serie documental

La gira de Jane's Addiction que se convirtió en Lollapalooza, el festival más influyente de Estados Unidos

31/01/2024 - 

VALÈNCIA. Para la generación X patria hubo un tiempo en el que los festivales de música se contaban en la península con los dedos de una mano. Benicàssim, Doctor Music, Espárrago Rock, Festimad y Viña Rock eran las mecas donde peregrinar para bien atender brazos cruzados, serio el semblante, bien elevarse en masa, unos centímetros del suelo, y desgañitarse en un inglés de ir por casa tanto el público como la hornada indie española sobre las tablas. No había saturación de citas en directo, escaseaban las propuestas en castellano y no digamos en el resto de lenguas oficiales de España. Aquellos festivales se miraron en el espejo de otras grandes manifestaciones de la música en vivo, como Reading y Glastonbury en Reino Unido, y el feliz accidente que propulsó en Estados Unidos el apogeo de la música alternativa a principios de los años noventa, Lollapalooza.

Con sus temperaturas bajo cero, el Festival de Sundance ha sido el contexto ideal para revisitar el germen de aquel fenómeno tanto cultural como sociológico. Para el estreno de la miniserie documental Lolla: The Story of Lollapalooza, el código de vestimenta fue un viaje nostálgico a las camisas de franela a cuadros y las gorras de lana beanie de la década del grunge. El director de sus tres episodios es Michael John Warren, conocido por sus películas dedicadas a la trayectoria de estrellas de la escena actual, como Nicki Minaj, Drake y Jay-Z.

En la introducción del primer capítulo se sobreimprime la singularidad de este proyecto: “En 1991, Lollapalooza se convirtió en el festival musical más influyente desde Woodstock, pero ese no era el plan”. A continuación se sucede un apabullante repaso a los artistas que han pasado por sus escenarios en 30 años de trayectoria. El ecléctico namedropping va de Courtney Love a las desaparecidas Amy Winehouse y Sinéad O'Connor, Metallica, Billie Eilish, The Flaming Lips y Florence and the Machine.

Con semejante plantel, el interés de una audiencia mitómana esta asegurada, pero el proyecto no es únicamente un paseo inmersivo por este Shangri-La de lo alternativo al alcance de la masa. Como defendió Warren durante el coloquio posterior a la proyección, “nuestra intención no solo era disfrutar de todos estos grupos famosos tocando, sino desvelar cómo afectó este festival a la cultura de una manera que no había sucedido antes en la historia”.

El fin de una adicción, el comienzo de un festival  

Con 17 años, al terminar el instituto, Perry Farrell, apodado actualmente el padrino de la música alternativa, cogió una tabla de surf y algo de maría y se marchó a California. No pensaba ser músico, sino que se mudó para hacer skate y tomar olas, pero unos chavales para los que trabajaba como artista gráfico crearon un festival clandestino llamado Desolation Center que le hizo cambiar de idea sobre su futuro. Aquel evento fue una suerte de guerrilla en el desierto por donde desfilaron, entre otros, Sonic Youth y Einstürzende Neubauten.

“Fue mi adoctrinamiento sobre la escena underground del arte y la música de Los Ángeles, la semilla de ideas para el Lolla. Estaba fuera del statu quo, era donde todos los héroes del que te jodan existían”, recuerda el que poco tiempo después se convertiría en el vocalista de Jane's Addiction.

Farrell describe la música de aquel grupo seminal como un cruce entre Duke Ellington y Bad Brains. El bajista de Red Hot Chili Peppers, Flea, lo considera el mejor líder que jamás ha visto sobre el escenario, pues “los rayos traspasaban su cuerpo”. La que ejerció de jefa de publicidad de Lollapalooza entre 1991 y 1992 y 1994 y 1995, Heidi Robinson, destaca, todavía escandalizada, que los integrantes de la banda actuaran en pañales en el bolo al que ella acudió. Y el que más adelante se convertiría en cofundador del festival junto a Ted Gardner, Don Muller y el mismo Farrell, Marc Geiger, salió del segundo concierto de la formación con la convicción de que aquellos cuatro «habían elevado la música en vivo que nace de un lugar oscuro al siguiente nivel».

La gira de 13 meses con la que promocionaron su tercer álbum, Ritual de lo habitual, provocó roces que los abocó a su desintegración. La banda no había podido tocar en Reading por una farra descomunal la víspera que dejó sin voz a Farrel, pero Geiger asistió como público y les contó, fascinado, que podían emular aquella “cornucopia de artistas, escenas y curadoría, donde había muy buena onda” como despedida del grupo.

Farrell le tomó la palabra y retrucó: sería una gira con siete citas, burritos gigantes, arte y estands políticos, donde situarían a la Asociación Nacional del Rifle junto a la organización por los derechos de los animales, PETA. Sería como ir a una fiesta con tus bandas favoritas, pero “completamente subversivo”. Cada uno eligió a su banda preferida. Perry Farrell, a Ice-T; Ted Gardner, a Rollins Band; Dave Navarro, a Siouxsie And The Banshees; Eric Avery, a Butthole Surfers; Stephen Perkins, a Nine Inch Nails, y Marc Geiger, a Pixies. Los consiguieron a todos menos al grupo de Black Francis, que fue sustituido por Living Colour.

