VALÈNCIA. Desde hipertensión a colesterol, pasando por diabetes. Los menores que presentan sobrepeso u obesidad infantil pueden desarrollar una gran cantidad de problemas en su salud, que además, se perpetuarán hasta la adultez y aumentarán su riesgo con el paso del tiempo. Ya presente en casi todos los países, y con una incidencia cada vez mayor, esta enfermedad es considerada una pandemia, que afecta a nivel físico, y también social y emocional.
El último estudio Aladino, del año 2019, sobre la Alimentación, Actividad Física, Desarrollo Infantil y Obesidad en España, certificado por el Ministerio de Sanidad, revelaba que el 40 por ciento de los niños y niñas españoles de 6 a 9 años presentaba exceso de peso, entre los que un 23 por ciento sufría sobrepeso y un 17 por ciento obesidad infantil.
El sobrepeso en los infantes se da cuando el estudio de la curva de crecimiento de un niño indica que su índice de masa corporal supera el percentil 85, encontrándose el medio en 50. Mientras que la obesidad infantil se sufre si el menor alcanza el percentil 97. Ambas se pueden observar en niños y adolescentes de 0 a 16 años.
Este problema surge de una alimentación inadecuada y la falta de actividad física: si la energía que se consume no se quema, se deposita. “La obesidad infantil es un aumento de la grasa corporal, que es metabólicamente activa. No solo se acumula, sino que también perjudica a diferentes órganos y puede causar déficits nutricionales de hierro, calcio o vitamina D”, explica Rosaura Leis, experta en nutrición pediátrica en la Universidad de Santiago de Compostela, a Castellón Plaza.
Estas cifras alarmantes también afectan a la población infantil de la Comunidad Valenciana. Sin embargo, Leis considera que las diferencias entre territorios no son tan relevantes como la prevalencia en toda España, según el último informe Aladino. “Las cifras de obesidad infantil y sobrepeso son mayores en el sur de Europa que en el norte, aunque aquí tenemos dos dietas tradicionales muy saludables: la mediterránea y la atlántica”. Este factor podría ilustrar el cambio de hábitos de los niños, tanto en la alimentación como en la práctica de deporte.
Asimismo, las pantallas están ligadas al sedentarismo a causa de que los niños inviertan mucho tiempo en ellas. “Y pese a que el sedentarismo sea un factor independiente a la actividad física, los estudios realizados indican que se consigue más pérdida de grasa disminuyendo una hora el uso de pantallas que realizando una hora de actividad física, porque el tiempo destinado a las tecnologías aumenta el uso de alimentos no saludables”, cuenta Leis.
“Desafortunadamente, esta enfermedad está estigmatizada”, declara la pediatra. “Por esto, los niños y niñas que la presentan tienden en mayor medida al fracaso escolar o a la depresión”. Cualquier alteración en esta etapa de la vida es considerable, y por ello, la publicidad genera un impacto directo en los menores.
Ante los datos preocupantes, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, anunció la semana pasada que se regulará la emisión publicitaria de alimentos y bebidas "no saludables" dirigida a público infantil y adolescente. A lo que el doctor Sebastián Valero, pediatra en el Hospital Universitario de La Ribera, argumenta que los menores son receptores vulnerables de todos los canales de información publicitaria, "y los publicistas lo saben”.
“Si los niños observan la cuña publicitaria de natillas, por ejemplo, intentarán reproducir esta actividad. Y más si está apoyada por personas que son sus ídolos. Esto no implica que las natillas sean malas”, comenta, sino que existen alimentos "más sanos y menos calóricos" que no querrán ingerir, pero que les beneficiarán más en su salud.
“En horario infantil los niños no siempre tienen un mayor delante diciéndoles que es cierto o que no lo es. Cabe recordar que el objetivo de un anuncio busca aumentar siempre el consumo de producto”, concluye Leis.