arquitectura como un elemento cultural, con matices religiosos, ya que era un hombre de fuertes convicciones. Es muy devoto y valora estilos arquitectónicos, como el bizantino o el neogótico, como expresión de la fe». Arnau viaja a Italia en su juventud y se empapa de los trazos propios del Risorgimento. Practica desde entonces una arquitectura ecléctica, tanto en lenguaje como en materiales, que aplica a edificios con posibilidades, como el promovido por Gran Asociación. 

La técnica del hierro colado había tenido en la ciudad un precedente, el mercado de San Cristóbal, gracias al hierro importado de Bélgica. Goerlich recuerda que, cuando Arnau afronta el proyecto, «ya cuenta con hierro autóctono, ya que surgen en la ciudad fundiciones como La Primitiva Valenciana, procedentes de talleres de cerrajería o calderería». El hierro fundido es un material versátil, económico y seguro (evita incendios) y se impone posteriormente en proyectos como el Mercado Central, el de Colón o en La Gallera, proyectada por Enrique Semper

La nueva sede, tal y como apunta Goerlich, «es promovida por un colectivo y ya no es cuestión de la voluntad de un promotor adinerado» como había ocurrido anteriormente con el asilo auspiciado por el marqués de Campo o el de San Juan Bautista, pagado por Juan Bautista Almenar, principal benefactor de la València de la época.

Esta nueva sede permite a Gran Asociación afrontar un reparto de alimentos que, a finales del siglo XIX, alcanza las sesenta mil raciones diarias, así como gestionar el socorro necesario para atender episodios catastróficos, como las plagas de cólera y fiebre amarilla desatadas entre 1870 y 1885 o el incendio que asola el Poble Nou de la Mar ese mismo año. 

Entrado el siglo XX, Gran Asociación prosigue su actividad humanitaria incluso en tramos de especial dificultad, como los años de Guerra Civil, posguerra y la riada de 1957, que afecta de pleno a la sede de Padre Huérfanos. Esto no impide que la entidad preste ayuda a los valencianos afectados.

Cambian los tiempos

Tras la riada, desde 1960, Gran Asociación, en consonancia con la modernización de la ciudad, afronta una evolución necesaria tanto en el aspecto jurídico (pasa de entidad de beneficencia a entidad de utilidad pública) como en las fuentes de financiación: se apuesta por las rentas obtenidas de la gestión del patrimonio inmobiliario más allá de las donaciones, cuotas de socios o sorteos benéficos. En este punto, «la entidad siempre se ha mantenido independiente, sin recibir ayudas públicas», puntualiza Sánchez Luego. 

También el perfil del receptor de la ayuda cambia, aunque se mantienen intactos dramas personales como el desempleo, muchas veces crónico; las penurias económicas de los más mayores, con pensiones exiguas, o madres sin recursos ni apoyos suficientes. «La soledad, el desamparo y la ausencia de recursos sociales siguen siendo situaciones crónicas. Nuestra sociedad ha avanzado mucho en bienestar y nivel de vida, pero son muchas las personas con riesgo de quedarse atrás, y necesitan de nuestra ayuda», reconoce el máximo cargo de Gran Asociación. 

La crisis económica de 2008 y la pandemia derivada de la covid han sido dos pesadillas sociales con las que la entidad ha lidiado en los últimos años. A día de hoy, el goteo de familias necesitadas que acuden a la oficina de la calle Caballeros es incesante. Todas ellas son evaluadas por Cristina Aguirre, psicóloga de la entidad: «En un primer momento no nos centramos solo en la ayuda económica. Tratamos de conocer su situación personal. Muchos solo quieren ser escuchados. Son personas mayores que viven solas, madres que han sufrido violencia de género o familias que han salido de sus países de origen por la violencia vivida y solo buscan un futuro mejor para sus hijos. No tienen arraigo, protección internacional o no pueden homologar las titulaciones. Allí les han dicho que es muy sencillo encontrar un trabajo digno en España y esto no es así. Están en una situación desesperada». Aguirre abre ficha para cada caso, solicita documentación y analiza si reciben ayudas o subsidios. En caso contrario y si tienen derecho, también redirige, proporciona información o ayuda a tramitarlos. 

Actualmente, Gran Asociación presta ayuda para alimentación e higiene a través de acuerdos con la cooperativa Consum, colabora con Cruz Roja en el reparto de alimentos básicos o proporciona ayuda para necesidades puntuales: desde material escolar o gafas hasta el pago del alquiler o del recibo de la luz. 

Uno de los programas señeros es Apadrina una familia, que hoy atiende a once familias de distintas nacionalidades. Empresas y particulares colaboran mensualmente con la cantidad económica que desean y reciben un informe semestral con la justificación de la aportación y la evolución de la familia. «No miramos la procedencia ni el pasaporte», puntualiza Aguirre sobre esta iniciativa creada en 2011. «A veces se trata de dar un empujón y, en otras, una ayuda más continuada. Poco a poco ves como salen adelante estas familias, los niños crecen con más posibilidades y los padres y madres encuentran empleos fijos. Ser testigos de esa evolución es muy satisfactorio».

Una iniciativa aún necesaria

Han pasado 170 años de su fundación; con un sistema de atención social activo y estructurado, podría parecer que la sociedad valenciana no precisa de entidades como Gran Asociación. Un pensamiento que el actual presidente protector-mayor, Manuel Sánchez Luego, considera equivocado desde su conocimiento de una realidad social que escapa de las miradas habituales: «Claro que seguimos siendo necesarios. Nos hemos ido adaptando a cada época y a cada necesidad, procurando responder a cada reto. Es básico profundizar en medidas que permitan la inserción socio-laboral de las personas a las que asistimos. Ese es nuestro reto actual. València necesita de nuestra acción social, pero también Gran Asociación necesita de València y de los valencianos para seguir en la brecha. Siempre han sido enormemente generosos. Seguro que lo van a seguir siendo». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 118 (agosto 2024) de la revista Plaza