VALÈNCIA. Debate de cabezas de lista por València en À Punt. Ya asistimos al debate de la Cadena Ser, al principio de la campaña, y hoy repetimos. Diana Morant (PSOE), Carlos Flores (Vox), Águeda Micó (Compromís-Sumar), ... Un momento: ¿Dónde está Esteban González Pons, cabeza de lista del PP? No participa en este, y en su lugar lo hace Belén Hoyo, número dos de la lista. Quizás González Pons no puede participar porque está ayudando a Alberto Núñez Feijóo a prepararse el debate a cuatro de hoy en Televisión Española... Un momento: ¡Feijóo tampoco va!
En fin. Esto es lo que hay. No les voy a engañar: no tengo grandes expectativas para este debate. Como diría aquel concursante de Gran Hermano 1, no tengo feeling, o simbiosis, que para él ambas cosas eran intercambiables. El debate se plantea desde un principio como dos debates en uno: por un lado, Carlos Flores Juberías, al que nadie responde ni presta atención, y él va a la suya; por otro, las otras tres candidatas, que debaten entre sí. En este segundo debate, a su vez, Águeda Micó va más por libre, mientras que Belén Hoyo y Diana Morant buscan constantemente el cuerpo a cuerpo bipartidista.
El resultado de este planteamiento no deja de ser sorprendente: Flores y Micó van a ser los candidatos más propositivos del debate (porque, al menos, dedican parte de su tiempo a explicar propuestas electorales), mientras que Morant y Hoyo consumen todas sus energías para desplegar implacablemente robóticos argumentarios la una contra la otra, remedando los grandes éxitos de sus respectivos candidatos a la presidencia del Gobierno en el espeluznante cara a cara de la semana pasada. Tanto es así que, de hecho, ambas se dedican a reproducir los mismos argumentos (por llamarlos de alguna forma: ETA-Falcon-Ultraderecha) del cara a cara; las mismas réplicas y contrarréplicas; ¡e incluso los mismos gráficos!
Está bien, hay que reciclar. Y aquí reciclan discurso que no veas, la verdad. No hay absolutamente nada que suene mínimamente natural, todo parece aprendido y preparado para lanzarlo sin piedad a la cámara. Mientras se enzarzan monótona y previsiblemente entre ellas pienso en que estoy asistiendo a uno de esos míticos crossovers que de vez en cuando nos proporciona la cultura popular, en particular los cómics: Marvel contra DC, Superman contra Spiderman. Y en este caso, Robocop contra Terminator, ambos implacables. No me hagan determinar quién es quién aquí, pues no sé por quién decantarme: se supone que para un político ser Robocop, un humano convertido en un robot, es mejor, o al menos más humano, que Terminator, un robot que simula ser humano, sin mucho éxito conforme abre la boca o les pegan un tiro y sigue como si nada. Pero el caso es que ambas candidatas sueltan argumentario como si no hubiera un mañana, en una lucha sin cuartel por ganar "el enmarcado de las mentiras", esto es: que el público piense que Feijóo es más mentiroso que Sánchez, y viceversa.
Y destacaría en ese particular, del argumentario de plástico que ofrecen a los sufridos espectadores, su afán por destacar lo cerca que están de "la gente", los ciudadanos comunes, esos individuos humildes que no llegan a fin de mes, que notan la inflación en la cesta de la compra. El caso es que Belén Hoyo lleva en cargos públicos desde que tenía 23 años, y nunca ha ejercido -que yo sepa- una profesión en ese mundo real; Diana Morant ha ejercido tres años su profesión (ingeniera, como no deja de repetirnos), pero bien pronto, a los 31 años, se metió en política y adiós a ese mundo real que tanto ama, y hasta hoy.
Estas limitaciones juegan en contra de ambas en el debate: pretenden crear un entorno bipartidista y lo que consiguen es recordarle al espectador a dónde puede conducir el bipartidismo. Mientras tanto, Águeda Micó y Carlos Flores, como ya he comentado, van a la suya, y ambos salen beneficiados. Micó introduce sus temas, interactúa con Morant y Hoyo, se postula como alternativa amable y "valenciana", ante la incomparecencia del respetable, que sólo habla de Sánchez y sanchismo, del señor Feijóo y de un enfoque totalmente centrado en la política nacional, cosa en la que también participa, claro está, Carlos Flores. A Águeda Micó le dejan libre el carril del valencianismo, y lo aprovecha. Sobre todo en el primer bloque, el soporífero monográfico sobre la financiación valenciana.
