Los diferentes golpes que había recibido el equipo de Jackass, como la muerte de dos de sus integrantes en un accidente de tráfico o las adicciones de otros, hacían presagiar que la historia de este programa estaba periclitada. Sin embargo, ha habido una edición más en la que sigue presente un humor basado en dolor, caca, penes, testículos y vómitos. Sin variaciones. Aunque esta vez ha sucedido un caso curioso, la película es excesivamente violenta, pero el making of, que no duele tanto a la vista, es mucho más divertido
VALÈNCIA. Recuerdo de saber de la existencia del programa y darme igual, aunque la críticas trascendían. A menudo se escuchaba hablar de un espacio de la MTV que consistía en idiotas haciéndose daño. Yo metía todo eso en el mismo lote del hip-hop, el nu-metal y la MTV y lo ignoraba. Sin embargo, una noche pillé la película en un canal y por curiosidad me puse a verla. Fue de los mejores momentos de mi vida. Me reí como nunca. Era consciente de que todo era una burda payasada, pero precisamente por eso me hacía tanta gracia. Nunca he prestado atención al arte conceptual ni a las performances, pero si la mamada del tiburón ballena que sale en la primera película de Jackass se hubiera representado en ARCO, tal vez me hubiese interesado esa muestra de arte contemporáneo.
Desde entonces, ha seguido habiendo películas de Jackass -nunca he visto la serie- que me han gustado más o menos, pero siempre han tenido algún detalle que me ha hecho partirme de risa. Ahora acaba de llegar Jackass Forever y, es curioso, me ha gustado más el making of, titulado Jackass 4,5, que está en Netflix, que la película. El motivo es que es menos violenta y más estúpida. La violencia, el dolor que se refleja ante la cámara, es el componente más importante de Jackass, pero para mi gusto la primera media hora de la película es demasiado cruel. Llega un momento en que pone mal cuerpo y no hay atisbo de sonrisa. Ahora, en la explicación de cómo surgieron esas ideas y con las tomas descartadas, que son menos espectaculares que las titulares pero más simpáticas, ha quedado mejor el cómo se hizo que la película. Es algo que solo le podía pasar a Jackass.
Yo ya daba a estos humoristas por periclitados. En 2009, el líder, Johnny Knoxville, había contado en el programa de Howard Stern que se desgarró la uretra en un homenaje del programa a Even Knievel y se pasó tres años teniéndose que introducir un tubo dos veces al día para que la cicatrización no se la obstruyera. También en 2009, salieron a la luz los problemas del número 2, Steve-O. Eran de corte psiquiátrico, de drogadicción y fantasías suicidas que había confesado a sus amigos por email.
En 2011, el actor Ruan Dunn y el ayudante de producción Zachary Hartwell murieron al estrellarse en su coche contra un árbol. Dunn iba en estado de embriaguez. Su amigo y también actor de Jackass, Bam Margera, cayó en una depresión y varias adicciones tras el accidente. Hasta el punto de que apareció en el reality de la VH1 Family Theraphy with Dr. Jenn y fue despedido por Paramount en 2020 por incumplimiento de contrato.
Apareció Jackass GrandPa, pero el formato tradicional parecía algo del pasado y a lo sumo cabría esperar un documental, pero lo que hemos tenido es un regreso a lo mismo de siempre. Los protagonistas son sensiblemente más mayores, ya rondan los cincuenta, pero siguen siendo igual de anormales que los jóvenes veinteañeros de los noventa que crearon una franquicia basada en la estupidez humana y que, pese a sus múltiples imitadores, casi nadie ha sabido igualar. En realidad, pese a lo estúpido de hacerse daño por diversión, el listón de Jackass está muy elevado por la imaginación, que no es una cualidad tan tonta. Se dice que en TikTok hay vídeos que les pueden hacer sombra. Yo lo pongo en duda.
Por ejemplo, recrear un ataque de Godzilla caracterizando como monstruo al pene de Chris Pontus sobre una maqueta, es un desparrame. El resultado, bien, pero el making of es para llorar de risa. El ping pong sobre una mesa sostenida por penes también es tan hilarante que es imposible no reírse. En fin, todo gira en torno a penes, caca, vómitos y dolor. Son combinaciones de estos elementos de forma constante. Pura fase anal. Como los dibujos animados del Correcaminos o Piolín, pero con seres humanos.
Lo que es curioso para un espectador español es la prueba que se hace con un toro. Knoxville intenta hacer un truco de magia delante de uno. El toro le embiste y le rompe un brazo, una costilla y le produce una hemorragia cerebral. Es el número estrella de una película basada en la idiotez y que está orgullosa de ello. Sin embargo, este verano, bastaba con poner el informativo de televisión para ver esa misma escena reproducida por múltiples localidades de la geografía española, pero no como idiotez, sino como tradición. Da para muchos juegos de palabras. ¿Será que nuestra tradición es la idiotez? ¿la vanguardia de la cultura popular estadounidense retrocede hasta nuestras costumbres ancestrales? Lo pregunto sin malicia, pero hacerlo es inevitable. No por casualidad, el último story en Instagram de Knoxville en el momento de escribir estas líneas es un vídeo de España. Una cogida de un encierro en Campo de Romanones (Guadalajara) Ahí estamos, admirados y envidiados... por el universo Jackass.
El director sueco Ruben Östlund considera que su obra es una mezcla de Larry David y Michael Haneke. Ciertamente, los puntos más fuertes, que son los más divertidos, de sus últimas y premiadas películas se encuentran en las escenas que más incomodidad provocan al espectador. En la última, gente obscenamente millonaria intoxicada por ostras en mitad de una marejada en un yate. Parece una idea de la editorial Brugera, pero con esas carcajadas ha ganado en Cannes y aspira a los Oscar
Se llama afonía psicógena o mutismo. Cuando alguien sufre una experiencia traumática, pierde la voz. Le ocurrió a Khavaj, un luchador de artes marciales que, en el contexto de las campañas anti-homosexuales que tuvieron lugar en Chechenia en 2017, fue amenazado de muerte por su hermano y repudiado por su madre. Como refugiado, pudo iniciar una nueva vida en Francia y Bélgica. El autor del documental que se rodó sobre él, Silent Voice, también oculta su nombre por miedo a represalias del gobierno