Un puñado de profesionales de los asuntos culturales confiesan en qué escenarios fabulados les gustaría ejercer de veraneantes
VALÈNCIA. La canícula y el cansancio se han apoderado de nuestro aliento. Jornada tras jornada, los termómetros marcan 780 °C de asfixia, sudor y sueño. Mientras reptamos agotados hacia las vacaciones, se nos derriten el alma, el bazo, las corvas. Se nos asan las pestañas. Flaquean las fuerzas. En este tórrido verano en el que existir se parece bastante a una excursión por las entrañas del averno, resulta indispensable contar con un plan de fuga. Y si el ser humano ha sido capaz de concebir una vía de escape infalible, esa es la ficción.
Ansiamos evadirnos, pero también conseguir trucos para dar cuerda al preciso engranaje de la imaginación. Deseamos huir y, al mismo tiempo, anhelamos la oportunidad de construir otros escenarios, otras cartografías, otros presentes. Queremos la fábula, pero también la posibilidad.
Con el afán de poner en marcha esos mecanismos de la fantasía veraniega, en Culturplaza hemos preguntado a unos cuantos profesionales de los asuntos culturales sobre qué parajes ubicados en una obra de ficción elegirían para entregarse incondicionalmente al rey estío. De la palabra escrita al fotograma, del acorde musical a la pincelada.
Gracias a sus respuestas, recorremos distintos enclaves italianos o japoneses, pero también geografías inexistentes, trazadas únicamente para el deleite del público. A golpe de página, fotograma, acorde o pincelada nos deslizamos por tejidos urbanos, bosques, playas y océanos; viajamos a otras décadas y exploramos también realidades paralelas en las que la vida se rige por códigos distintos.
Quizás no se trate tanto de gobernar durante unos días el imperio absoluto del asueto como de llevar pedazos de espíritu vacacional bien aferrados al pecho durante todo el año; de encontrar en el arte nuestro propio verano invencible (inserte guiño a El Verano, de Camus, aquí).
“De irme ahora mismo a algún sitio, me iría sin dudarlo a Koriko, la ciudad en la que se ambienta Nicky, la aprendiz de bruja. Koriko no existe en la realidad, es una invención del equipo de Studio Ghibli, pero aun así es un escenario que permanece muy vivo en mi memoria.
La protagonista ejerce de repartidora a domicilio -suerte de rider montada en una escoba voladora característica de las brujas como ella- en una urbe isleña cuya arquitectura y tejido urbano se inspiran en ciudades del norte de Europa como Visby, la más grande de la isla sueca de Gotland. Aunque al mismo tiempo, sus paseos marítimos, playas y carreteras costeras me recuerdan a ciudades bañadas por el sol y el mar mediterráneos. Una mezcla estética singularísima que genera un espacio único y puramente veraniego en el que no se respira el bochorno que vivimos aquí.
Me pasaría horas en sus playas, leyendo o charlando con amigos como la misma Nicky. Me escaparía a visitar la cabaña de Úrsula, compraría en la panadería artesanal de Osono y pasearía por sus plazas y callejuelas hasta caer la noche. Entonces, y solo entonces, brindaría con un vino blanco en un buen restaurante antes de volver a mi hostal y caer rendido ante tanto stendhalazo. Ojalá existiese un lugar como Koriko, aunque siempre nos quedará la película en la que sí lo hace”.
“Me quedo con Venecia de Jan Morris (Gallo Nero). Recorrería la Venecia de Morris, la que transcurre con ‘una lentitud errática’ lejos del bullicio del turismo de crucero (para irse de crucero que sea con Foster Wallace). Una ciudad que, si al visitarla ya encandila, a través de la mirada de la autora adquiere una nueva personalidad deslumbrante. Me encantaría perderme por los callejones que se describen, lejos de la plaza San Marco o el puente Rialto y compartir cicchetti con los lugareños de carácter ‘hogareño, y apegado’.
