En el centenario de su nacimiento, Castelló recibe los restos mortales de la escritora, fallecida en Barcelona en 2011, y emprende una tarea de recuperación de su memoria humana y literaria, impregnada de realismo social y sepultada por un manto de olvido pese a la fama obtenida en los 60, cuando llegó a ganar incluso el Premio Planeta.
CASTELLÓ. Recordaba el Instituto de Castellón, lo idealizaba. Lo veía como un gran edificio, bellísimo, con sus escalones de mármol a la entrada y una verja de hierro pintada de negro que acababa con una especie de puntas de lanza que podían clavársele a cualquiera que intentara escalarlas de noche, cuando los bedeles cerraban. Idealizaba también a los profesores. Los veía en el recuerdo, reunidos, bien vestidos y solemnes, uno junto a otro, en un largo diván forrado de rojo terciopelo, como los de las catedrales.
Este año se ha cumplido un siglo del nacimiento de la autora de estas líneas, publicadas en la novela El caballo rojo (1966). Son solo un ejemplo del profundo reflejo que encuentra en su literatura la ciudad en la que crece y entrena su mirada, dando la razón una vez más a Max Aub en la idea de que cada cual es de donde cursa el Bachillerato, que nuestra protagonista estudia en la capital de la Plana antes de la Guerra Civil. Así pues, aunque nacida en València el 24 de mayo de 1922, Concha Alós Domingo es castellonense por los cuatro costados. Como escritora, su nombre aparece en antologías y estudios de crítica literaria entre los de escritoras como Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o Elena Quiroga, pero la fama que adquiere en los 60 como doble ganadora del Premio Planeta se diluye con el tiempo. Hacia el final de su vida, el azote del Alzheimer hará que ni siquiera ella misma tenga conciencia de quien fue, y para cuando fallezca en Barcelona, el 31 de julio de 2011, un manto de olvido colectivo habrá cubierto su biografía. Con el regreso esta semana de sus restos mortales a Castellón, su ciudad, anunciado ayer por la alcaldesa Amparo Marco tras un encuentro íntimo con familiares de la escritora, se cierra un círculo y se abre el tiempo de la recuperación de su memoria humana y literaria.
Una rehabilitación más que justificada, dado que en sus novelas y relatos describe el Castellón que transita entre la primera posguerra hasta los años 70, esbozando un gran fresco urbano y social que es testimonio y documento de la historia reciente de la capital de la Plana. Una ciudad en cuyo instituto estudiará y en la que hará amigas como Rosa Tena o Rosa Sabat. Un entorno que su familia abandonará por vez primera en 1938, cuando resuenen los bombardeos de las tropas de Franco, y a la que regresará tras unos años en Lorca, una peripecia narrada después precisamente en El caballo rojo. A su vuelta se instala en casa de sus abuelos paternos, en la desaparecida calle del Agua (hoy plaza Cardona Vives). Es el hogar de los padres de Francisco Alós Tárrega, camarero de Nules que trabajaría entre otros en el bar Las Planas del Grao de Castelló. Alós se casó con su madre, la utielana Pilar Domingo Pardo, cuando la pequeña Concha ya había nacido. Según diversos testimonios, el hombre que daría su apellido a la escritora previamente había liberado a su madre del eufemísticamente conocido como oficio más antiguo del mundo. El padre desconocido será una obsesión que se reflejará en pasajes como este de Los cien pájaros: Andaré despacio por la calle Mayor [...] Cuando era más joven solía mirar a la cara de todos los hombres que por su edad podían ser mi padre. Creía en lo que se llama la voz de la sangre. Pero ya no creo.
La vida adulta de Alós será la de una mujer "nerviosa, emotiva y obstinada" -según se autodefinirá en una entrevista en 1965- que desafía las convenciones de la dictadura tanto en lo social como en lo literario. El 3 de febrero de 1943 se casa con el periodista y poeta conquense Eliseo Feijóo, primer director del periódico Mediterráneo. Relevado por Jaime Nos ese mismo año, su marido es trasladado en 1948 al diario mallorquín 'Baleares' con rango de subdirector. Alós viaja con él a las islas, y allí estudia Magisterio, para ejercer después como docente en pueblos mallorquines, simultaneando su labor con el ejercicio del periodismo. Y es precisamente en el periódico que dirige Feijóo donde Alós tropieza con una figura que cambiará su vida, Baltasar Porcel, tipógrafo con aspiraciones de escritor y 14 años más joven. Este amor prohibido levanta una gran polvareda -cabe recordar que hasta 1963, el código penal únicamente contemplaba pena de destierro para el hombre que matara a su esposa sorprendida en adulterio, quedando exento de castigo "si solo le ocasiona lesiones”- y la pareja se instala en Barcelona, donde iniciará la década de los 60.
