La multipremiada ópera prima de Molly Manning Walker está ambientada en una costa mediterránea cualquiera de las frecuentadas por jóvenes turistas británicos
VALÈNCIA. La pérdida de la virginidad ha pasado de la drástica preservación entre las anteriores generaciones a la fruición actual por su pérdida. En el imaginario social se perpetua la obsesión, pero ahora como si fuera una carga. En el drama iniciático How To Have Sex, tres adolescentes británicas se van de vacaciones a Creta al finalizar los estudios de Bachillerato para celebrar los ritos de iniciación con los que todo habitante de las islas acostumbra a desfogarse en el Mediterráneo: beber, salir de fiesta y ligar. Pero a una de ellas la atenaza un secreto, nunca ha mantenido relaciones sexuales. Y el desfase de excesos al que parece abocada esos días, no se presupone el mejor contexto para su estreno.
“No sé por qué todavía está tan presente esa fijación con perder la virginidad entre los chavales. Creo que es una angustia que les ataca desde diferentes ángulos: el de la amistad femenina, la toxicidad masculina y el entorno de internet”, opinaba en el pasado Festival de Cannes la directora de esta ópera prima que fue reconocida con el premio Una cierta mirada y el galardón al descubrimiento del año en los Premios del Cine Europeo, Molly Manning Walker.
La película llega a nuestros cines este próximo 15 de marzo, después de ver reconocida a su actriz protagonista, Mia McKenna-Bruce, con el BAFTA a la mejor estrella emergente. La idea para la trama se le ocurrió a la directora tras recordar junto a unos amigos el verano previo a la universidad en el que viajaron a España para salir de fiesta. Según recuerda, el ambiente desinhibido marcó mucho el recuerdo del grupo que compartió aquella escapada: “Estas fiestas son mundos construidos en torno a la presión sexual”.
En concreto, viajaron a Magaluf, donde inicialmente había previsto rodar su puesta de largo, pero hubo una escena a la que asistió aquellas vacaciones, una felación en un escenario a cambio de copas, cuya recreación pensó que no sería del agrado del municipio mallorquín, así que optaron por la isla griega, aunque no hay ninguna mención en la cinta. Podría ser cualquier resort del Mare Nostrum con sus calles atiborradas de clubes, pubs, heladerías, puestos de kebab, tiendas de venta de ropa de baño y souvenirs.
A la directora debutante le llamaba la atención que las fiestas de verano que ella misma frecuentó en su adolescencia no hubieran tenido su representación en el cine. Durante la preparación del filme tuvo en mente otros coming of age bañados en alcohol y excesos, como American Honey (2016), de Andrea Arnold, o Morvern Callar (2002), de Lynne Ramsey. No tanto Spring Breakers: Viviendo al límite (2013) de Harmony Korine, por tener “un punto de vista muy masculino”.
En How To Have Sex retrata tanto las fiestas nocturnas bajo las luces de neón como los chapuzones ebrios en la piscina, los vómitos, los flotadores de colores vívidos, la fritanga, los bailes y los gritos, que dan paso a las calles desiertas a la mañana después, como si hubieran sido barridas por una explosión nuclear. “La sensación que quería transmitir era la de un continuo espaciotemporal, porque la sensación es que son días que nunca acaban. El tiempo es un concepto extraño en la película, porque los personajes nunca saben qué hora es. Salen de una fiesta, pasan por el hotel y vuelven a salir de nuevo”, explica la autora.
La película no retrata una violación, sino ese terreno borroso ligado al consentimiento que muchos todavía no distinguen como agresión sexual. De ahí que su responsable aprecie que la historia pueda incomodar a una parte del público masculino: “Perturbará a muchos hombres, porque muchos han estado en esas situaciones. Era importante que se vean a sí mismos reflejados en estos personajes y que reflexionen sobre cuándo han de defender a las víctimas, enfrentar la conducta de sus amigos y no excusarlos".
La película también pone el foco en la actitud de las amistades femeninas ante los abusos infligidos a alguna de sus compañeras. “En mi película están poco acertadas, pero son muy jóvenes. No tienen habilidades de comunicación, el lenguaje para definir lo sucedido ni la capacidad para comprender lo que ha sucedido”, las dispensa Molly Manning Walker.
En su opinión, hay una carencia de conversación sobre sexoafectividad que empuja a los jóvenes a educarse a través del porno o a hacer búsquedas en internet sobre cómo practicar sexo. La realizadora lo confía todo a la educación, tanto en el hogar como en los centros educativos para promover mejores conversaciones entre los grupos de amigos.
“El concepto de consentimiento está evolucionando y lo que intentamos discutir con esta película es que las cosas no son blancas o negras, ni sí ni no -subraya esta nueva voz autoral-. Es importante leer las emociones de la persona con la que estás manteniendo una relación sexual y conectar con ese otro ser humano para comprender que has de parar si están pasando un mal momento o no continuar si la otra persona está inconsciente”.
Se estrena la película por la que Pedro Martín-Calero ganó la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián, un perturbador thriller de terror escrito junto a Isabel Peña sobre la violencia que atraviesa a las mujeres