El libro de Morris es considerado uno de los mejores libros de viaje que se han escrito, pero es más que eso. Es una apasionada investigación de la historia e idiosincrasia de una de las ciudades más singulares de Europa, que nos ofrece un atractivo ‘sorprendentemente empírico’”.
“Creo que desde que, siendo pequeña, vi a Chihiro caminar descalza sobre unas vías de tren cubiertas de agua bajo un cielo cristalino, me he sentido cautivada por los veranos de la ficción japonesa. Se recrean en amplios espacios celestes, en las delicias de la comida, en los tiempos de reposo tan necesarios para asumir lo que vivimos y, de forma muy particular, en el mar. El otro día descubrí que le dedican un festivo, Umi no Hi, el tercer lunes de julio, en agradecimiento al océano y todo lo que aporta a esta región marítima.
Desde que leí Los niños del mar, de Daisuke Igarashi (ECC Ediciones), mi mente queda varada en esas aguas de vez en cuando. Los trazos de Igarashi imprimen por todas partes la fuerza de las posibilidades, no solo en la profundidad del riquísimo océano, sino también en la lluvia, los tanques del acuario, los ojos de sus personajes.
En su adaptación cinematográfica, si bien naturalmente algo más incompleta, me encanta cómo Joe Hisaishi ha trasladado la electricidad del dibujo de Igarashi a la banda sonora: una especie de calma antes de la tormenta, el aire denso de las lluvias de verano”.
“Aquest estiu aniré a Itàlia i crec que m’agradaria passar una temporada en els decorats de El talent de Mr Rippley. Fa poc vaig veure la pel·lícula i és un eat the rich de manual. M’encantaria poder viure part d’eixa dolce vita que transmet la producció (i amb la roba que porta Gwyneth Paltrow!), encara que adaptada a la meua butxaca i a la meua classe social, que no és la dels protagonistes. Això sí, amb menys assassinats que al film, de fet, amb 0 assassinats si pot ser!
D’altra banda, la pel·lícula està basada en la novel·la homònima de Patricia Highsmith i just ara s’ha traduït de nou en català el seu llibre Desconeguts en un tren (Viena Edicions). Així que, en general, voldria un estiu immersa en els títols d’aquesta gran autora de gènere negre i gran misàntropa”.
Yo me lanzo a La señora Potter no es exactamente Santa Claus, de Laura Fernández (Literatura Random House). Con este calor sofocante y pegajoso, me iría a pasar unas vacaciones a la siempre desapacible y fría Kimberly Clark Weymouth, la insólita ciudad que imagina Laura Fernández donde cada día nieva de manera repentina, hay ventiscas heladas y el cielo siempre está encapotado.
Sería una de esas veraneantes que, atraída por el clásico infantil de Louise Feldman La señora Potter no es exactamente Santa Claus, visitara la tienda de Randal Peltzer en busca de un souvenir. Sería una de esas adultas, solitarias y tristes, que viaja con un libro en la mochila o una de esas niñas todavía ilusas y tiernas que desean la magia y piden deseos a la señora Potter.
Y una vez allí, una vez ubicada en la siempre desapacible y fría Kimberly Clark Weymouth, ese lugar imposible, ubicado en ese relato también imposible, me dejaría llevar y conocería a todos sus habitantes excéntricos, aburridos, solitarios, tristes como yo y me reiría a carcajadas con ellos, o lloraría o entendería un poco más mi propia existencia múltiple dentro de ese mundo paralelo creado por Laura Fernández, que como toda buena ficción no sirve a la realidad, sino que se resiste a ella.
Todavía queda verano, todavía queda libro, así que me auguro un feliz viaje.
“En mi habitación tengo un cuadro abstracto de mi abuelo, Cesare Botto. Es una pintura al óleo sobre tela de 40 x 60 cm del año 1971 titulada Infinite possibilità (Infinitas posibilidades). Para mí, dentro de ese cuadro es verano y hay un extraño submarino de colores vivos en suspensión bajo la superficie del agua del mar.
