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tribuna libre / OPINIÓN

La gestión del turismo de naturaleza, un debate entre los ayuntamientos y la Conselleria

11/02/2024 - 

El turismo nació en España a principios del pasado siglo, cuando se iniciaron preocupaciones y trabajos para poder recibir y acomodar a los ya entonces numerosos viajeros que llegaban al país atraídos por monumentos, paisajes, museos y tradiciones, y que no encontraban hoteles de calidad, que además tenían que recorrer malos caminos y que no encontraban materiales de divulgación para sus visitas. En aquel entonces se debatió la cuestión entre los primeros promotores de esta naciente costumbre asustados porque el turismo, siendo una muy buena seña de identidad y una buena fuente de ingresos de divisas, resultaba ser a la vez una industria cuya masificación la convertía en destructiva.

Han pasado más de cien años y España se ha convertido en una enorme potencia turística. Los problemas de entonces ahora pueden resultar explosivos. Se mantienen perennes, son actuales, y marcan la cesura que hay entre lo que debemos considerar turismo, como industria y como imagen de España frente a otros países, y otras tendencias que han ido surgiendo alrededor del tema y que es preciso acotar y diferenciar. Hoy es cuando más preciso resulta considerar ese conjunto de matices que no desvirtúen y acaben matando un concepto que, como ya decían sus creadores, es imprescindible pero a la vez destructivo.

La confusión entre turismo y simples estancias vacacionales en segunda residencia es uno de los grandes enemigos de la industria turística. Entre ambos conceptos se entremezclan ideas y posibilidades que no dejan una frontera clara entre estos dos tipos de viajes y viajeros. Un vecino de una ciudad que pasa unos días de vacaciones en un pueblo es posible que además haga excursiones a otros pueblos, visite paisajes cercanos y busque una gastronomía local, o que aproveche para visitar un determinado museo, una célebre gruta, un monumento histórico o se acerque a participar de unas fiestas tradicionales o un festival o concierto, lo que sin duda es turismo en su esencia más amplia y rigurosa. Pero un vecino de una ciudad que tiene un apartamento en tal o cual pueblo de costa, es posible que simplemente pase unos días en esa segunda residencia y se limite a bajar unos ratos a la playa y pasar el resto del día en su apartamento viendo la televisión. Eso sin duda no tiene nada que ver con el turismo, aunque sin duda es una realidad que es preciso respetar. 

Así, deberemos distinguir una industria del turismo y otra del puro vacacionismo de segunda residencia. La primera es la que pretendemos analizar ahora, la segunda es otro tema que merece su propio estudio pero que en ningún caso su gestión deberá confundirse con la gestión del turismo.

Entendamos pues que hablamos de la gestión del turismo cultural y de naturaleza, dejando al margen la cuestión de cómo gestionar ese vacacionismo de segunda residencia, que aunque también imprescindible hoy por hoy, aporta unos márgenes en productividad y desarrollo mínimos e incluso a veces negativos.

El problema es que la gestión que tienden a realizar los ayuntamientos de los pueblos de costa está dirigida a fomentar más que nada la segunda residencia, las estancias de temporada y en última instancia el ladrillo, dejando al margen las posibilidades del turismo de mayor valor añadido que representan los viajeros de naturaleza y cultura. Se supeditan las estructuras y elementos de desarrollo de ese turismo a las conveniencias de la construcción, de la creación de urbanizaciones y de la hostelería de oportunidad, el de la más vulgar paella, la más cutre sangría, de la sustitución de ambientes y establecimientos comerciales tradicionales por franquicias idénticas de uno a otro extremo del mundo. Estas son las características de ese submundo vacacional que los ayuntamientos demasiadas veces confunden y aceptan como supuesto turismo.

Al final, las concejalías de turismo acaban siendo simples títeres de las de urbanismo, que a su vez tienen como único objetivo la cantidad y la rapidez. Mientras más se construya y más rápido, mejor, claro está, que sólo para esos empresarios de la construcción. Y generalmente la consecuencia es la de ninguno o incluso negativo desarrollo para los sectores de la hostelería, el comercio y el turismo. Por cada nuevo bloque de apartamentos que se abre, se abren en sus bajos nuevos restaurantes y comercios que llegan para competir con los ya existentes. El resultado para esos sectores es una suma cero. Hablamos de desarrollo, no de puro crecimiento. No olvidemos que ambos conceptos no son sinónimos, sino más bien antónimos.

Deberíamos pues empezar a trabajar sobre el desarrollo del turismo al margen del desarrollo inmobiliario, planteando un cambio en la mentalidad con la que enfrentar esta importante cuestión.

Evidentemente una vez que ya está creada la poderosa infraestructura supuestamente turística no se deberá actuar contra esa parte de esa industria, pero sería muy importante ir derivando ese mundo hacia un genuino mercado turístico y supeditar el crecimiento inmobiliario a la potenciación de atractivos culturales en su sentido más amplio: monumental, artístico, gastronómico, deportivo, de festivales musicales, de salud, de naturaleza, excursionista.

Viene a cuento esta introducción al problema, ante la cuestión de la gestión del turismo en los parques naturales. Un parque natural tiene siempre como finalidad precisamente el propio parque, no su utilización como un gancho para otros fines por muy loables y necesarios que estos pudieran parecer. No actuar así es matar a los parques a medio o incluso a corto plazo.

Hay un turismo de naturaleza, absolutamente diferenciado del vacacionismo de segunda residencia, e incluso de otros tipos de turismo cultural. Ese turismo tiene características propias muy bien definidas y generalmente los ayuntamientos lo ignoran, pensando que el parque natural cercano es simplemente un bonito paraje para que los visitantes de tipo general se den un paseo, vayan a bañarse a sus playas o ríos y merienden en sus zonas habilitadas o incluso en cualquier lugar del parque. Pueden olvidar en consecuencia promover ese turismo específico de naturaleza, que está generalmente muy bien organizado en revistas, clubs, páginas web, etc., e incluso ocurre con frecuencia que los ayuntamientos y sus concejalías de turismo alienten más bien a los veraneantes cercanos a inundar el parque, con una notable degradación del mismo y un resultado que esencialmente expulsa al turismo que sí que necesita el parque y que si lo encuentra lleno de veraneantes comiendo tortillas en los parajes que debían ser preservados con el mayor cuidado, abandona sus proyectos excursionistas o los llevan a cabo con notable fastidio. 

No es posible observar naturaleza, aves, animales silvestres, vegetales singulares, en medio de un follón de coches incontrolado, de motoristas que se meten por trochas y veredas, y de papeles, plásticos y, sobre todo, de ruidos de origen humano o mecánico. 

Los parques están creados precisamente para preservar espacios más o menos naturales y tradicionales sin que se degraden ni se alteren. Esa es la finalidad del parque, y debería desarrollarse el turismo de naturaleza para atraer a esos turistas que tienen como objetivo, no el bañarse en sus playas o ríos y comer un bocadillo bajo unos árboles, sino el de integrar su experiencia con esa naturaleza que se ha conseguido proteger y preservar especialmente y que en consecuencia puede ser que también se bañen en ese río o playa aislada y coman su bocadillo bajo un árbol, pero cuya visita al parque no tiene ese baño o ese almuerzo como motivo de su entrada sino como un simple complemento más a su excursión de naturaleza.

Y la construcción masiva, por favor, llévenla a las ciudades, que es donde es urgente. Los turistas verdaderos prefieren la ligereza de equipaje, la no repetición, la improvisación organizada, prefieren el hotel económico o no, el camping, el alquiler por días, y la búsqueda de buena gastronomía local. Compran guías, consultan bibliografía, visitan centros de interpretación, van a museos, y acaban haciendo de fantásticos propagandistas de los lugares que visitan, siempre que la recepción no se haya visto destrozada por el olor a fritanga y la masificación playera.