Antes de instalarse de nuevo en la península, en 1957, su cuento El cerro del telégrafo recibe un premio de la revista Lealtad y su novela Cuando la luna cambia de color queda finalista de los Premios Ciudad de Palma de 1958.
Pero será ya en la capital catalana, mientras impulsa la carrera literaria de su pareja y traduce sus trabajos al castellano, cuando la propia Alós salte con letras mayúsculas a los titulares de la prensa nacional. Será a mediados de octubre de 1962: su novela El sol y las bestias obtiene el prestigioso Premio Planeta. Horas después, la decisión del jurado es anulada al conocerse que la novela ya había sido firmada anteriormente con otra editorial (Plaza&Janés) -y bajo otro título, Los enanos -reeditada en 2021 por La Navaja Suiza-, lo que contravenía las bases del certamen. Dos años después, en 1964, volvería a presentarse al premio y, esta vez sí lo obtendría sin reservas con la novela coral Las hogueras.
Aunque escriba desde Barcelona, Castelló está muy presente en las obras de la escritora, que entremezcla en sus ficciones a personajes y lugares perfectamente reconocibles, desde la célebre heladería Capri de la calle Enmedio a la antigua Pérgola, de la librería Armengot al camino del cementerio o el campo de fútbol del Sequiol. Así, por ejemplo, en El caballo rojo documenta más que describe uno de los accesos más conocidos de la ciudad: La carretera [...] como una una superficie iluminada y gris, llena de promontorios y bultos, de desniveles en el asfalto. Los plátanos de los bordes tenían una ancha faja blanca y en las ramas les crecían hojas nuevas grandes en forma de mano extendida. Los huertos desfilaban a los lados con sus flores, sus pequeñas naranjas verdes, y toda una red de acequias controladas por compuertas regaban temporalmente la tierra rica y rojiza, siguiendo el orden establecido de abuelos a nietos. Y en Los cien pájaros (1963) se refiere al Parque Ribalta en un párrafo en el que se adivina una oscura metáfora sobre el opresivo ambiente social del momento: La ciudad es una próspera capital de provincias, que tiene un campanario rojizo en el centro, un paseo lleno de palomas en el que hay un estanque donde viven unos peces y unas cuantas ocas de plumaje sucio. En el verano cuando se olvidan de cambiar el agua, ésta se llena por toda la superficie con un moho verdoso y los peces asoman unas cabezas angustiosas. Da la impresión de que lo hacen para respirar.
Su divisa, un estilo inicialmente marcado por el realismo social más crudo, matizado por una pincelada poética "que de repente es un rayo de luz en la oscuridad", como describe la investigadora Amparo Ayora, doctora en Filología por la Universitat Jaume I, autora de Las guerras de Concha Alós: Castellón, historia y relato, V Premio de investigación histórica de las mujeres en Castellón (2015), quien explica cómo las primeras obras de Alós retratan descarnadamente toda una época a través de personajes femeninos en un tiempo en que la mujer desempeña un papel vicario y de sumisión, vertebrando unas narraciones que tienen en la vida cotidiana a su principal protagonista. Y por si fuera poco, aborda la Guerra Civil desde la perspectiva de los vencidos y temas igualmente tabúes, como el hambre, el sexo, el aborto o la homosexualidad. En el prólogo del libro de Ayora, Rosa Monlleó y Fátima Agut, constatan que Alós "desafía las normas y se convierte en 'un peligro' como Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos, María de la O Lejárraga, María Teresa León, por citar algunas, porque va más allá del ámbito familiar y opta por la escritura, no cultiva la poesía, el género literario que se consideraba más oportuna para las mujeres, sino la narrativa, una narrativa que no idealiza, no utiliza eufemismos ni circunloquios para mostrarnos una sociedad, unas mujeres que escapaban de la sociedad burguesa y biempensante, unos acontecimientos, la Guerra Civil y la Postguerra, con toda su crueldad y sufrimiento". Como muestra, este botón de Los cien pájaros: Un odio feroz hacia esta sociedad creada por el hombre, injusta con la mujer, me iba envolviendo, se me apoderaba. Hubiera estrangulado a todas las mujeres que aman, que necesitan a los hombres, que se sujetan a ellos.