Cuando era pequeña, en los días estivales más calurosos de mi pueblo, en las afueras de Turín, a veces cerraba los ojos e imaginaba estar completamente sumergida en el agua del mar. En esos momentos me invadía la nostalgia de esa sensación tan renovadora que da estar suspendida en el agua fresca. De alguna manera este cuadro me lleva a ese recuerdo veraniego de infancia y me transmite la atmósfera de estar en la dimensión del agua durante unos instantes, mientras la respiración permita aguantar en apnea. Miro el submarino y quiero estar flotando en el mar azul igual que él y me pregunto, ¿qué ‘infinitas posibilidades’ podrán ver otras espectadoras observando este cuadro?”.
“Per a passar les vacances trie llibre i discografia.
Passege la Lucania de Carlo Levi a Crist es va aturar a Eboli (L'Avenç) mentre sona Franco Batiatto i la remor de la guerra s’estén com una maledicència en les boques de la gent senzilla. Habitaria l’agost en aquell microclima d’odis gegantins, de ressentiments centenaris, de perills, d’incerteses com les que ara ens assetgen.
De lluny ens arriba la Prospettiva Nevski entre la cridòria vespertina de les xitxarres. Levi tracta de comprendre els seus exilis i el seu país (potser, els seus països) i jo taral·lege e il mio maestro mi insegnò com'è difficile trovare l'alba dentro l'imbrunire”.
“Elijo Agujero, de Hiroko Oyamada (Impedimenta). Trata de una mujer que se muda con su marido a la casa de la familia de él, ubicada en un pequeño pueblo. Llega en un verano muy cálido en el que las cigarras están cantando todo el día de un modo ensordecedor. Allí, se redescubre a sí misma: su marido se va a trabajar muy temprano y vuelve muy tarde, así que ella pasa sola ese período estival en el que el tiempo se dilata mucho, especialmente cuando no tienes nada que hacer, y los días son larguísimos.
Estando allí, hay una serie de cosas que le resultan extrañas y no sabe explicar por qué. Y un día, descubre a un animal que no es exactamente un perro ni un tanuki (mapache japonés). Empieza a seguir a esa criatura, que parece estar guiándola a alguna parte hasta que, de repente, en la ribera de un río cae entre la maleza y se queda atrapada hasta la cintura en un agujero. Esto tiene unas reminiscencias bastante claras a la búsqueda del conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas, para mí es otra cara de ese prisma de estar buscando algo y huir a través de un agujero. Durante el relato, ella acepta esa nueva realidad inquietante y empieza a relacionarse con el tiempo de una manera singular y a formar parte de ese paisaje. Comienza a mimetizarse con ese verano extremo, que es un personaje más de la novela, y a volverse algo espectral.
Pienso que el canto de las cigarras es una especie de hechizo del verano, o de banda sonora, que ejerce una influencia en nuestra mente y nos adormece de alguna manera. Y, por cierto, tiene un papel importante en Agujero”.
“Llámame por tu nombre, que es novela y es película, contiene para mí el espíritu del verano, esa felicidad tan plena como volátil. Narra la historia de un primer amor adolescente en un pueblecito italiano encantador donde una familia pasa el verano.
El padre, un reconocido antropólogo, invita a estudiantes extranjeros a trabajar con él durante las vacaciones. Así surge el amor entre su hijo, Elio, de 17 años, y Oliver, un estudiante estadounidense de 24 años. El deseo y el miedo crecen al mismo tiempo, con una intensidad estival, la felicidad y el dolor se dan la mano al final del verano.
Y esa es la grandeza de la historia, el aprendizaje vital que quedará en el joven Elio: no hay dicha sin sufrimiento. Por no hablar de ese maravilloso padre, que nos descubre hasta qué punto entiende a su hijo”.
Y para explorar otras vacaciones imaginarias...