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entrevista

Juan Manuel Gil: “Lo importante no es tener una vida fascinante o aburrida, sino cómo la cuentas”

El ganador del Premio Biblioteca Breve 2021 publica La flor del rayo, un desafío a la autoficción

1/02/2023 - 

VALÈNCIA. Juan Manuel Gil ganó el premio Biblioteca Breve en 2021 por Trigo Limpio, y desde entonces, cuenta su nueva novela -La flor del rayo- que se sumió en una crisis creativa con repercusiones personales irreparables. Pero a un escritor que habla en primera persona no siempre se le ha de creer. Ese es el desafío que lanza el almeriense en esta nueva obra, que juega con la frontera entre la ficción y lo verosímil para conformar un relato metaliterario, que no deja de lado tampoco los grandes temas de la vida.

El propio Juan Manuel escribe en primera persona para contar cómo, en un paseo con su perro Boludo, observa un cuerpo en una camilla saliendo de una casa con la que se obsesionará para construir un proyecto literario. Gil, que visitó València ayer mismo para encontrarse con medios de comunicación, atendió las preguntas de Culturplaza.

- La primera pregunta que quiero hacer tiene que ver, lógicamente, con el dispositivo que construyes en esta novela, esta casi-parodia a la autoficción. Quiero plantear la cuestión desde dos perspectivas. La primera es desde la tuya propia como escritor, ¿desde qué pensamiento o preocupación sobre la literatura o el sistema literario parte la intención de este desafío a una tendencia que ha tenido mucho protagonismo en los últimos años?
- Para mí, la autoficción, que se ha puesto tan de moda de un tiempo a esta parte, no me resultaba especialmente novedosa, sobre todo por esos elementos que tiene: una primera persona muy poderosa, que parece estar contándote sus cuitas internas, y que, en realidad, parece que no se alejan demasiado de las tuyas propias. Ese boom a mí me sorprendió muchísimo porque, apenas rebuscas un poco en nuestra literatura, te das cuenta de que se lleva haciendo muchísimo tiempo. Pero en ningún momento se planteaba la posibilidad de que, en realidad, lo interesante era la vida. A mí eso me inquietó porque, en el fondo, cuando un escritor quiere contar su propia vida, novelarla, me pregunto si a él le ocurren cosas muy distintas a cualquier otra vida. La respuesta es que, generalmente, no. Al final, el libro tiene que funcionar como una novela, tener una peripecia y unos personajes. 

Yo decidí acercarme a la autoficción, pero intentando desentrañar eso que se había generado. Para mí, mis novelas son un artilugio plenamente de ficción que quieren tomar apariencia de autoficción. En ese sentido, lo que he hecho ha sido tomar los mimbres de nuestra literatura (la parodia, la ironía, el humor) para acercarme a la vida de un escritor que tiene un nombre, que tiene una vida muy parecida a la mía, pero que le ocurren cosas que no son las que me ocurren a mí; y que le ocurren cosas serias, que no son muy diferentes a las que le podría ocurrir al lector: su relación de pareja, su relación familiar, la pérdida de algún ser querido, su inquietud como artista… 

Además, me interesaba mucho utilizar el humor porque le resta un poco de solemnidad. Creo que, a la autoficción, una de las cosas que le sobra es seriedad, y quiero aportar ese sentido del humor que permite desarticular esa pomposidad que suelo encontrar en ella.  

- Incluso no te hace falta más que poner marcas sutiles, como el precio de lo que le cuesta al protagonista el veterinario de su perro, Boludo. A lo mejor estás leyendo un párrafo con un tono serio, y esa marca, de alguna manera, sirve ya para destensarlo todo.
- Sí, porque al final no es un libro que busque hacerte reír, es una historia que intenta hacerte pensar y a mí me parece que el humor es una auténtica invitación al pensamiento, a la reflexión. Apuntas lo del precio: es un libro que constantemente está hablando -y lo plantea de diferentes maneras- de cómo nombrar el amor. Esa es una manera de nombrar el amor, hoy en día, en una sociedad consumista. Medimos mucho el amor que sentimos por aquellos que nos rodean por el dinero que nos gastamos en ellos. Eso merece muchísima reflexión. No sé si vamos a ser capaces de bajarnos de ese barco, pero -en este caso- el narrador tiene como manera de evidenciar el amor hacia su perro diciendo cuánto dinero se ha gastado en el veterinario. 

- La otra perspectiva que quería plantearte es el del propio lector. ¿Qué buscas generarle con esa confusión entre la realidad y la ficción?
- Yo quiero provocar algo que a mí me parece que es una de las bases de la literatura: cuando un lector abre un libro, hay una especie de pacto tácito entre él y el escritor de credibilidad. Eso me parece un hechizo. Yo, diluyendo la frontera entre la realidad y la ficción, pretendo contribuir a esa especie de encantamiento que tiene la literatura. El libro es un homenaje a la ficción y un homenaje a la literatura. Intento confundir al lector, jugar con él, precisamente para provocar esa sensación de que lo que está leyendo tiene parte de realidad, también de ficción, y en ese ir y venir, es donde se puede mostrar vulnerable y entrar en la historia. De esta manera, al final puede dejar de interesar qué es real y qué es ficción y lo que importa es la vida de un escritor que tiene una dificultad, que su vida personal zozobra, y que encuentra una historia en la casa de la vecina. 

