la cultura invisible / OPINIÓN

La noche en que murió Kurt Cobain y yo volví a nacer

6/04/2019 - 

Ni siquiera me gustaban al principio. No porque no me gustaran, sino porque me negaba a que un grupo que salía en el programa de los Cuarenta Principales del Canal+ me gustase. Así que hice por obviarlo. Nosotros hacíamos hardcore punk. Yo tocaba la batería más rápido de lo que ahora podría recordar y veníamos de los Clash, así que aquello no podía ocurrir. Pero ocurrió que llegó el verano y con él mis diecisiete años. El estío era un tiempo en el que me alejaba de los amigos unos kilómetros y dedicaba el tiempo a erigir amores platónicos que nunca llegaban a nada. Ni siquiera a un tímido hola. Nada significa nada absolutamente. Amaba a escondidas, fumaba a escondidas, bebía a escondidas y cantaba a escondidas. Lo que se dice un verano adolescente genial. Pero algo pasó. Una mañana, cuando volví de la playa, donde comprobaba hasta qué punto mi piel podía quemarse hasta dejar de hacerlo por desidia, alguien, en casa, había dejado la tele encendida y, al pasar, vi y escuché el vídeo. Smells Like Teen Spirit fue una hostia en toda la cara. Me resistí unos segundos, por orgullo, pero lo cierto es que el trío de Seattle se ganaron un lugar en mi cabeza y en mi corazón, donde no dejó de sonar en todo el día.

A partir de ahí la rutina fue inquebrantable. En aquellos años no había Youtube ni Internet, y no había manera de ver el vídeo, salvo esperando al día siguiente a la misma hora. Y eso hacía cada mañana. Volvía de la playa a la hora exacta, y allí estaba Kurt desgarrando la brisa. Qué hostias, en el vídeo salía el símbolo de la anarquía, no debían de ser tan diferentes a nosotros.

Acabó el verano y Nirvana volvió de las vacaciones conmigo. Para mí era como haber descubierto por qué llevaba camisas a cuadros o pantalones rotos, jerseys de lana y chupas de pana, como si hubiese llegado a un planeta de gente que amaba a escondidas, fumaba a escondidas, bebía a escondidas y cantaba a escondidas.

Para mí era como haber descubierto por qué llevaba camisas a cuadros o pantalones rotos, jerseys de lana y chupas de pana…

Escribo esto y hace justo veinticinco años murió Kurt Cobain. Aquella noche yo volví a nacer. Había estrellado mi coche contra otro vehículo en marcha y luego contra un muro. El golpe me hizo salir de mí por un momento, y volver. Cuando lo hice había abandonado el vehículo, caminaba y la sangre me cubría la cabeza, la frente, el rostro al completo. —Me cosieron la herida como una red de pescar; por eso tengo cara de mala leche, por la cicatriz que me parte la frente de arriba abajo—. Mis amigos llegaron a pensar que había intentado suicidarme porque ese día habíamos conocido la noticia de la muerte de Kurt Cobain. Lo cierto es que conducía distraído. Amaba a escondidas.

Pedí ayuda, mis amigos estaban cerca; esa noche dábamos una fiesta de disfraces. Tardaron un poco en reaccionar y comprender que mi sangre era real. Entonces dejaron de reír, y corrimos más de veinte hasta el otro coche por si necesitaban ayuda y para avisar a emergencias. Uno recuerda ese tipo de días cuando sabe por qué está orgulloso de tener los amigos que tiene.

Tras unas horas en Urgencias, a las cinco de la mañana, estábamos en comisaría cumplimentando el parte de accidente. Era culpa mía. No había más heridos que yo. Así que podía irme a casa. Recuerdo que mi amigo Simón y yo llevábamos algunas rastas y media cabeza rapada; incluso con mi nuevo turbante de vendas, se veían. Uno de los policías nos preguntó si éramos rastafukis. Lo recuerdo a veces y sonrío. Aquella noche, no. Aquella noche teníamos diecinueve años. Aquella noche la recuerdo como un silencio certero. Una serenidad adolescente que añoro.

Una hora más tarde entraba en casa con las luces apagadas para que nadie se asustara. Mi padre Cesáreo me interceptó en la escalera, había escuchado pasos, y solo aquella vez en la vida recuerdo que se despertara, como si supiese que aquella noche pasaba algo. Le advertí que estaba bien antes de que encendiera la luz y me viese con la cabeza vendada y ensangrentada. Fue reconfortante encontrarlo allí. Es uno de los últimos recuerdos que tengo de él. Por eso nunca olvidaré la noche en que murió Kurt Cobain.

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