VALÈNCIA. Apenas le quedan unas semanas al verano y ya sabemos que será uno que no olvidaremos nunca. Por extraño, por precario, por temeroso, por ver la playa y las montañas llenas de mascarillas y las ciudades y costas sin turistas. ¿Qué tiene el verano para seducirnos, para resetearnos de tal modo que a nuestra vuelta no somos exactamente los mismos que se fueron? Hace tiempo que el periodista Iñigo Domínguez reflexiona a propósito del estío en sus columnas -otra cosa extraña: los periódicos en verano- como una forma de explicarnos a nosotros mismos. Ahora la editorial Libros del KO reúne en un único volumen todos estos textos para el título Polo de limón, una refrescante y deliciosa lectura para el que ya es, probablemente, el verano más insólito de estos Tiempos Modernos.
- El título del libro ya da buena cuenta de su intención, ¿no? Es refrescante, veraniego pero, al mismo tiempo, se refiere al helado -al polo- más humilde de una carta repleta de delicias. Es el polo que casi nadie pide, ¿verdad?
Sí, ese título viene de un artículo que inauguro una serie de artículos de los periódicos de verano que, ya sabes, siempre te piden que hagas algo estival. El artículo de verano es un concepto muy amplio en el que, afortunadamente, casi siempre cabe de todo y que deja bastante libertad. Los periódicos y las radio en verano son más literarios que el resto de año. Además, yo tenía más artículos de verano sobre tiempo libro y viajar. En la editorial pensaron que podía salir un libro interesante y de lectura refrescante, sobre todo, teniendo en cuenta el invierno y la primavera que hemos pasado. Hemos llegado al verano exhaustos y necesitados de verano y de recuperar la alegría de vivir y recordar las cosas buenas. Y sí, el polo de limón es el verano, claro. Visualmente, además, es un objeto tan bonito: amarillo, brillante y radiante. Era un libro que la portada ya te apetecía.
- Tienes razón en que el periodismo en verano es bastante diferente al invierno, en tanto que es más experimental y ligero pero no por ello superficial. Creo además que es una gran cantera de nuevas firmas, voces y formatos. ¿Te imaginas un periódico así en invierno, donde todo parece más grave y denso?
Es verdad pero yo siempre he dicho: ¿por qué no se puede hacer el periódico de invierno como en verano? Pero parece que nos ponemos muy serios y tiene que ser de otra manera. Lo curioso es que en verano hay muchísimos menos medios porque la mitad de la gente está de vacaciones, entonces te las tienes que arreglar con menos gente y con más espacio. Por eso se recurre de forma peyorativa para encargar cosas así para llenar pero, al final, son contenidos que están muy bien. Parece que esa despreocupación acaba siendo un misterio. ¿Por qué no se puede hacer un periódico más divertido o entretenido en invierno? Nunca lo he entendido. Siempre intento hacer en invierno un periodismo de verano: ya sea en el Congreso o en juicio. Y, bueno, a veces cuela y a veces no. Antes los periódicos eran más alocados, últimamente son cada vez más serios. Creo que tiene que ver con esta preocupación creciente con los hechos y por lo difundir bulos o noticias falsas. Todos los periódicos quieren demostrar que hacen muy buen trabajo y que lo tuyo está hecho en serio. Y yo creo que eso es lo tenemos que hacer, naturalmente. Pero a veces se confunde con que el sentido del humor o lo literario no quepa. Y, como dices tú, no creo no sólo que no esté reñido sino que además es fuente de nuevos talentos, sobre todo el diarios locales. Hay una dificultad a hacer híbridos que es algo muy español, me parece.
- El libro está dividido en cuatro grandes espacios: polo de limón, la vuelta a España en chiringuito, heladería metafísica y Gelato al limón, como la canción de Paolo Conte, que tiene que ver con los veranos en Italia. ¿Cómo está pensada la estructura?
Bueno, salió sobre la marcha porque había muchos temas distintos. Entonces o los pones todos seguidos -que parece que el lector se puede perder- o hacerlo dándole un cierto orden. Así que hicimos una primera parte de textos sobre el verano en general, otro que fue el viaje por España a través de chiringuitos, después los de Italia porque asocio mucho el verano a ese país y, por último, reflexiones sobre verano pero en el sentido de viajar, del tiempo, las redes sociales, el turismo, un poco más profundos. Encajaba todo muy bien y es lo que hicimos.
