VALÈNCIA. Ignacio Martínez de Pisón vuelve con una de sus obras más completas en todos los sentidos. No solo por sus cerca de 700 páginas, sino por el abanico de personajes que crean un fresco del Madrid de la posguerra. De sus miserias y de sus desigualdades, y de la guerra que se seguía intentando librar contra el fascismo y la represión, y cómo esta se seguía perdiendo. Historias individuales que aspiran a contar el periodo 1939-1945, mientras Europa vivía también sus años más cruentos del siglo XX.
El autor, que presentó Castillos de fuego esta semana en València, respondió a las preguntas de Culturplaza.
- Cada vez que se plantea una historia sobre la Guerra Civil o la dictadura, hay una alarma muy sensible que puede saltar ante cualquier duda de ser maniqueísta. Esta novela no lo es, pero los personajes sí. ¿Cómo lo has conseguido?
- Lo último que querría hacer, precisamente, es una novela de propaganda de una idea, de un ideario, de un bando o de un partido. Creo que, cuando la literatura se pone al servicio de algo, por muy noble que sea, se sacrifica. Yo quería contar una etapa convulsa y atroz de la historia de España (y de Madrid en particular) donde hay muchas personas que, por sus ideas o por su biografía política, sufren o hacen sufrir.
También quería mostrar los dos lados de cada uno de los personajes, de tal manera que yo no fuera el que juzgara, sino que el propio lector tuviera los datos suficientes para juzgar cómo fue aquella época. Es verdad que había unos que mataban y otros que morían. Acabada la Guerra Civil, ya no se puede decir que “los dos lados” fueran igual de malos. Pero, por ejemplo, también hablo de las contradicciones y miserias del Partido Comunista, y cómo el partido sacrificó sus mejores piezas por eliminar a disidentes o a personas que no eran suficientemente obedientes con la dirección del exilio. Claro, es que fueron años en los que la violencia estaba en todas partes: no solamente en el franquismo que fusilaba, sino también en el comunismo que eliminaba a los suyos.
- En todo caso, que la novela sea tan coral, te ha servido para componer este fresco tan completo.
- Al jugar con tantos personajes, cada uno de ellos podía compensar a los otros y podías buscar una representación global de la sociedad en aquel momento, donde no solamente te limitas a hablar de un verdugo y una víctima, sino que algunos son verdugos y medio víctimas y otros son, simplemente, lo que pueden ser. Porque la mayoría de la gente era lo que el destino les permitía ser.
Yo creo que tengo una visión, hasta cierto punto, compasiva con los personajes. Es decir, intento comprender cómo son, por qué hacen lo que hacen y por qué a veces las cosas que hacen, siendo malas y estando mal, pueden ser disculpables.
Lo que no quiero jamás es emitir un juicio sobre esos personajes. Creo que sería arrogante por mi parte porque sería como dar por sentado que yo habría hecho las cosas bien, que en aquel momento me habría comportado con integridad, dignidad y decencia. Y ninguno de nosotros, que vivimos en esta España confortable y democrática, podemos saber qué habríamos hecho de encontrarnos en ciertas tesituras que planteo en el libro.
- La novela, como dices, habla de un momento extremadamente violento. Muchas veces de manera explícita, pero otras simplemente está latente, como amenaza, como acecho en cada minuto. ¿Cómo se traslada esa violencia que se respira en el aire a tu manera de escribir?
- Hay un momento en que uno de los personajes habla de cómo la ocupación no solo es militar de todo el territorio, sino que también es una ocupación incluso del corazón de los personajes. Los ciudadanos se dan cuenta de que están ocupados por dentro y que ese miedo es también una herramienta de control de la sociedad. Miedo a las relaciones, desconfianza hacia la gente más cercana, hacia la gente que sabe cosas de ti o hacia la que no sabe nada de ti pero podría inventarse cosas para hacerse perdonar cosas del pasado. ¿Cómo lo convierto eso en novela? Dejo que los personajes vivan. Pero claro, viven en esa atmósfera que los impregna de arriba abajo, por dentro y por fuera. Son personajes casi reducidos a cierta elementalidad, lo que les mueve es asegurarse la supervivencia física de conseguir algo de comida, o una supervivencia física de saber que, en cualquier momento, en cualquier esquina, acecha el peligro de una denuncia.
- Precisamente te iba a plantear el hecho de que los personajes tienen como arco la propia supervivencia. Sí que les permites soñar con una España mejor, pero sus acciones están marcadas con el superar el día a día.
- Sí, no son libres. Los personajes que más me gustan son lo que sueñan precisamente con esa situación de libertad y autonomía que uno puede tener si hubiera nacido en una democracia o en una época distinta de aquella. Pero, en definitiva, la mayoría de los personajes están a merced de las circunstancias. Son las circunstancias las que mandan por ellos. Hay un gran tema en la novela clásica que es el choque de los destinos individuales con el gran destino colectivo; y, en este caso, la mayoría de los personajes (por lo menos los perdedores) están a merced de la marea, del destino que los lleva y los trae.
- El amor es el gran escape y pasa por encima de cualquier circunstancia histórica o personal.
- Precisamente, en los momentos en los que el futuro es más incierto, cuando no sabes dónde estarás al día siguiente, el amor y el sexo son como más urgentes, más necesarios que nunca. En las guerras hay mucha necesidad de amor y de sexo. Y en esta primera posguerra, que a su manera tenía todavía muchos rasgos de una guerra, también son vías de escape.
Además, el amor florece en el terreno más estéril. Puede florecer incluso entre gente arrinconada en circunstancias tan tremendas como las que se vivían entonces. Ahí, de repente, dos personas sacan lo mejor de sí mismas, como la bondad. Por muy tenebrosa que sea la historia, por muy difíciles que sean las circunstancias en las que viven estos personajes, algunos tienen rasgos de bondad, altruismo y solidaridad, que es algo que también está en el corazón del ser humano.
- ¡Qué Madrid dibujas de hambre y insalubridad!
- Sí. No solo había miedo, también estaba el hambre, la pobreza, el estraperlo para salir adelante… Y junto a eso, personas que vivían bien y podían permitirse ir a las salas de fiesta más lujosas que había entonces en Madrid y probablemente en Europa, lo cual hace aún más trágica esa desigualdad. Es trágico ver en qué extremos están situados unos y otros.
- Si acaso se pudiera creer que con el fin de la Guerra acaba todo, realmente es cuando empiezan otras muchísimas cosas.
- En las zonas de España que habían caído en zona nacional ya hubo mucha represión y a mucha gente se le había puesto en aviso sobre lo que podía ocurrir. A diferencia de otras guerras civiles anteriores, como las guerras carlistas, en las que las represalias habían sido en muchos casos simbólica, aquí la población tenía la experiencia suficiente como para saber que si en Galicia o en Sevilla había habido una represión drástica, probablemente eso es lo que les esperaba también una vez terminada la guerra en Madrid, en València o en Alicante, que fueron los últimos en caer. Y a pesar de todo, muchos se quedaron porque pensaban que a lo mejor Franco era más magnánimo y cumpliría su promesa de no tomar represalias contra aquellos que no tuvieran las manos manchadas de sangre. Pero no fue así.
Vemos también que las circunstancias de la gran geopolítica situaban a Franco en lo que él creía que era la ola buena, la de Hitler y otros fascismos europeos. Él se disponía a hacer lo mismo que Hitler estaba haciendo ya, y que iba a seguir haciendo de forma aún más drástica en los años siguientes, y que consistía en la eliminación física del adversario. Durante un tiempo fue así: Franco fusiló a 50.000 personas e intentó instaurar un régimen de exterminio.
- Hay una sombra que atraviesa a todos los personajes, que es la de la sospecha y la del prejuicio. Un todos contra todos del que participa toda la sociedad. Háblame de ello.
- Incluso las personas que siguen el dictado de su conciencia y se arriesgan a formar parte de la resistencia y quieren plantar cara al régimen, incluso esas personas acaban pagando un alto precio. Son héroes, pero según cómo los veas, también pueden ser solo unos asesinos. Son gente que hace cosas que preferiría no tener que hacer, pero por mantener su idea decencia, acaban haciendo cosas indecentes. El envilecimiento era general, llegaba a todos los ciudadanos y seguramente te manchaba para siempre. Quizás también por eso la gente de esa generación ha querido olvidar. Son años que tal vez se quieran olvidar porque casi nadie está limpio.
- Te quería preguntar por el propio proceso de construcción del libro. Hay personajes ficticios pero también reales. ¿Cómo has hecho para encajar esas dos dimensiones en tu escritura?
- Una de las cosas con las que tuve más cuidado era que no se notara la documentación. Por un lado, la documentación tiene que ser exhaustiva porque no puedes permitirte ligereza cuando hablas de momentos históricos así donde hay responsabilidades, compromisos en vidas, biografías… Y todo eso está comprometido en ese barullo. Tienes que ser muy primoroso y muy minucioso a la hora de documentar, pero al mismo tiempo no se tiene que notar tu documentación. Así que tienes que hacerlo de forma que muy sutilmente todo eso se filtre en la vida de los personajes.
Hay un momento en el que, por ejemplo, hablan dos chicas sobre un medio novio que tenía una de ella y le dice “pero no te has enterado de que estaba casado y divorciado y que ahora ya los divorcios no valen y se ha tenido que volver con la mujer de la que lleva 8 o 10 años separado”. Este tipo de cosas son las que probablemente la gente no sepa: cómo la ley del divorcio de la República fue abolida y entonces no valían las separaciones. Este tipo de datos históricos, que tienen interés para iluminar una época, hay que saber meterlos de forma que tenga una relación directa con la vida de los personajes para que no parezca que has vaciado ahí la Wikipedia.
- ¿Quiénes son los enemigos de la memoria histórica?
- Los enemigos de la memoria histórica son los manipuladores, los que utilizan la verdad para seguir echándose a la cara unos a otros. Y los amigos de la memoria histórica son los historiadores que tratan de buscar una versión común que todos podamos compartir sobre las cosas que ocurrieron y que no pueden negarse. Del mismo modo que no puede negarse Paracuellos o la persecución de los religiosos, tampoco puede negarse que la represión que se ejerció durante la guerra en la zona nacional se cobró casi el doble de víctimas que en la zona republicana. Cuando la sociedad española llegue a esa especie de consenso, de saber cuáles fueron los abusos, los desmanes, los excesos de unos y de otros, entonces ya habremos ganado.
Y, efectivamente, los enemigos de la memoria histórica son los que manipulan el pasado para justificar sus fines políticos en la actualidad y los amigos de la memoria histórica son los historiadores, que son los que se ocupan de poner datos, nombres y cifras.
- A los políticos les da miedo que haya un especie de ministerio de la verdad.
- No te hablo de Vox, porque de ese partido efectivamente hemos visto cosas lamentables, como Ortega Smith diciendo que las trece rosas eran unas asesinas y violadoras. Pero creo que la mayoría de la gente del PP ya puede compartir perfectamente un relato sobre la historia de España del siglo XX muy cercana a la que pueden sentir personas del PSOE, e incluso más a la izquierda. En todo caso, se trata de una cuestión de honestidad: no quieras cambiar el pasado para que te dé la razón ni para justificar tu presente; admite que el pasado fue como fue y que tenemos que aceptarlo así.
- ¿La cultura ha servido para mantener viva esa llama de la necesidad de ese relato común del que hablas?
- Yo creo que contribuye, que al final los novelistas ayudamos bastante también a fijar la imagen de una época. Y aunque no es el objetivo básico de un novelista, tratamos directamente con la realidad y hacemos también algo de crónica de época. Al final tenemos la responsabilidad de configurar lo que en el futuro vayan a recordar los lectores dentro de unos años sobre lo que ocurrió muchos años atrás. Porque probablemente recordarán más lo que han leído en novelas que en tratados de historiadores.
- Una pregunta fuera de este libro, pero que me gustaría plantear por tu carrera. Igual como el debate cultural sabe analizar cuáles han sido los grandes cambios en la música o en el cine, no hay esta percepción de una tradición como la de la novela. ¿Cómo ha cambiado en las últimas décadas? ¿Hacia donde camina?
- Es cierto que las novelas realistas siguen siendo deudoras de un realismo de hace más de siglo y medio, y aún hay una línea directa que te conduce de Tolstoi, Grossman y otros autores realistas a escritores de la actualidad. Pero también piensa que en la pintura ocurrió un poco lo mismo: en un momento dado, con la invención de la fotografía, también evoluciona con el surgimiento de la abstracción. Muchos daban por sentado que el arte figurativo iba a desaparecer (porque para eso ya estaba la fotografía) y, sin embargo, estamos ahora, siglo y medio después de la invención de la fotografía, siendo testigos de que el arte figurativo sigue estando tan vivo como antes.
Lo que pasa es que, evidentemente, uno no puede escribir los libros como si no hubiera ocurrido nada entre tanto. Me acuerdo que Juan Benet escribió que le llamaba la atención que Baroja nunca evolucionara como escritor. Es decir, su primer libro es anterior al periodo de entreguerras en el que se produce la gran revolución estética y literaria —de la que sale Joyce, por ejemplo, el experimentalismo, las vanguardias…—, y eso a Baroja no le afectó en absoluto. Sus planteamientos estéticos no variaron ni un ápice.
Nosotros ya no escribimos igual: por nosotros no han pasado solo las vanguardias, también ha pasado el cine o las series de televisión. Todo eso acaba influyendo en tu manera de contar. Pero, aún así, podemos ser fieles (en espíritu) a una tradición realista que yo creo que sigue siendo sólida, a pesar de que en los últimos 150 años la han dado por muerta bastantes veces.