Desde su estilo inicial, presente en una primera etapa que abarca hasta La madama (1969), Alós evolucionará hacia el experimentalismo narrativo, con presencia creciente de elementos oníricos. Así irán llegando las novelas Rey de Gatos. Narraciones antropófagas (1972), Os habla Electra (1975), Argeo ha muerto, supongo (1982) o El asesino de los sueños (1986). Luego, su voz literaria se desvanece, y llega el silencio. A mediados de los 90, irrumpe el Alzhéimer y todo vuelve a oscurecerse hasta su muerte.
Para hacer posible el regreso definitivo de Concha Alós a Castelló, fue decisivo un encuentro que tuvo lugar el 9 de noviembre de 2017 en el Auditorio de Castellón. María del Mar Bonet actuaba en la feria Trovam! y Amparo Ayora aprovechó para entregarle su libro y hablarle de Concha Alós, sabedora de que la cantante, junto con su hermano Joan Ramon Bonet, había contratado el nicho de Montjuïc por veinte años, al fallecer la escritora sin que se le conocieran familiares en aquel momento. La gran dama de la canción mediterránea, quien había heredado de sus padres una gran amistad con la escritora castellonense, confió a Ayora el deseo de que Alós recibiera pronto el reconocimiento del Ayuntamiento de la ciudad y descansara para siempre en su tierra. Desde entonces, Ayora trabajó en la sombra para hacer posible el último viaje de Alós a Castelló, y finalmente, el jueves pasado acompañó personalmente al gerente del camposanto, Antonio Porcar, en el traslado del contenido del nicho 3833 de la Agrupación 7, vía Sant Jordi, del cementerio de Montjuïc, a la necrópolis de la Plana.
La recepción de los restos mortales de Alós el pasado viernes por parte de la familia supone el reconocimiento de una castellonense olvidada y la reivindicación de una figura literaria que convirtió la ciudad de su infancia en escenario de sus historias. La operación se completará el próximo mes de enero, con la inauguración de un memorial en un rincón del viejo cementerio de San José, en la zona conocida como San Cristóbal, en un espacio cedido por el Ayuntamiento. Una escultura en piedra firmada por el escultor gallego Juan Cabeza evocará el oficio de escribir de Alós y perpetuará su memoria en la ciudad donde creció.
En la sencilla ceremonia del viernes en el cementerio se escucharon entre otras cosas los versos de la Estrofa al vent de Gabriel Alomar, en la voz de la propia María del Mar Bonet, para hacer así presente simbólicamente a la cantante en el acto:
Jo escric al vent aqueixa estrofa alada
per a què el vent la porti cel enllà
jo vull seguir-la amb ma candent mirada,
plorós de no poder-la acompanyar.
El Ayuntamiento de Castelló entiende el traslado de los restos de Alós como el primer paso de un proyecto de "recuperación y dignificación" de la escritora. La alcaldesa, Amparo Marco, trasladó explícitamente a la familia la voluntad del Gobierno municipal de poner en valor su trayectoria y su obra literaria, “injustamente olvidada”.
Mientras tanto, su literatura también resurge con fuerza liberándose de las sombras del olvido. Lo hace a través de las investigaciones que, desde distintos puntos del planeta, se adentran en su narrativa con distintos enfoques. En 2010, la coreana Eunhee Seo se doctoró en la Universidad Complutense de Madrid con la tesis Concha Alós: una narrativa de denuncia y confesión. Seis años después, Noémie François hizo lo propio por las universidades de Zaragoza y de Pau et des Pays de l'Adour con Concha Alós: une remise en lumière nécessaire. Con su tesis como base y muy recientemente, François ha publicado La voix oubliée de Concha Alós. En Italia, el 21 de mayo de 2020, Verónica Bernardini también obtuvo el Doctorado con un trabajo aún no publicado, titulado La narrativa de Concha Alós: una voz del olvido, y meses antes, en 2019, Shaofan Ren publicaba en China un estudio comparativo de la novela familiar china y española del siglo XX, en el que analizaba La madama. Y de vuelta a España, Cristina Somolinos escribía en 2020 Mujer, trabajo y escritura. Representaciones culturales en la narrativa española contemporánea, un estudio comparativo entre autoras españolas desde el punto de vista de la conciencia de clase y el rol de la mujer trabajadora en las novelas. Finalmente, Nieves Ruíz trabaja actualmente en una tesis sobre el análisis de la obra alosiana desde la ecocrítica, un enfoque reciente que aplica la ecología y los conceptos ecológicos al estudio de la literatura. Un rasgo más de modernidad, como un guiño al carácter de una escritora fuera de su tiempo.
Concha Alós ha vuelto a casa para quedarse. Su literatura siempre estuvo ahí.