- Realmente hay una concepción por parte de los italianos de disfrutar del verano. Mencionas a Pasolini cuando él dice que es el único período que vive de verdad y se lanza a la vida; o Fellini, cuando dice que el verano es la estación más bonito, hasta el punto que las demás giran a su alrededor.
Voy a generalizar, obviamente, hablando de los italianos porque cada uno es de su padre y de su madre, pero sí es verdad que en Italia tienen un talento especial de disfrutar de la vida en cualquier estación. Entonces son muy hedonistas, pero muy prácticos también, apegado a los placeres cotidianos, son poco idealistas también. Estas características de su carácter nacional nosotros las tenemos más presentes en verano. Ellos, todo el año. Y en verano mucho más, claro. Ahí se multiplica y exacerba. Además, es un país tan precioso que para unas vacaciones es uno de los mejores destinos del mundo, creo yo. En cualquier sitio de Italia que caigas tiene cosas interesantes. Vagabundear por Italia en coche es una de las cosas más maravillosas que hay. Siempre hay algo. Es un país en el que te pasan cosas siempre. Es muy imprevisible. Aunque es muy turístico, es un país en el que todavía es posible viajar, es decir, que te pasen cosas raras que te hagan cambiar el plan. Al final eso es lo divertido de viajar y de las vacaciones.
- En la parte dedicada a España hay de todo un poco porque se mezclan esos chiringuitos de lugares auténticos con los resultados, por ejemplo, del pelotazo inmobiliario de nuestro país. De alguna manera, estos textos beben de tu otro libro por el Mediterráneo donde vas viendo qué queda de nuestro país en la crisis y ahí hablas de Marina D’Or, como ese proyecto megalomanía que acaba siendo bastante cutre.
Ese libro era un viaje en 2008 que es un año muy peculiar, cuando estalla la crisis y precisamente el objetivo del viaje era mostrar el país en el que nos habíamos convertido de grandes horrores y locuras, Marina D’Or, por ejemplo, era un bueno ejemplo. Yo no sé si diría que es cutre, la verdad, porque es muy exuberante y ostentoso. Yo creo que, más bien, es el mal gusto. Es la ostentación de la riqueza y de la vanidad. Es esta idea de nuevos ricos que pasó en España. Pero en este libro, ese viaje por España a través de sus chiringuitos, a mí me encantaron. De hecho, yo defiendo la sencillez y lo más auténtico que representan estos chiringuitos frente a, por ejemplo, se hace un paseo marítimo o se construyen rascacielos o son todo franquicias. Lo que echo de menos en España es que se ha perdido esa autenticidad que todavía sobrevive en chiringuitos y en algunos lugares porque se ha vendido el alma al diablo con el turismo. Ha sido una forma de progreso y de hacer negocio pero hemos perdido el alma. Y esto es algo que yo no veo tanto en Italia, siendo un país enormemente turístico desde hace más años que nosotros. Así que las barbaridades urbanísticas de aquí se hicieron en los años 50 y 60 allí. Aunque Italia hizo sus barbaridades y se lanzó al consumo, luego tuvo su depresión posterior pero, en el fondo, la cultura popular italiana ha sobrevivido más. Pasolini, por ejemplo, escribió mucho sobre y yo lo menciono en el libro. A él le obsesionaba y estaba muy angustiada con la pérdida de la cultura popular. Si hubiera llegado a ver la televisión o las redes sociales, ese hombre hubiera acabado fatal. Y en España no pasa eso: siempre ha sido destruir lo viejo, asfaltar, empedrados, tirar edificios para construir nuevos. A mí eso me ha decepcionado desde los años 90 cuando me empecé a sentir mal por eso y ya con la crisis se afianzó. La reflexión sobre el turismo sigue pendiente porque ya lo que ahora está pasando en Madrid o Barcelona, San Sebastián o Granada, que empiezan a ser monstruos invisibles para sus habitantes en las zonas más bonitas, eso es un grave problema que hay que plantearse. El turismo es maravilloso pero la muchedumbre que supone que lleguen tantos millones de personas que nos visitan y cómo se transforma todo por separarles y sacarles el dinero, no sé, merece una reflexión Y nunca se ha hecho porque parece que está mal visto, que eres una especie de antisistema que quiere dejar el país en la Edad Media. Y no es para nada eso. Pero con la pandemia, se ha parado todo, no venían turistas y las ciudades eran mejores.
