El consumo masivo de series e incluso compulsivo llegó a nuestras vidas con las siglas de HBO por delante. La cadena apostaba por productos arriesgados a los que financiaba generosamente, es lo que se conocía como "de calidad", pero las nuevas posibilidades tecnológicas, que aumentaron de forma exponencial la competencia, redujeron sus posibilidades y rentabilidad hasta el punto de que su nombre se va a caer de la plataforma más para no ahuyentar al público general
VALÈNCIA. Yo nunca lo vi claro. Siempre tuve dudas y cuando las manifestaba me contestaban con prestancia. Se conoce que si el New York Times y diversos ensayos explicaban que HBO era lo más de lo más jamás habido y que su estrategia era maestra, había que adorar el tótem y callarse la boca. Sin embargo, con el tiempo ha resultado que el emperador iba desnudo.
No se me entienda mal. HBO no es que sea, como dice el tópico, mejor que el cine, es que nos ha dado la vida. Aquella época en la que llegaron a convivir Los Soprano, The Wire, A dos metros bajo tierra y Band of Brothers para el que esto escribe son las mejores experiencias vividas jamás delante de una pantalla. En toda la vida. Ni El Planeta Imaginario era mejor. Sin embargo, si exceptuamos Mad Men, obra de Matthew Weiner, procedente de Los Soprano, no ha vuelto a haber nada semejante. Hay buenas producciones de calidad equiparable, pero ya no tienen cinco temporadas.
Para mí, la edad dorada de la televisión tuvo un principio y un final. El actual aumento de la oferta no se ha traducido en obras que desatan pasiones como las citadas. Ocurre, como todo en la vida, que el éxito no dependía tanto de la calidad como de las condiciones tecnológicas y del mercado. Es bien conocido que el origen del rock and roll tiene que ver con la industria del plástico, concretamente con la fabricación de discos de vinilo de forma masiva. Luego a vino el talento. También, que con la desaparición del disco y la llegada del streaming los artistas son diferentes y su oficio ha cambiado. Es decir, son la tecnología y el mercado los que operan los grandes cambios.
Con la llegada de las OTT, Netflix, Hulu, Disney +, Amazon Prime, etc... ha aumentado la producción y el consumo, pero yo, personalmente, por cuestiones generacionales o del tipo que sean, no encuentro la calidad de aquellos años 2000. Tampoco parece que el nuevo mercado haya reservado un lugar para HBO, que como se acaba de anunciar tras la fusión con MAX, perderá su nombre. Ahora será un apartado dentro de una plataforma en la que abundan los realities de la que se pretende vender su reputación, pero a escondidas. Creo que esto no era lo esperado cuando se hablaba hace quince años de una empresa que había cambiado la televisión para siempre.
Yo siempre tuve mis reservas con su modelo por motivos diversos. Primero, la experiencia. Cuando ya estaba enganchado locamente a Los Soprano, comprando los DVD en cuanto salían, dándome de alta en Digital + para verlos cada semana, le recomendaba la serie a todo el mundo. Decía lo mismo que puedo decir ahora. Verla es una experiencia que merece la pena vivir. Es una obra magna que no se reduce a la mafia, sino que habla de todas las facetas de la vida. Se puede ver diez veces y se siguen encontrando detalles. Es una serie sobre la condición humana y, además, siguiendo la línea de la buena escuela, es divertida (ya sabemos la tendencia judeocristiana a que el buen arte sea un bodrio plúmbeo y solemne que no es para reír o, si no, no es).
Sin embargo, muy poca gente me hacía caso. Mi recomendación era muchas veces recibida con indiferencia, en no pocas ocasiones porque ver una serie se consideraba de freaks y una pérdida de tiempo. Sin embargo, luego venían las caídas del caballo, pero para mi sorpresa no eran con Los Soprano, sino con Prison Break, Perdidos, etc...
