CASTELLÓ. El gorgoteo del agua en movimiento me ha acompañado muchos años en la rutina de la vida en Gavarda. Era el movimiento del agua en el lavadero lindante con la casa de mi abuela Pepica. También el croar de aquellas ranas y sapos preciosos, que cada noche componían sinfonías distintas.
En estos tiempos difíciles y oscuros necesito revivir esas escenas plácidas, sensoriales. Aquellos sonidos y aquellos aromas de las flores que se abren al caer la tarde. El jazmín que recogíamos en capullos y mi abuela prendía en horquillas de pelo, en imperdibles para broches. Y que, después, muy pronto, se iba abriendo con ese olor tan inolvidable.
Ha pasado mucho tiempo de aquellas vivencias, demasiado tiempo roto, demasiadas familias rotas, por culpa de la Pantanada. Mucho tiempo. Hoy sigo enganchada a aquellos recuerdos que me traen la belleza de la vida. Enganchada a los sonidos del agua en movimiento, el lavadero, las pequeñas acequias que rodeaban la casa y el maravilloso y peligroso sonido del Río Xúquer tan próximo a nuestra casa. La memoria que no debemos perder nunca.
Ayer, domingo, mi Pancho se revolcó, de nuevo, en la tierra húmeda del Parque Ribalta. Paseamos a las 06.30h, el mejor instante del día. Regresamos a casa entre el silencio urbano que permanecerá hasta la segunda quincena de septiembre. Porque, aquí, la masiva población ‘emigra’ a Benicàssim, a escasos kilómetros, para no volver hasta ese curioso evento de ‘Regreso a la Ciudad’. Algo ridículo, la verdad.
Menos mal que somos otros centenares de personas las que permanecemos en Castelló todo el verano. Y cada vez más. Somos miles quienes no tenemos segundas residencias, quienes estamos en el paro y no podemos permitirnos ni un amanecer y atardecer frente al mar.
Castelló, a pesar de los silencios, no se muere en verano. Es difícil soportar el vacío y silencio en las calles por tantos locales públicos que se van a Benicàssim, también es indignante que no puedas trasladarte en taxi por la ciudad, durante estos meses. Algo debe cambiar. Lo más grave es que no es normal que estos problemas sean los mismos que ya pasaban en los años ochenta, cuando yo viví durante diez años en Castelló.
No es normal que desde hace más de treinta años permanezca la misma precariedad de los medios de transporte público, los mismos autobuses de la línea Mediterráneo, las mismas paradas y la misma frecuencia hacia Benicàssim.
Por cierto, es la misma línea que desde principios de los años 80 mantiene el mismo pésimo servicio con Morella. Autobuses de lunes a viernes. Sin cambios de ruta ni horarios. Y, además, hablamos de líneas de autobuses subvencionadas, que es tremendo.
La única variación de la permanencia en las ciudades en verano se vive gracias a las personas inmigrantes que mantienen abiertos muchos comercios de proximidad, esos colmados de barrio donde compramos y convivimos.
La pasada semana ha sido tremenda. La ruptura de la ultraderecha de su derecha no es lo que parece. Primero, el PP no ha sacado ni ha roto con Vox, una cuestión deseable y bien reivindicada por todos los partidos progresistas. Vox responde a una estrategia europea e internacional en la que se está posicionado el fascismo. Así de claro y directo.
Es buena noticia que Vox salga de las instituciones autonómicas, pero también deben hacerlo de los Ayuntamientos y las Diputaciones. A partir de ahora vamos a vivir escenas delirantes. No hay más que pensar en el último Pleno municipal de Castelló con el portavoz de Vox y sus concejales igual de fascistas y ultras, muy desatados como racistas, anti constitucionalistas, machistas y homófobos. Si tienen ocasión busquen online este Pleno. Fue surrealista. La verdad es que el partido mayoritario de la ciudad debería plantearse la ruptura de sus colegas fascistas.
Mi vecina Carmen se dedicó el pasado sábado a culminar una conserva de mis raíces que me fascina. Hace un par de semanas preparó pimientos verdes, tomates pequeños verdes y alficoz, ese pepino tan suave y sabroso que se ha ido perdiendo en la huerta valenciana, y castellonense, y que ahora, afortunadamente, se está recuperando.
Carmen ha elaborado la samorra, de mis días y mis noches, de mi vida, en una pequeña tinaja de barro de mi abuela Pepica, donde ella misma ha recreado esta magia. Con agua, un poco de sal, las hojas de limonero y de algarrobo, con aquellas hierbas tan aromáticas como celestiales. Aquella prebella recolectada en la Font Dolça de Gavarda. Y con esa hierba oliva tan magistral.
El pimentón en Samorra es un manjar que se elabora, sobre todo en verano, un punto de confluencia en las ensaladas mediterráneas, casado con el buen tomate, la cebolla y olivas caseras.
Ayer, además, comimos la ensalada San Jorge de mi familia, que es una ensalada campera, y fue denominada así porque era el plato principal que mi familia llevaba cada día al club militar con piscina para suboficiales San Jorge, en la calle de Extremadura de Madrid. Aquella ensalada era una fiesta, sobre todo porque llegaba al espacio de ocio sin aliñar. Con sus patatas, sus pimientos rojos y verdes troceados, los tomates diminutos, la cebolla, las latitas de atún, el huevo duro a trozos diminutos… El aliño era un festival, un bote de cristal donde esperaban pacientes el aceite de oliva, el buen vinagre y aquellos fantásticos meneos del bote que convertían el aliño en algo denso y sabroso.
Y, ayer, mi bien querida Carmen, acompañó la ensalada San Jorge con filetes de cabeza de lomo empanados y una pequeña tortilla de patatas. Tocamos el cielo. Una comida en tierra libre, al aire libre.
Terminamos la tarde preocupadas por todo lo que está pasando, porque se habla más de Trump que de las decenas de personas asesinadas por Israel este fin de semana en Gaza, porque Cisjordania (deberían conocer esta realidad) está siendo acosada y mermada, porque en este país, el nuestro, la ultraderecha y la derecha son lo mismo, y nos angustia mucho.
Buena semana. Buena suerte.