El nombre de la gira fue una ocurrencia del cantante de Jane's Addiction. Según sus propias palabras, lollapalooza “es algo o alguien grande o maravilloso y es una piruleta en espiral, llena de color”. El evento también fue rupturista en su estrategia de marketing. Compraron 2.500 piruletas para distribuirlas entre los medios de comunicación. Cada una de ellas se envolvió con la nota de prensa, que previamente se había impreso con tinta blanca en celofán rojo.

La primera fecha fue en los anfiteatros al aire libre Compton Terrace, en Phoenix. Hacía un calor insoportable que fundió el equipo de Nine Inch Nails. Su líder, Trent Reznor, se lió a patadas con los equipos y dio la espantada sin terminar el concierto. Los siguientes ya fluyeron y el furibundo cantante alaba en el documental la naturaleza idílica del festival: “No había competencia entre los grupos, ya que solo había un escenario, y la gente era receptiva a las propuestas”.

Lolla fue un fenómeno tanto social como sociológico, Aquella primera entrega reunió a tribus de inadaptados a los que unía su entusiasmo por la música. Había góticos, punk rockers, surfers, skaters e intelectuales. Aquella edición vio eclosionar a la cohorte demográfica de los hijos de los hippies que traicionaron el sueño idealista y se convirtieron en yuppies materialistas: la gen X. La inesperada acogida de aquel adiós, que fue reuniendo a entre 15.000 y 18.000 personas en cada entrega hasta llegar a los 30.000 congregados en Chicago, animó a sus fundadores a una reválida.

Polis muertos y pogos vivos

La edición siguiente, las propuestas en los márgenes se volvieron aceptables. Actuaron “grupos jóvenes alternativos al rock clásico” como Red Hot Chilli Peppers, The Jesus & Mary Chain, Lush, Ministry, Soundgarden y Ice Cube, entre otros, y en un segundo escenario, formaciones como Cypress Hill y la nueva andadura de Farrell, Porno for Pyros. Entonces no había escáner, las entradas se rompían a mano, así que se formaban grandes y lentas colas. Uno de los días empezó Pearl Jam cuando todavía había miles de fans en puertas. Cuando escucharon a Eddie Vedder se empezaron a colar y a saltar vallas para después agolparse y bailar una coreografía espontánea de choques y empujones.

El pogo se convirtió en una práctica habitual entre el público y las proclamas sociopolíticas de los artistas, en una catarsis colectiva. Aquel segundo año, Soundgarden hizo una versión de la canción de Ice-T Cop Killer. El hito de hacer jalear a miles de chavales blancos un tema contra los abusos policiales tras el asesinato de Rodney King ya lo había protagonizado el rapero afroamericano el año anterior. “Si quieres amabilidad para abordar el exceso de autoridad, vete a escuchar a Oprah”, aconseja en el documental Ice-T.

En la tercera edición, la acción más mediatizada fue la de Rage Against The Machine, que se quedaron un cuarto de hora sobre el escenario desnudos, con cinta adhesiva en la boca y una letra pintada cada uno en el pecho con la que formaron las siglas PMRC, correspondientes a las de un centro que imponía la etiqueta de aviso parental a los contenidos culturales.

Ese año integraron también el cartel Arrested Development, Front 242, Babes in Toyland, Dinousaur Jr, Alice in Chains, Sebadoh y Mercury Rev. “No soy un hombre de negocios metido en la música, sino un artista, así que quiero que los mejores músicos sean vistos y oídos, pero no siguiendo el camino fácil. El dinero no siempre ayuda al arte, en demasiadas ocasiones, lo destruye”, argumenta Farrell en la serie. Esa fue una de las razones por las que, en principio, rechazó al grupo que arrasaría en 1994, Green Day. El jefe de su sello le había llamado personalmente y Perry no aceptaba que nadie le impusiera los sabores de su piruleta.

Aquel año actuarían también Smashing Pumpkins, The Breeders, George Clinton y The Beastie Boys. No así Nirvana, que rechazó la oferta. En los últimos conciertos antes de su suicidio pocos meses después, Kurt Cobain sentía que desde el escenario, en sus conciertos, podía ver a aquellos que le habían pegado en el instituto en las primeras filas. El guitarrista y cantante de Rage Against The Machine, Tom Morello, entendía a qué se refería: “Vivíamos con la contradicción de haber odiado a aquellos grupos que llenaban estadios y descubrirnos convertidos ahora en uno de ellos”.

El segundo capítulo de la serie, último mostrado a la prensa de Sundance, concluye en esa tesitura: la satisfacción de haber puesto la contracultura de los noventa, el activismo social y el arte político al alcance de sus oyentes y el temor a convertirse en un evento mainstream.

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