Los zumbidos del viento azotan en la casa soleada, los patios interiores, que los domingos huelen a gloria, provocan remolinos que abren y cierran ventanas. En los días de aire fuerte, Panxo desaparece, se esconde y no emerge hasta que regrese el silencio. Asoma el hocico desde el escondite, sus ojos imploran un abrazo. Tiene miedo a los sonidos del viento. Estos días hemos sido azotados sin piedad por varios vendavales. Alertas rojas y amarillas han sumado titulares a este primer mes del año tan apocalíptico.
Siguiendo los pasos y las palabras de mi estimada colega Regina Laguna y su tieta, vamos evolucionando hacia un nuevo e incierto mundo. Y el camino es oscuro. El tío Paco, a sus 78 años, considera que vivimos otra especie de guerra. Está convencido de que la humanidad ha descarrilado. Desde su encierro en la Ribera del Xùquer dice que el aire de estos días anuncia el fin del mundo. Asustado, respira y cambia de tema. Me habla de la herencia de Paquirri como si fuéramos familia, que Isabel Pantoja ha robado a su hijo, como si también fuéramos familia, y, de repente, se plantea que la vida es una mierda fuera de su refugio. Le duelen los golpes a la hostelería, sufre por quienes están perdiendo el trabajo, se cabrea por quienes se han vacunado colándose en las esperas de la necesidad, y no entiende qué pasa con las vacunas y el tamaño de las jeringuillas. Está aterrado por un futuro que no acaba de vislumbrar, cuando él siempre ha sido una especie de visionario con brillantes intuiciones.
"Hay miles, decenas, centenares de miles de personas mayores que viven solas, encadenadas a un televisor, encerradas y temerosas desde hace un año".
Sus días son hipnosis televisiva. Me cuenta, por otra parte, que ha visto una película sobre la vida de un escritor Premio Nobel que fallece de un infarto en un hotel de Estocolmo en medio de la ceremonia de entrega del galardón y destapa el fraude de su vida. La obra de este escritor era creada y editada por su esposa. Y el tío Paco me dice indignado que “todo es muy fuerte”, “nos han engañado”. Dice, a sus casi ochenta años, que está descubriendo ahora la invisibilidad de las mujeres excelentes, escritoras, investigadoras, deportistas, periodistas, economistas, creadoras… Y añade que está confundido con las decisiones de los gobernantes y de los partidos políticos.
Hay miles, decenas, centenares de miles de personas mayores que viven encadenadas a un televisor, encerradas y temerosas desde hace un año. El pasado enero de 2020 nos reíamos de las ocurrencias chinas sobre los distintos usos de una mascarilla y la creatividad desesperada en torno a un elemento que, un par de meses después, entró de lleno en nuestras vidas. La excelente escritora Fina Cardona-Bosch hablaba este sábado en Valencia Plaza sobre el frío secreto, sobre el hielo que nos está habitando, sobre la necesidad de construir cámaras aislantes, habitaciones bajo cero. Como la escarcha de enero, esa capa brillante, hermosa y fría que cubre y pone en riesgo la vida, estamos caminando en un entorno gélido, inhóspito, cruel.
"Nuevas restricciones llegan a nuestras vidas a través de salmos dominicales que, como en los púlpitos de iglesia, nos señalan con el dedo".
Mientras escribo este domingo, la casa huele el maravilloso sofrito de algún arroz que desprenden los patios interiores. Las casas de quienes no son convivientes con nadie no preparan paellas. Y la radio, con sus sonidos, vuelve a provocar sarpullidos anímicos. Nuevas restricciones llegan a nuestras vidas a través de salmos dominicales que, como en los púlpitos de iglesia, nos señalan con el dedo. Este país no deja de estar triste. Gestionar el miedo y la desconfianza está siendo una ardua tarea que, además, está crispando a una ciudadanía muy cansada.
Vivimos en el estado del desasosiego. Desconocemos el futuro inmediato. Los días pasan y las cifras del coronavirus son espeluznantes, como los datos de evolución y ocupación hospitalaria, como las rápidas, improvisadas o no, determinantes, contradictorias decisiones de las altas autoridades. No es nada fácil ni previsible. Son momentos duros, imprecisos, en los que se hace necesario el riego de esperanza.
"Hay convulsión en este momento mundial sumergido en su propia crisis, con gobernantes que gobiernan y manipulan el dolor, con un alarmante ascenso de los traficantes de la felicidad".
La libertad es imposible cuando estamos demasiado enfermos para pensar en la felicidad y demasiado débiles para perseguirla. Es una frase del historiador estadounidense Timothy Snyder que advierte de la libertad cegada en tiempos de pandemia. Hay convulsión en este momento mundial sumergido en su propia crisis, con gobernantes que gobiernan y manipulan el dolor, con un alarmante ascenso de los traficantes de la felicidad.
Mientras, el viento desata su furia, desde el poniente, gregal, cierzo… Intentando limpiar la tristeza y las soledades, moviéndonos de norte a sur y de este a oeste, respirando esas partículas que aturden. Porque el aire no es limpio ni transparente, porque nuestros días transcurren bajo aires difíciles.