CASTELLÓ. Ayer, como todos los domingos, Pancho y yo recorrimos el Parque Ribalta, cada vez más botánico, saludable y sostenible. Nos detuvimos en el espacio que ocupaba el monumento franquista de esa enorme cruz que se plantó en media España en aquella mierda de posguerra y que, gracias a la ley de Memoria Democrática y al tesón y buen hacer del Ayuntamiento de Castelló, ha desaparecido. (Aunque, -yo que fui vecina de Rafalafena muchos años-, no sé si me gustaría encontrarme cada día con semejante símbolo franquista en medio de una plaza).
Bueno, pues, ayer, como Pancho es viejito y no está muy bien de salud, descansamos en uno de los nuevos bancos de cerámica, en el mismo espacio donde se encontraba ese monumento de la ignominia. Y digamos que se ha convertido en una zona bellísima, recuperando el diseño originario y jardinería del Parque Ribalta, significando el Castelló del futuro, del presente, esa ciudad que amanece de colores, de todos los colores. Aquí, en dos legislaturas municipales, se ha enterrado el blanco y negro. Y qué bueno pasear por esta ciudad tan hermosa.
El pasado sábado, aferrando la pequeña mano de uno de mis nietos, recorrimos el Museo Etnológico del Carrer Cavallers. Biel es un forofo de gegants i cabuts. Pero, sin duda, lo que más le gustó fue una visita fugaz al Mercat Central, buscando ‘el peixet’, los ejemplares más bonitos de sardinas, salmones, boquerones, sepias, pulpos, galeras, cigalas… Quina xalera!, cómo decimos en Morella.
Qué bellas son las ciudades que habitamos desde el corazón, estos grandes espacios urbanos que se convierten en una gran casa común. Castelló es un ejemplo. Vivimos entre distancias del cuarto de hora. Quince minutos de media para desplazarnos a pie entre barrios y entre el centro, que, por cierto, contiene más vida ciudadana que nunca.
Esta realidad es una evidencia tremenda, porque desde la derecha castellonense y su ultraderecha no cesan en criticar a Castelló, “una ciudad a oscura, sin vida, sin acceso al centro, sin calidad y sin seguridad”. Incluso, en un Pleno municipal, la portavoz de la derecha, y de su ultraderecha, llegó a comparar Castelló con El Bronx de Nueva York, una información cargada de mentiras, además de un tremendo racismo e ignorancia.
Pero la verdad no tiene remedio. Solo hay que pasear por la ciudad, por su centro y sus barrios, para ver la vida activa que late y que contagia participación ciudadana. Claro que existe un problema serio de cierre de empresas comerciales, pero tiene más que ver con la coyuntura económica global, con los nuevas demandas y usos del consumo, que con el Ayuntamiento, cómo tanto cacarea la derecha y su ultraderecha. Pero la vida en el centro sigue latiendo.
La derecha del PP, y su ultraderecha de Vox, siguen enmarcando en sus fantasías un Castelló que no existe, hablan de “decadencia y oscuridad”. Perdónales Señor porque no saben lo que hacen. Y porque no tienen un interés colectivo y honesto por esta ciudad, por todas las ciudades que pretenden gobernar. Es también el caso de València. No tienen estima ciudadana. Es otra historia. Siguen rasgándose las vestiduras, sin escrúpulos ni vergüenza.
Mi vecina está hiperactiva en esta campaña electoral. Ella ha sufrido varias decepciones, cocinadas en las fauces del fabrismo castellonense, aquellas formas de gobernar que buscaban el enriquecimiento personal del señorito mediante prácticas fascistas y mafiosas, colocando a centenares de personas ‘para toda la vida’ en el Ayuntamiento, la Diputación y el Hospital Provincial. Mi vecina siempre dice que aquel señorito vestido de negro controlaba las vidas de quienes colocaba y a sus familias.
Es el mismo señorito que se dejó ver abrazando a Rajoy y a la candidata popular de la derecha y de su ultraderecha castellonense. Bueno, que tanto Rajoy y Carrasco fueron a abrazarle efusivamente. Claro, es lógico, él es el padrino de este dramático pasado que hundió las economías autonómica y castellonense. Porque, acá, ha costado mucho tiempo y esfuerzo sanear las arcas municipales de aquellos tiempos negros que conjuraron la prevaricación y el tráfico de influencias.
Mi vecina sabe de qué hablo, porque ella lo ha sufrido, porque su marido fue una de las víctimas de ese fabrismo que cobraba un ‘impuesto revolucionario’ en cuanto trataba con empresarios. Él se negó. También lo hicieron otros empresarios, y se les negó el presente y el futuro.
Cuando escuchas en esta campaña que la candidata de la derecha y su ultraderecha castellonense habla de cambio, la piel se pone de gallina. Castelló no puede regresar a ese pasado de auténtica oscuridad que, como el fabrismo, se jugó en una mesa de casino el dinero de la ciudadanía.
Mi vecina tenía preparados, ayer para comer, un vermut de boquerones en vinagre para morirse. Yo aporté un pollo teriyaki con pimiento verde y rojo que preparan magistralmente en la Carnicería Consuelo de nuestra calle Zaragoza. Un pollo al que sumo tortillas de trigo integral, para enrollar el manjar, y mi salsa árabe de yogurt. Volví a elaborar mi crema de berenjenas con tahín, cominos y limón. Y el postre, aunque ya han pasado las fiestas del centenario de la coronación de la Verge de Lledó, fueron dos pasteles de Lledó de la panadería Blanch.
La sobremesa, como todas, fue sublime. Mi vecina tiene muy claro que va a votar a Amparo Marco como alcaldesa de Castelló. Y me dice que mucha gente hará lo mismo. Ella acudió a un debate de candidatas y candidatos y escuchó cómo la portavoz del PP y su ultraderecha de Vox acusó a la alcaldesa de ‘asesina, terrorista, corruptora de menores’ y otras historias que no merece la pena reproducir. Mi vecina salió indignada del debate, y triste. Porque el PP y su ultraderecha Vox repitieron los mismos mensajes -crueles- que sus partidos han dictado desde Madrid. Nada que ver con Castelló. Muy fuerte e ignominioso. Siguiendo la estela de las mentiras y manipulación que la derecha y su ultraderecha han practicado esta legislatura.
...Olvidé escribir que esta legislatura ha sufrido un maldito y prolongado tiempo de pandemia y confinamiento. ¿Alguien recuerda el horror y el miedo de ese periodo?. ¿Alguien se acuerda de que una alcaldesa de Castelló estuvo en primera línea todos los días, gestionando cada día una pandemia desconocida, imprevisible, trabajando para que no pasara nada en Castelló? Mi vecina, que es una mujer cargada de razones, trae a colación este tema, “mira, Amparo, ya nadie se acuerda”. Y no hay que olvidar.