Foto: TAMY CHAUD

- Precisamente al final de la novela, la vecina dice que su hija cree que su historia es una normal y corriente. El reto de tu novela es que al lector no le interese tanto como al escritor esa historia, sino cómo va descubriéndola.
- Sí, porque la literatura, en gran medida, es la mirada del escritor: desde dónde mira, cómo lo cuenta, y cómo articula todo eso para mantener la atención, la curiosidad, la profundidad, la reflexión… Estos elementos que preocupan esencialmente a un escritor, como es el protagonista, a cualquier persona que no se dedique a escribir, la vida le parece una cosa más elemental (que no simple). Piensa: “cualquier drama o alegría que me ocurra en mi vida, le puede ocurrir a mi vecino, ¿qué tiene de especial mi vida?” El escritor va a responder que el cómo lo cuentes. Eso es lo esencial. 

La diferencia entre una vida fascinante y una vida aburrida es, sencillamente, el cómo. Puedes tener una vida fascinante y no saber cómo contarla, y por lo tanto se convertirá en una vida aburrida a ojos de quien te escucha. Puedes tener una vida aburridísima, pero saber cómo contarla, y se convertirá en trepidante. Esa es una de las grandes diferencias entre el lector y el escritor: que a este le obsesiona el cómo.

- Todas las conversaciones que mantiene Juanma con el resto de personajes son muy hostiles… A pesar de esas marcas de amor que dices tú que hay, no las va descubriendo en los diálogos.
- Sí, es cierto, pero porque yo necesitaba poner un personaje que hubiese perdido el control absolutamente. Es el único personaje que no ve que se acerca a un precipicio. Se lo dice su terapeuta, su mujer, su madre,  su padre… y él no lo ve. Una de las principales razones es porque es un personaje obsesivo, maniático, hipocondríaco, inseguro y herido por su miedo. ¿Dónde controla él los miedos? En el refugio que ha encontrado en la literatura. Cualquier invitación desde la hostilidad es, básicamente, una invitación a que salga de la madriguera: “La vida es esto. Allí parece que te enamoras pero no te enamoras, y parece que te duelen las cosas, pero no te duelen. Es aquí donde duelen, donde te enamoras, donde sientes”.

Él no está dispuesto a asumir ese descontrol, porque en la literatura lo gobierna todo: sabe lo que ocurre antes o después, él ordena los episodios, pero aquí no. Así que acaba viviendo su relación de pareja como si fuese una trama secundaria de su historia o las sesiones con su terapeuta como si fuesen un yacimiento del que sacar material narrativo. Todo va en una dirección, la literatura. 

- ¿Por qué es tan importante Boludo [el perro del protagonista] en esta historia? ¿Qué papel juega? 
- Para mí es muy importante, a pesar de que no hable porque es un perro, y aunque no tenga una intervención decisiva en la novela, aparentemente. El narrador está absolutamente desvinculado de la realidad. Solo se mueve de su barrio a la consulta del médico o a la del terapeuta; no tiene ligazón real, y cuando sale a promocionar su novela, se mete en el hotel y generalmente apenas sale. ¿Cuál es su contacto con la realidad? No lo tiene, pero necesitaba que lo tuviera. Quien se lo da es el perro. Es decir, cambian los roles: es el perro el que saca al narrador a pasear, el que le da un contacto.

Y luego, Boludo también representaba esa incondicionalidad, esa mirada tierna, crítica pero comprensiva, con un personaje principal que ha perdido el control y que no para de hacer disparates. Sin embargo el perro siempre está ahí, mirándolo, en una novela en la que nadie muestra ya comprensión, en el que todos le hablan con hostilidad y hartazgo. ¿Quién lo iba a soportar a este personaje si ni siquiera lo hacía su madre? Pues Boludo.

- En un momento de la novela en el que hablan la vecina y el protagonista, dicen algo así como que las historias bien contadas terminan siempre mal. ¿Esta historia termina mal?
- Bueno, creo que cualquier buena historia en la vida generalmente acaba mal porque todos sabemos cuál es nuestro final. Es un final que en ocasiones ni planeamos a pesar de que sabemos que puede suceder de manera inminente. Nos vamos acercando a la muerte casi de espaldas a ella. Luego, cualquier historia de amor, si tiene un final, va a ser malo; cualquier historia con tu hijo, si tiene un final, no va a ser bueno. En la vida, generalmente, los finales no son felices, pero son necesarios todos.

Ahora, yo soy un escritor de estos que piensan que el control de la novela siempre la tiene el escritor. Y si el escritor considera que el final de la historia ha de ser feliz, puede serlo. Solamente tienes que poner las piezas en el orden adecuado, que el movimiento se distribuya con naturalidad, y conseguir convencer al lector para que esa mentira tuya se convierta en una verdad para él durante algunos días.

- Supongo que como había ya demasiadas tramas en tu historia, pero pasas un poco de puntillas en el hecho de haber ganado el premio, de la relación con la editorial, de la presión del éxito.
- ¿Sabes lo que pasa? Creo que no me faltaba distancia. Yo gané el premio en el año 2021. ¿Cuándo podré contar yo un poco lo que me está sucediendo ahora o lo que me sucedía el año pasado? Pues probablemente en 5 o 10 años, cuando vuelva a mis diarios, y la memoria y la ficción haya hecho de las suyas y encuentre por dónde colarme.

Cuando empecé a escribir esta novela (o algo que se parecía a La flor del rayo) no había ganado el premio todavía. Lo que ocurre después del premio es que yo no tenía claro cómo contar la historia. Solo sabía que quería hablar sobre el duelo y sobre la vida del escritor, también sobre el escritor obsesionado que confunde la realidad con la ficción. Pero me faltaba algo.

Y me sucedió, cuando recibí el premio, que un periodista me preguntó “bueno, ¿y ahora qué? ¿vas a poder con la presión?” Y me sorprendió aquella pregunta, me la llevé a casa y, dándole vueltas, me di cuenta que había encontrado la manera de contar la historia: un escritor que sufre porque, después de ganar un premio, se siente muerto de miedo por no cumplir las expectativas casaba totalmente con muchísimas de las cosas sobre las que yo quería reflexionar.

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