Flores, por su parte, va a jugar desde el principio y hasta el final a la contra, donde obviamente se encuentra más cómodo. Sobre todo, porque, también como en anteriores debates, la candidata socialista anuncia desde el principio su intención de no debatir ni dirigirse a él en ningún momento; una actitud incomprensible, la de ir a un debate para anunciar que no vas a debatir con otro de los participantes. Y además, contraproducente para tus intereses. Flores gestiona el filón de diversas maneras. De entrada, se sorprende de que Morant no aproveche la ocasión única de hablar con él: "tiene a su lado, a su derecha, a un catedrático de derecho constitucional". ¡Tiene al lado a un catedrático, un CATEDRÁTICO, nada menos, y a pesar de semejante privilegio renuncia a hablar con ÉL! Le lee propuestas de Vox y le dice que "parpadee una vez si está de acuerdo, dos si está en desacuerdo", le saca supuestos escándalos de despilfarro de Morant como ministra, le dice que no es verdad que su padre sea obrero, que es más bien empresario, ... Se queda a gusto, vaya, con la confianza de saber que Morant no se molestará en contestarle, pues se limita a mirar al frente y poner cara de dignidad (me fijo en si parpadea de vez en cuando; no mucho: ¡recuerden, Robocop-Terminator, ahora tú eliges!).
La verdad es que Flores está más sosegado y menos obsesivamente centrado en demostrar su brillantez dialéctica, y podríamos hasta considerar que sale vencedor de este debate. Problema: sus electores potenciales, a buen seguro, no tendrán sintonizado À Punt, y eso en el supuesto de que sepan lo que es À Punt. Pero tal vez Vox difunda algún vídeo de Flores diciendo "parpadee dos veces". Algo es algo.
El debate se divide en cuatro bloques, y va de menos a más: la financiación y las propuestas económicas son una acartonada sucesión de monólogos en la que escuchamos cumbres de la dialéctica como que "El Partido Socialista ha trasvasado más agua que el Partido Popular" (me imagino a miles de militantes recogiendo trabajosamente agua del río con cubos y llevándola a los sedientos habitantes de la Vega Baja. ¡Y eso que luego votan al PP y a Vox!). Pero luego la candidata socialista se rehace cuando Hoyo le saca un mapa de España con las autovías que supuestamente "el sanchismo" quiere llenar de peajes, recordando que el PSOE terminó con el peaje de la AP7, cuya concesión fue además prorrogada 25 años más por el Gobierno de José María Aznar.
En el tercer bloque, cuando se habla del estado del bienestar, la cosa se anima. Diana Morant cita las amenazas que profirió el candidato de Vox contra su exmujer, y por las que fue condenado, como vía para criticar al PP y sus pactos, críticas a las que se suma Águeda Micó. La violencia de género es un tema en principio favorable para las izquierdas, pero aquí Hoyo se defiende con soltura, sacando a colación la 'ley del Sí es Sí', que tan útil resultó a Feijóo en el cara a cara, y mencionando la condena del exmarido de Mónica Oltra por abuso de una menor, que acabó provocando la salida del Gobierno de la entonces vicepresidenta.
Los candidatos se han soltado algo (un poco, tampoco exageremos; han pasado de un clásico T-800 a un T-1000 líquido) y disfrutan de su momento, el que realmente interesa a todo el mundo: ¡política de pactos! Y yo me pregunto: ¿qué tienen los pactos que a todo el mundo le interesan, cuando aquí todo el mundo sabe, desde el primer minuto, que hay dos bloques clarísimos, y que pactarán entre sí como ya han pactado allá donde han tenido ocasión? La magia del salseo democrático.
Termina el debate. No ha sido tan terrible como me temía, pero también es verdad que mis expectativas eran muy bajas.