La situación en Oriente Medio, la masacre contra la población palestina como respuesta al atentado y al secuestro de israelíes por parte del terrorismo de Hamas marca ya la hora de la vergüenza. Ya nadie puede dejar de sentir culpa y de caminar hacia el arrepentimiento. Esta descripción de las emociones morales que ha precisado el filósofo Anthony J. Steinbock nos hace patente dónde estamos, por qué hemos llegado aquí y hacia dónde deberíamos caminar.
El próximo 10 de diciembre se cumplirán setenta y cinco años de que la humanidad se dotase a sí misma de una Declaración Universal de Derechos Humanos, convencida tanto de que "el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad" como de que el reconocimiento de esa barbarie ultrajante, de esa vergüenza universal, fue el acicate para considerar que "la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana" y para proclamar "como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias".
La vergüenza llevó a la culpa y al arrepentimiento y al compromiso de la Comunidad Internacional para se proclamase la Declaración "como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos".
Setenta y cinco años después, hemos de hacer examen de conciencia sin exclusiones y reconocer que el esfuerzo ha sido muy insuficiente, que el orden internacional ha seguido en manos de los intereses cortoplacistas y violentos de la política en los distintos Estados y pueblos y que la omisión del sentido de la familia humana se ha extendido de modo letal. Lo que hoy sucede en Oriente Medio es nuestra vergüenza, ¿pero nos llevará a la culpa y al arrepentimiento? Porque todos somos opinión pública, podemos transmitir nuestras convicciones, defender nuestros ideales, y denunciar el cesarismo de la casi totalidad de los jefes de Estado y de gobierno que parecen caminar como si ellos no tuviesen parte en el creciente desastre que va cocinando su tacticismo político por doquier.
Es una hora de escuchar voces que no se han invitado al falso realismo político -mera complicidad con el mal- y que han buscado creativamente movilizar las conciencias y la opinión pública en una dirección adecuada.
Hace unos días, en el quinto Congreso Internacional de Filosofía y Cine UCV se recordaba la obra del pensador judío Martin Buber y se invitaba a la relacionalidad, a salir de nosotros mismos, a superar la cultura del descarte y de la indiferencia, y a tener más preocupación por el otro, ya que, a más preocupación por el otro, mejor preocupación por uno mismo. Recordábamos que Buber plantea las dos formas en que el ser humano se relaciona con la existencia. Por un lado, la actitud del yo hacia el tú, que genera relaciones siempre abiertas y de diálogo mutuo; por otro, la relación yo-ello, referida al mundo y sus objetos. Las palabras básicas de Buber no niegan que la persona deba tener relaciones yo-ello, sino que esas relaciones no son las que deben marcar nuestras relaciones yo-tú; al contrario, son nuestras relaciones yo-tú las que deben impregnar y humanizar las relaciones yo-ello.
La barbarie instalada en nuestro mundo, de la que es exponente la situación en Palestina, invita a escuchar el legado de Buber, que era sionista y pensaba que Israel necesitaba una tierra tras el horror de la Shoah, del Holocausto, para no perderse como pueblo en la diáspora y, sobre todo, caminar por las naciones como un anuncio de paz. Sin embargo, entendía que esa misión se tenía que hacer con el más íntegro respeto a que el pueblo árabe palestino formara también su propia comunidad. Sus escritos sobre este tema están recogidos en el libro "Una tierra para dos pueblos".
La guerra en Oriente Medio, que implica a toda la humanidad, ha puesto sobre la mesa la necesidad de escuchar discursos distintos a los que con frecuencia se lanzan desde los medios o desde los diversos posicionamientos políticos, porque estos hacen desaparecer la problemática moral y nos eximen de la honesta búsqueda de una solución justa. Como señala Paul R. Mendes-Flor en el prólogo de esa obra, hay que superar de una vez el nosotros o ellos: "La postura realista que acepta la realidad con sus perversiones como un dato absoluto y cuya interpretación es la renuncia a nuestra humanidad. Frente a este realismo cínico, la conceptuación buberiana de la realidad descubre en la dimensión moral de la situación un factor de peso e influencia más allá de la tensión política alimentada por la situación existencial. Desentenderse de la perspectiva moral no sólo es una falta, también es un error".
En efecto, "Buber no estaba seguro de cuál era la solución. Su apoyo al nacionalismo israelí fue sólo el esbozo de una propuesta heurística de tanteo que intentaba incentivar el pensamiento y darle una dirección. Para Buber lo principal era esa dirección, cómo realizar el sionismo y solucionar el problema judío sin dañar los derechos y la dignidad de los árabes de Tierra Santa, cómo tender puentes entre las aspiraciones contrarias de ambos pueblos".
En su búsqueda de la respuesta a esta problemática Buber se apoyó en que "un diálogo verdadero empieza con el abrazo o la acogida en tu espíritu de la existencia del prójimo. Le escuchas, le conoces y sientes su dolor, sus preocupaciones y también aquello que le hace feliz. Todo ello, sin anular tu propia existencia, tus intereses y tu felicidad. Lo abrazamos con la esperanza de que también él nos abrace, acoja nuestra existencia. Cuando esto se cumple, hay verdadero diálogo".
Quizás quien lea este escrito puede pensar que estas ideas son excesivamente elevadas o idealistas. No, son el verdadero realismo. Cualquiera de nosotros en sus ámbitos cercanos busca la paz, busca la reconciliación. Y no sabemos por qué están tan alejados de ese mínimo sentido de humanidad quienes dirigen nuestros destinos. Como decía el profesor José Sanmartín, el progreso no es necesario ni unilateral; hay pueblos originarios que tienen técnicas mucho más eficientes de resolución de conflictos que la orgullosa humanidad del siglo XXI.
Nada más falso que esa imposición de ese modo de pensar que con su alusión al realismo nos lleva a la catástrofe. El camino es otro. Ver dónde estamos, reconocerlo con vergüenza. Aceptar la culpa de nuestra omisión y de nuestro silencio, y no cansarse de impulsar para que se forme una opinión pública mundial que combata el odio entre los pueblos y busque creativamente los caminos de la paz, comenzando por Oriente Medio y extendiéndolo a toda la familia humana.
José Alfredo Peris Cancio es profesor de la Facultad de Filosofía, Letras y Humanidades. Universidad Católica de Valencia.