ARTE ALGORÍTMICO 

Hay arte en este algoritmo

8/09/2021 - 

VALÈNCIA. ¿Pueden los androides soñar con ovejas eléctricas, manejar un pincel y tener sensibilidad artística? La respuesta no es una negación rotunda. El arte algorítmico, aunque programado por humanos —menos mal— tiene una consolidada trayectoria como realidad artística subdividida en múltiples géneros. A su vez, este este forma parte del arte generativo, que es aquel que se ha gestado parcial o talmente a través de un sistema autónomo. Un no-humano elevado a la categoría de creador, ese papel con tintes demiúrgicos reservado hasta el momento para los dioses o los mortales. 

En esta forma de creación es la máquina quien determina los patrones y decisiones, que pueden estar en mayor o menor medida seleccionados por el creador humano. Como ha demostrado la ciencia ficción —que guarda siempre un brillo de oráculo— la convivencia de distintos tipos de organismos —humanos, máquinas, extraterrestres, animales— situados al mismo nivel plantea un nuevo horizonte de cuestionamientos morales y también, una ingente riqueza de de nuevas formas de pensar. Superar que la cultura no es patrimonio de la humanidad pun intended— se debe colocar al mismo nivel que entender que hay una gran variedad de formas de relaciones sexo-afectivas, que los animales entran en la ética, que los géneros pueden ser fluidos y el mundo vegetal tener memoria. 

El arte es tolerancia.  

La definición del movimiento

El arte generativo engloba aquel que se ha creado mediante sistemas químicos, biológicos, matemáticos, de mapeo de datos o simetría, entre otros. Cuando se trata de arte algorítmico, se refiere directamente al creado por algoritmos. El algoritmo. Esa palabra y ese “Conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema”, según la definición de la RAE. Una serie de movimientos acotados que preceden al código que resuelven una tarea. Ese concepto que ordena nuestra cuenta bancaria, nuestro consumo de productos culturales y en algunos casos, como en el de los riders, qué cuándo, dónde y a qué precio van a hacer su trabajo. 

El arte algorítmico amplía nuestra concepción de la tecnología y el arte. Con el uso de algoritmos evolutivos, matemáticos y de inteligencia artificial, los programadores y artistas sitúan a los ordenadores en la vanguardia del arte contemporáneo. Cobra sentido lo que dijo el escritor e investigador Yuval Noah Harari: “Probablemente seamos una de las últimas generaciones de sapiens”.

Los investigadores Margaret Boden y Ernest Edmonds publicaron un paper dentro de la investigación Computational Intelligence, Creativity, and Cognition: A Multidisciplinary Investigation en la que analizaron las principales categorías del arte generativo. En su estudio distinguieron hasta once tipos según el nivel de implicación de la ingeniería eléctrica, la tecnología electrónica y la interferencia de un ser humano.

El arte algorítmico en los museos

El Kinetica Museum de Londres, actualmente cerrado, fue un espacio expositivo dedicado por completo al arte robótico y cinético. En España, la exposición Máquinas y Almas, exhibida en el en el Museo Reina Sofía de Madrid, profundizó en cómo el arte y la ciencia discurren por caminos paralelos. En esta exposición se pudo disfrutar de la obra del artista, diseñador y educador nipón-estadounidense John Maeda, “una de las personalidades más importantes en explorar el potencial artístico y visual del ordenador como herramienta, y del código informático como materia de trabajo. Desde su posición como fundador del fundamental Grupo de Computación y Estética del Medialab del MIT (1996-2003) Maeda ha promovido un acercamiento humanista a la tecnología que replantee nuestra relación con el medio digital”.

El ingeniero y artista holandés Theo Jansen, creador del proyecto Strandbeest. Es uno de los principales nombres que suscitan el debate sobre las vías posibles de convergencia entre arte, ciencia y tecnología. Su interesante trabajo se basa en unas inmensas criaturas robóticas de fisonomía y estructura orgánica que al desplazarse evocan en sus movimientos una fuerte impresión de vida. Se crean desde un ordenador como un algoritmo, pero su movimiento es posible gracias a la fuerza del aire de los espacios naturales donde son instaladas. 

Los comisarios Montxo Algora y José Luis de Vicente quisieron con esta exposición organizada por ArtFutura, explicar que “El elemento crucial en la nueva discontinuidad tecnológica es nuestra humanidad. Sin ella, todo lo demás carece de sentido. Los ordenadores no piensan, replican pensamientos. Los ordenadores no sienten, replican nuestras emociones. Son, como los define Sherry Turkle, el espejo psicológico donde nos contemplamos”. 

Algoritmia, una exhibición del Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, recogió la obra de algoristas —palabra empleada para referirse a estos tipos de artistas— españoles y latinoamericanos como Martín Nadal, con su obra The Next Coin genera automáticamente criptodivisas funcionales basadas en tokens ERC-20, el estándar del blockchain de Ethereum. Estas monedas automatizadas exploran la fiebre del dinero criptográfico. “Después de todo, ¿no se genera todo el dinero de la nada? Si al abandonar el dólar el patrón oro, la economía quedó inmersa en una espiral de virtualidad, al aparecer el dinero electrónico y posteriormente las criptodivisas, hemos entrado ya en la fase de desmaterialización total”, reza el texto de la exposición. 

¿Pero esto es arte?

Boden y Edmon se plantearon también una pregunta enjundiosa: “¿Pero es este arte, real?”. Citan en su trabajo al filósofo inglés Anthony O'Hear, quien consideraba que las computadoras son la antítesis del arte. Para O’Hear el arte implica la expresión y comunicación de la experiencia humana. Sobre esto, el premio Pulitzer Douglas Hofstadter dice “Si decidimos que es la computadora la que genera la ‘obra de arte’, entonces no puede ser una obra de arte después de todo. Una preocupación estrechamente relacionada concierne a la emoción en particular: si las computadoras no son criaturas emocionales, entonces, desde este punto de vista, no pueden generar nada que se denomine correctamente ‘arte’”. 

Otra forma de desacreditar este arte es el argumento de que el arte implica creatividad y que ninguna computadora, independientemente de su desempeño observable, puede ser realmente creativa.

César Antonio Molina, el que fuera Ministro de Cultura del 2007 al 2009 bajo el gobierno de Jose Luis Rodríguez Zapatero, publicó en junio de este año ¡Qué bello será vivir sin cultura!, un ensayo que es un machetazo contra lo que califica de “totalitarismo tecnológico”. En una entrevista concedida al medio en el que se estrenó como periodista, califica a los algoritmos como “Una de las cosas más terribles que ha inventado el hombre. El algoritmo es hoy un peligro público que traerá muchas desgracias”. Al referirse al arte y la cultura, tira de la escuela de Fráncfort: “Adorno y Horkheimer ya nos previnieron de los males de la cultura masificada, donde los ideales humanistas quedan relegados a la nada. Del homo sapiens hemos pasado al pantalicus; un ser humano controlado por la tecnología”. 

El estatus de qué es arte y que no, es pura trifulca. El de qué es bello y qué no, también. Si algo nos hace humanos, es la subjetividad.