- Además, este verano es especialmente insólito, ¿no? Si todos los veranos son un paréntesis, este todavía más. Como se supone que nos espera un otoño complicado, incluso también es un verano que no olvidaremos por ciertas estéticas: playas con mascarillas. No sé si crees que es uno de los veranos con el tiempo más suspendido que nunca. ¿Cómo recordaremos este verano?
Lo recordaremos, como todo lo que ha pasado antes, como muy raro pero depende también de las circunstancias de cada uno. Con el tiempo saldrán novelas, cuentos y series de todo esto porque habrá vivencias de cada uno muy diferentes. Por ejemplo, toda la gente que no se ha ido de vacaciones, que es una barbaridad, casi el 65%, porque reservan el trabajo y tienen algunos ahorros pero, realmente, no saben cuánto va a durar esto y si se va a quedar sin trabajo en noviembre. Con lo cual, se queda en casa. Este verano en el que en la ciudad no hay turistas se parece a los veranos de antes. Es un verano antiguo que te obliga a repensar cosas, a reencontrarte con amigos que no ves nunca, se restablecen relaciones, haces cosas que nunca pensaste hacer pero, como hay que recortar gastos, se hacen. A lo mejor paseas o lees más porque no puedes gastar. No sé, pueden pasar muchas cosas interesantes. Las familias se tienen que ayudar más. El verano siempre es futuro pero este año todavía más.
- Incluso para los niños debe ser un verano especial. En tu libro hay varias referencias a cómo recordamos los veranos de nuestra infancia y juventud, casi melancólicamente.
Es normal porque los veranos en la infancia y la adolescencia eran eternos. Se acababa el colegio y tenías tres meses infinitos y no tenía fin. No es como ahora. Esa falta de límites luego la pierdes y, por eso, lo hace único. Además, es un momento de descubrimiento del mundo, de los demás, de ti mismo, de las emociones, de la diversión, de la amistad, del amor. Con lo cual son años muy intensos. Y te quedan como referencia de esos veranos perfectos. El verano, además, tiene la capacidad de recordarte veranos anteriores: lo que hacías, con quién estabas, dónde. A los niños de hoy les afectará sí, pero no sé, yo me pasé mis veranos en una piscina en Castilla. Y para mí fueron veranos maravillosos. A un niño, mientras tenga amigos y pueda jugar, creo que le da igual. Somos más los adultos los que pensamos en otros lugares en los que no estamos. Es decir, todo lo que no tienes. El niño, sin embargo, ve lo que tiene siempre delante. Lo aprovecha y ya está. Además, los niños hacen amistad muy rápido.
- Por último, hay una tesis en el libro con la que estoy de acuerdo completamente: el verano es el auténtico paso de un año a otro, que la Nochevieja está mitificada y que hay una mayor predisposición a disfrutar de la vida en verano.
Al final, la Navidad es el punto de inflexión donde empieza el año, eso es verdad, pero con la edad, cada vez la Nochevieja te da más pereza. Y la diferencia con el uno de enero es inexistente. No hay nada que sea una auténtica ruptura. Pero el paréntesis y la pausa en verano sí se produce. Cuando eras pequeño eso se veía claramente, pero incluso en la edad adulta también cambiamos. Ese boquete en el año es una ruptura con la rutina y parar. Al parar, reflexionas y haces balance. Además, el verano tiene esa experiencia sensual y sensorial, de descansar, de comer bien, de leer, de dormir, de pasear, de disfrutar de la vida. Y ahí te planteas todo. Por eso cuesta tanto volver, porque te has ido de verdad. En septiembre empezamos todo. Por eso este verano es tan peculiar, porque ya hemos parado un par de meses. Ya ha ocurrido lo de pensar todo durante el invierno. Por eso es tan extraño esto.