MURCIA. En Montevideo, la última novela de Enrique Vila-Matas, recientemente publicada por Seix Barral, las puertas contiguas, un hotel —el Cervantes, situado en la capital de Uruguay— y el estilo narrativo no son protagonistas, pero sí necesarios para adentrarse en la ambigüedad, centro de un libro que el barcelonés no tenía claro que fuera a escribir.
Vila-Matas, para escribir Montevideo, partió de su investigación del cuento La puerta condenada, de Cortázar. Frente a una puerta barroca, la del Palacio Marqués de Dos Aguas, transcurre esta entrevista. “La veo desde mi habitación. Al despertarme por la mañana la he visto cerrada y sin nadie, ya de entrada me ha parecido raro que hubiera una visión directa a una puerta así, porque mi habitación no tiene nada de misterioso. Me he bajado a desayunar y han empezado a llegar turistas, cada cual más variopinto, más raro, más extraño. Había un momento que no podía ver ni la puerta”.
“Lo que me interesaba con la novela era cruzarla, saber qué había al otro lado de aquella habitación que tanto atormentaba a su protagonista”. Vila-Matas habla de puertas, habitaciones y hoteles en un sentido de la búsqueda del cuarto propio del escritor. Horas después, en la presentación de la novela que tuvo lugar en La Nau, y que condujo Jesús García Cívico, Enrique Vila-Matas haría referencia a la ‘habitación’ propia sobre la que escribió Virginia Woolf como una configuración del estilo.
Para Susan Sontag, como señala Peio Aguirre en Estilo. Estética, vida y consumo, debemos llegar siempre al contenido a través de las formas: “(...) prácticamente todas las metáforas sobre el estilo acaban por situar la materia en lo interior, el estilo en lo exterior. Sería más acertado invertir la metáfora. Como escribe Cocteau: ‘El estilo decorativo no ha existido nunca. El estilo es el alma y por desgracia, en nosotros el alma asume la forma del cuerpo’”. El estilo dirige la primera parte de la novela, en la que los acérrimos a la escritura vilamatiense, encontraran lo que iban buscando. “En cada una de mis novelas hay un narrador diferente, el autor no. El autor es la voz a la que vuelven los lectores de mi novela, la voz que ya conocen. Pensaba que iba a ser un problema con la segunda parte, que es distinta, donde hay una trama, hay misterio. Pero no”.
Podemos leer en Montevideo que “somos demasiado parecidos a nosotros mismos, y el riesgo estriba precisamente en que acabaremos pareciéndonos a nosotros mismos”. Ante la demanda de profundización en la frase, Vila-Matas hace una pausa y añade “también se podría decir lo contrario. El libro es un tratado sobre la ambigüedad, y todo tiene su cruz y su sombra. Moore (uno de los personajes) es admirada por el narrador y también es odiada”. La tal Moore es una escritora ficticia que ocupa espacio en las páginas igual que lo hace Bioy Casares, Tabucchi o Cortázar. Lo personal y lo inventado unidos. No hay necesidad de preguntarse qué es verídico y qué no. “Si continúan estas preguntas sobre la distinción entre verdad y ficción es que entiendo que hay una curiosidad por saber si has vivido una cosa. Todas las anécdotas están basadas en cosas que me han pasado, pero igual me han pasado de otra forma. Escribo sobre lo que conozco. Pero no necesariamente todo me ha ocurrido. Doy saltos en la narración, para mí hay una voz, la del autor, y luego la del narrador, que no es biográfica. El narrador cuenta historias, el autor conoce cosas, pero es un ensayista. Asistimos un pensamiento indirecto del autor, es una mezcla muy bien conseguida de ensayo y ficción, nunca de autoficción. Desde el Quijote a Madame Bovary, siempre hay alguien, que es el que escribe”. La etiqueta de autoficción es, para Vila-Matas, “un descubirmiento muy tonto del siglo XX, que es la clasificación”.