El gran fenómeno de las series como pauta de consumo empezó a aparecer reflejado en los columnistas de los medios por HBO (particularmente en los de Prisa, que emitía Sopranos y The Wire), pero la mayoría del público se enganchó con series como las dos últimas citadas, que de hecho tenían mucha más audiencia que las "de calidad". Al menos semanalmente en Estados Unidos.
Otra señal de alarma fueron los productos de segunda generación de HBO. El gran ejemplo fue Deadwood. No estaba a la altura de los grandes clásicos contemporáneos de la cadena, andaba un peldaño por debajo, pero también recibió reconocimientos de todo tipo en la prensa, premios Emmy por un tubo y, sin embargo, la cancelaron. La audiencia iba hacia abajo y la premisa de que a HBO solo le importaba la calidad, no las audiencias, brilló por su ausencia.
La primera temporada se había emitido a continuación del capítulo de la quinta de Los Soprano, pero cuando dejó de hacerse, por sí sola, se hundió. La cadena y los productores discutieron el número de capítulos que debía tener la cuarta temporada y, al final, lo que pasó fue que no hubo temporada.
También se programó después de Los Soprano, concretamente de su esperado último capítulo, John from Cincinatti, del mismo creador de Deadwood, David Milch. La audiencia pasó de más de diez millones con el final de Tony y familias a unos tres. Después, siguió a la baja aunque al final de la primera temporada logró remontar y superar a Deadwood, pero no se pudo hablar de éxito ninguno. Como consecuencia, HBO la canceló. No hubo segunda. La línea de JFC era la de guión atrevido, por no decir paja mental, que habían explotado con éxito un par de años atrás Heroes y sobre todo Perdidos, pero con ambiciones mucho más elevadas. De hecho, tal vez como metáfora, el protagonista levitaba. Las críticas fueron duras y la cadena tampoco se anduvo con miramientos. Experimentación, sí, pero no "experimentaje".
Al adentrarse en la siguiente década, comenzó otra etapa completamente nueva. Series como la exitosa Juego de tronos son clásicos, pero no tienen nada que ver con las de la edad dorada. Succession sí podría entrar en ese primer catálogo, incluso Euphoria, que pese a adoptar nuevos lenguajes cinematográficos que conectan con las nuevas generaciones, tiene cierta profundidad y una exuberante ambición expresiva. Sin embargo, ya no eran la tónica predominante. El catálogo pasó a ser mucho más amplio y la competición con el resto de plataformas ya no transcurrió tanto a través de la excelencia. Leía hace dos semanas en El Periódico a la profesora Elena Neira asegurar que incluso la marca HBO es una barrera para cierto público, que la percibe negativamente. De ahí que se haya eliminado su nombre, aunque se mantengan sus producciones dentro de la nueva plataforma a la que ha dado lugar.
Además, lo que han aflorado son los problemas para rentabilizar la línea "de calidad". Unas producciones, sean del género que sean, que siempre han tenido inversiones fortísimas detrás, luego no recuperan. La propietaria, Warner Bros. Discovery, el año pasado tenía una deuda de 50 mil millones de dólares, lo que hace que aquel espíritu de distinguirse del resto de la competencia mediante ofertas arriesgadas, a veces casi experimentales, suene como un mal chiste cuando se echan cuentas.
De modo que aquello que empezó como una apuesta por la calidad que por sí sola funcionaría ha resultado ser un fiasco (bendito fiasco después de su legado, eso sí). En 2005 el futuro de la televisión parecía enormemente prometedor y resulta que estábamos viviendo su momento de mayor calidad. Entretanto, los analistas se quedaban con la superficie y vendían el hype de forma acrítica, cuando con el paso de los años lo que se ha puesto de manifiesto es que el aumento de la competencia y de los medios para llegar al consumidor han hecho inviable el modelo de negocio en el mundo en el que vivimos, conocido como capitalismo. Es una lección interesante para cuando se discuta el papel de las subvenciones a los creadores. Claro que, si bien el mercado ya es un censor de primer orden y si por algo tuvieron calidad las series mencionadas fue porque no dependían de la publicidad, el Estado es mucho más exigente.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado