MURCIA. Hará ya veinte años, en el ciclo Vientos del Este -del que se publicó un extraordinario libro-, en el Cine Doré de Madrid, la Filmoteca Española, se proyectó la película polaca Pasazerka. Su autor, Andrzej Munk, falleció durante el rodaje en un accidente, por lo que quedó originalmente inacabada. Sin embargo, la edición que la llevó a las salas de cine, que pretendía salir del aprieto, resultó, para quien esto escribe, una obra original difícil de olvidar.
La nueva edición realizada por sus amigos recurrió a la foto fija y el narrador, como en el famoso corto La Jetée (El muelle) estrenado en Francia un año antes por Chris Maker. El resultado es como ver un cómic en la pantalla, viñetas y bocadillos que se escuchan. Las fotografías narraban el presente y las imágenes filmadas que dejó el director fallecido serían los flashbacks.
La particularidad que tenía el contenido de Pasazerka es que estaba enmarcada dentro del cine de desestalinización, un proceso que sacudió las democracias populares cuando desde Moscú las directrices dieron un giro de 180 grados. Los tiranos sostenidos, inspirados y con tareas represivas brutales encargadas por Moscú, en cuestión de días fueron rechazados de plano por Moscú. Como consecuencia, las luchas intestinas en el seno de los partidos fueron terroríficas, pero generaron durante un tiempo una primavera tras el telón de acero, como las de la generación de cineastas de este autor.
Munk, en su película, trazó la historia del reencuentro años después de la II Guerra Mundial entre una guardiana de campo, SS-Helferin, en Auschwitz y su prisionera protegida, una judía polaca. Lejos de fantasías y delirios como Portero de noche u otras películas de temática similar, Pasazerka profundizaba más sobre la relación entre víctima y verdugo. Durante la relación de ambas mujeres se estableció una relación de poder y dominación y, años después, la nazi no sabe si su víctima le agradecerá la protección brindada o si, por el contrario, la considerará una asesina y torturadora más. Esa incertidumbre y sus porqués constituyen una enseñanza muy valiosa sobre el pasado criminal. Descubrimos que en un momento la guardiana de las SS siente cierta envidia íntima por la dignidad de la prisionera.
Es una casualidad, pero me ha llamado la atención cómo, el cómic Benzimena de Nina Bunjevac guarde similitudes en fondo y forma con esta película. En los años 80, en Aleksinac, una localidad serbia en torno a los veinte mil habitantes, la autora fue víctima de un intento de violación grabado en vídeo. Fue captada en la escuela de arte de Nis por una compañera. En principio, atraídas ella y una amiga a una amistad con una estudiante dos años mayor que les dejaba libros de Nietzsche o Aleister Crowley, referencias muy atractivas en la adolescencia de cualquiera.
Sin embargo, esa chica lo que pretendía era que se citaran con un hombre que las iba a ayudar mucho y a enseñar muchas cosas. Ese personaje era un tal Kristijan que, en una habitación angosta, la sentaba a su lado en una cama, le iba haciendo preguntas personales y, a la vez, tocándole los pechos. La autora logró escapar de milagro de esa encerrona. No así su amiga, que además de sufrir los abusos delante de la cámara, creyó que se había enamorado de ese hombre. Muchas chicas pasaron por la misma experiencia. El tal Kristijan tenía una caja llena de VHS con el nombre de cada chica escrito en la etiqueta.
El contexto los describía la autora con estas palabras: "Es importante comprender que se trataba de una época de preguerra, un periodo oscuro y lleno de corrupción moral, marcado por el auge del nacionalismo, donde el engaño y las mentiras eran el pan nuestro de cada día. Las calles y avenidas de mi ciudad estaban empapeladas con promesas de contratos jugosos para chicas adolescentes que se convertirían en supermodelos. En 1988, con la promesa de ir de excursión, en el colegio nos llevaron en manada a un mitin del entonces aspirante a la presidencia, Slobodan Milosevic, que declaró con fervor: 'Nadie os volverá a vencer'. con lo que Jasmine [la chica que había sufrido los abusos de Kristijan y se había enamorado de él] se puso a llorar como un bebé con el biberón vacío".
Bunjevac se libró de esta red emigrando a Canadá y, poco después, también del colapso de Yugoslavia y los aun más oscuros años 90 en Serbia. En 2015, apareció en nuestro radar con la publicación de Patria. En esta aclamada novela gráfica hablaba de la violencia intraétnica, que no suele aparecer a colación cuando se recuerdan las guerras de desintegración de Yugoslavia ni la historia del comunismo en este país. El cómic relataba la historia del padre en Canadá, un serbio anticomunista, y sus enfrentamientos con la red de sicarios que mantenía Tito por todo el mundo para realizar asesinatos selectivos entre la diáspora de trabajadores yugoslavos. El yugoslavo fue el único régimen comunista con paro que permitía emigrar en cantidades masivas, esas colonias de trabajadores en el extranjero enviaban valiosas divisas a casa que eran vitales para la economía del régimen, quien al mismo tiempo ejercía un control represivo sobre esos emigrantes hasta donde le era posible. De esos grupos parapoliciales que enviaba el Estado surgió el famoso Arkan.
La autora se detenía en la figura de su padre. Mientras que sus padres -los abuelos de la autora- habían sido ingresados en Jasenovac, el infame y sanguinario campo de concentración de los fascistas croatas, al ganar la guerra los partisanos su familia siguió siendo perseguida por monárquica. En la edad adulta, ese hombre encuentra en el terrorismo su destino.
En 2018, Bunjevac volvió con Bezimena. Esta vez no había violencia política e histórica de los Balcanes, lo que ha sido una decepción para algunos de los que disfrutaron de la primera entrega, como si por proceder de un lugar uno queda esclavizado a solamente poder escribir sobre ese tema y en unos términos concretos: sensacionalismo político, muerte y sangre, genocidios y odio, etc...
Bezimena, sin embargo, es igualmente sorprendente. Está basado en ese corruptor de menores de los 80 del que la autora estuvo a punto de ser víctima, pero el ángulo de estudio, en fondo y forma, recuerda a la citada Pasazerka. Ya no tenemos viñetas, se trata de ilustraciones de una página acompañadas de un breve texto, exactamente la misma técnica que esa película o La Jéete, pero en papel. Todo el pasado que arrastraba la autora lo destiló en una historia sobre un obseso sexual solitario y de personalidad inquietante. En el relato se sucede lo onírico y las violaciones, un cóctel surrealista en el que el lector puede encontrar diferentes respuestas. Al igual que Munk se metió en la piel de la guardiana de las SS, intentó escrutar su cerebro, su pensamiento, Bunjevac aquí pretendió lo mismo con un personaje de las mismas características: execrable. A la vez, es un retrato de ella misma, de los sentimientos contradictorios y oscuros que no ha logrado interpretar ni definir después del trauma. Una obra humana, demasiado humana, que decía el filósofo.