Mientras Enrique Vila-Matas trata de ignorar la horda de turistas que hay a sus espaldas —caterva que se cuela en la grabadora, ensuciando la conversación con el escritor— las ideas del ensayista Philippe Lejeune se marchitan: “Si la contradicción interna fue elegida voluntariamente por el autor, el texto que resulta no es leído ni como autobiografía ni tampoco como novela, sino que aparece como un juego de ambigüedad pirandeliana. A mi entender es un juego al que no se juega con intenciones serias”. De nuevo, la ambigüedad.
“Decía Borges que era muy triste, que todo lo que intentaba recordar, se lo inventaba. En España se ha utilizado decir ‘¡es una autoficción!’ para denigrar un libro que no te gusta. Yo procuro ser fiel a la consigna de Nabokov, que era que ‘ficción es ficción’. No hay nada más. Si tú quisieras reproducir este encuentro, si lo contaras de una forma u otra, estarías cambiando con las palabras la naturaleza de este encuentro. Una cosa es la literatura y otra el mundo real. El Quijote trata de eso, de lo imposible que es reproducir la realidad, y por eso se inventa una novela”.
La naturaleza de este encuentro, distendida pero con el respeto que se merece uno de los autores más prolíficos y consistentes de la narrativa española contemporánea, parte de una pregunta que le hicieron en otra entrevista. “Me preguntaron antes de ayer si era un extraterrestre. Me quedé muy sorprendido, sigo dando vueltas a lo que tendría que haber contestado, aunque esta mañana he pensado que diría ‘sí, pero no te lo puedo decir. O mejor, si fuera un extraterrestre no te lo diría’”. Quizás la pregunta sí que tiene algo de sentido, porque la crítica especializada dice que el escritor se ha elevado —como escritor, ser humano u objeto volador no identificado— con esta novela. “Ojalá comprendas que tu destino es el de un hombre que debería estar ya deseando elevarse, renacer, volver a ser. Te lo repito: elevarse. En tus manos está tu destino, la llave de la puerta nueva”. Y es que durante la redacción de la misma, a Vila-Matas le trasplantaron un riñón que le donó su mujer Paula Massot. Resurgir tiene un significado poliédrico es este libro en el que el protagonista, un escritor bloqueado, navega en un delirio con timón.
“El ensayista reflexiona sobre por qué escribe, mientras el narrador cuenta historias. Es una combinación perfecta. Parezco muy literario porque pertenezco a la última generación que ha estudiado literatura, que se ha formado con la literatura antes que con la televisión. Vendrán generaciones que ni con la lectura, ni con la televisión. Directamente con Tik Tok. Para mucha gente escribir es ponerse en casa a contar sobre tu papá o tu mamá, pero la escritura es una forma de pensar. En el momento en el que no haya escritura, que no haya literatura, el pensamiento se volará. Quiero ser optimista, quiero mantener la idea de que se mantendrá, porque si sucede como está pasando con la filosofía en educación, lo que puede resultar es una tontería grandiosa”.
El escritor dice que se da miedo a sí mismo por lo que ha encontrado en el proceso de escritura y en el resultado. “El miedo es la sorpresa por no saber cómo iba a ser este viaje mental, hay cosas que no había soñado ni pensado jamás, que se han reproducido en el texto como un soplo. Piensas que alguien te lo ha chivado”. Montevideo también le ha dolido. “Me ha dolido acabarlo, es un libro infinito”. Pero que tiene un final magistral, con el que se reafirma en que a lo largo de su extensa trayectoria “nunca me he traicionado, nunca he hecho algo que no quisiera, he permanecido fiel a mí mismo”.
Vila-Matas no lo sabe, pero en el respaldo de las sillas para el público que había de la presentación en La Nau, ponía ‘SANCHO’, el complemento filosófico de El Quijote. Otra coincidencia. Coincidencia no es casualidad. Si al autor le persiguen los cuartos contiguos, a los lectores, la filia por las ficciones que son reales.