La propuesta reciente de la consellera de Medio Ambiente y Territorio para que se impulse el turismo en los parques naturales abre un importante proceso que obliga a todas las partes involucradas en estas cuestiones, medio ambiente, parques naturales y turismo, a recolocarse ante problemas de futuro que son ya de presente. Obliga a definir con precisión qué es turismo de parques naturales y cuál debería ser la más correcta actitud de ayuntamientos y empresarios ante el desafío que el turismo cultural y de naturaleza representa, y reposicionar a todas las autoridades que tienen relación directa y responsabilidades sobre estos temas con la necesaria distinción entre crecimiento urbanístico en pueblos turísticos y el imprescindible desarrollo económico basado en el turismo. 

Estamos ante un cambio profundo en el concepto. Muchos sugieren que no necesitamos ochenta y cuatro millones de visitantes en España al año, que lo que necesitamos es ir creando profesionalidad, empresas de más alto valor añadido, visión de futuro, que desarrollen turismo de calidad. Y entendamos que turismo de calidad no es el de mayor poder adquisitivo, sino el que no se emborracha y vomita en la calle a las cuatro de la madrugada, el que no se pasa el día tirándose por los balcones a las piscinas, el que no circula a 160 Km/h por carreteras secundarias. Es el turismo que gasta su tiempo y su dinero, poco o mucho, en descubrir espacios naturales, espacios urbanos tradicionales, gastronomía, conciertos, museos y sabe apreciar todo lo muchísimo de atractivo, hermoso y verdaderamente importante que nuestro país le puede ofrecer. 

Y además no se debe olvidar que la industria turística es muy importante, pero menos que la necesaria estabilidad de la vida de los vecinos de pueblos y ciudades. Si una visión equivocada del concepto de turismo hace invivibles los centros de Barcelona, Sevilla o Madrid es que estamos errando el camino para un adecuado desarrollo general del país.

En todo caso, es preciso tener la mayor claridad en marcar lo que es responsabilidad de los ayuntamientos y lo que es responsabilidad de la Conselleria de Territorio y Medio Ambiente. Los ayuntamientos deberían esforzarse por crear y mantener una genuina industria del turismo, y a la vez encajar en su municipio el desarrollo urbanístico adecuado primordialmente a la vivienda de los vecinos, contemplando con la necesaria mesura la vivienda de segunda residencia de quienes simplemente les visitan unos días o semanas al año. 

La Conselleria tiene la responsabilidad del cuidado, preservación y mantenimiento de los parques naturales, sabiendo calibrar y ordenar el turismo que visita estos santuarios de la naturaleza, exigiendo a los ayuntamientos limítrofes o insertos en el parque que las condiciones de esas visitas sean estrictamente las que marcan las normativas medioambientales de protección de los mismos. Esta es una labor pedagógica que la Conselleria tiene la obligación de desarrollar con los ayuntamientos, no al revés.

En Castellón tenemos siete parques naturales y una reserva marina-parque natural en las Columbretes. El de la Serra d'Irta se ve amenazado por visitantes que buscan simplemente un baño en sus playas aisladas y que llegan junto a verdaderos turistas de naturaleza, los otros seis parques de interior o costa están seriamente amenazados por cazadores de escasa o nula sensibilidad que dificultan la visita del verdadero turismo de interior y de naturaleza. 

Es urgente delimitar las condiciones de visita de los parques con cupos diarios, al menos en verano, como ya se hace en el de la Serra d'Irta, e ir eliminando la caza que a todas luces es contradictoria con la idea de parque natural. Esto puede no gustar a algunos vecinos de los ayuntamientos colindantes pero para sus municipios, pensando en un futuro genuinamente turístico, es absolutamente imprescindible.

Si tomamos este desafío con fuerza, podemos confiar en que en pocos años, además de mantener esos visitantes urbanos de playa, paella, sangría y televisor, que desde luego tienen todo el derecho del mundo a sus descansos vacacionales a su manera, se vaya desarrollando un sector profesionalizado mucho más atractivo, más sólido, y sobre todo, mejor remunerado. Ese es el desafío y no puede admitirse que cantidad sea mejor que cualificación profesional y turismo genuino con valores de cultura y naturaleza.

Presidente de la Junta Rectora del Parque Natural de la Serra d'Irta 

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