PUNTO DE PARTIDA / OPINIÓN

La purga

Foto: EUSEBIO GARCÍA DEL CASTILLO/EP
11/08/2022 - 

Estamos a unos días del 15 de agosto y eso solo puede significar que hay buena parte de la España rural que ahora mismo está despidiendo, disfrutando o empezando las fiestas mayores. Yo, sin ir más lejos. Esta tarde me acercaré a la final del campeonato de guiñote y por la noche tengo intención de echar unos bailes con la orquesta Matrix. Son un tema y, más que un tema, las fiestas de los pueblos son un temazo. A mí me gusta compararlas con La purga, aquella película que James DeMonaco estrenó en 2013. Por si no la han visto, se trata de una historia distópica de terror que narra cómo en una sociedad concreta se permite que durante una única noche al año no existan las normas ni las consecuencias penales derivadas de infringirlas. Desde el ocaso y hasta que sale el sol, cualquiera puede salir a la calle a robar, a violar y a matar sin que ninguna de sus acciones conlleve consecuencias posteriores.

La catarsis violenta de La purga muestra la necesidad humana de liberarse de la rigidez del cautiverio social y ofrece la faceta salvaje que, supongo, todos acabamos silenciando para vivir en un sistema de leyes garantes de cierta seguridad. En el caso de la película, es como que junto a esta reflexión se da por bueno que la paz social solo puede echar a rodar con cierto éxito si, a cambio, se permite una noche de ancha es Castilla para quien así lo necesite.

Y es por eso que creo que las fiestas de los pueblos no son otra cosa que nuestra propia versión de esa purga que facilita que los instintos se sacudan las telarañas de todo un año de penurias. Aceptamos que durante unos días al año impera el todo vale con el objetivo de quemar unas energías que nos están destrozando por dentro y de generar otras nuevas que nos ayuden a sobrellevar el curso entrante.

Foto: EP

Igual no lo parece a vista de pájaro, pero lo cierto es que entre la purga de la película y la purga del festejo popular existen demasiados paralelismos. Para empezar, en las fiestas patronales que yo conozco también hay grandes dosis de violencia. No violencia contra los humanos, cierto, pero sí violencia. Durante estos días nos arremolinamos en torno a un toro que da vueltas encerrado en una plaza y ya cuando anochece le prendemos dos bolas de fuego en las astas para rematar la faena. La gente de pueblos como el mío aprende a jalear el morbo del dolor animal desde la más tierna infancia, integrando el ritual en una comunión colectiva de juerga e identidad. Las fiestas con toros son algo muy propio, algo que nace desde las tripas y que, de tan visceral, se vuelve intransigente y lo arrolla todo a su paso. Es imposible abrir este melón sin que los aficionados, que suelen ser mayoría, te abucheen e intenten ridiculizarte, y entonces sucede que la hegemonía taurina en torno a este concepto de fiesta te acaba expulsando de unos espacios que creías también tuyos.

Todo este escenario cargado de testosterona se adoba convenientemente con el resto de los excesos asociados a la fiesta. Durante unos días, la rigidez de nuestras maneras se diluye por fin entre litros de alcohol y gramos de farlopa. Cerveza a gogó para inaugurar las celebraciones y un barril de sangría a cargo de los kintos y el carajillo para seguir la partida de guiñote y los Ballantine’s para sostener el cuerpo en la peña. Las horas encadenan las resacas con las borracheras y en un momento estás charlando amigablemente con alguien a quien no veías desde el instituto y en cuestión de segundos ves que la conversación se torna agresiva por el exceso de sustancias. Y al mismo tiempo a tu alrededor hay narices que moquean y todos los billetes que circulan de mano en mano tienden a enrollarse sobre sí mismos porque han pasado muchas horas en forma de rulo. Y, bueno, por último está el tema del comer que hace que encadenes paellas con guisos de carne de toro y hoy toca ruta de tapas por los bares y mañana tenemos un jamón entero para el resopón en el garito.

Lo dicho: una purga. Estoy segura que quienes pasaban la noche con una motosierra a cuestas en la película de DeMonaco no acababan ni la mitad de reventados de lo que estaré yo mañana.

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